La alternativa | Que el diablo te lleve (Timo Tjahjanto)

Desde que Sam Raimi encerrara a los protagonistas del que es algo más que un clásico, una Posesión infernal que ya cuenta con más de cuarenta primaveras, en una cabaña a las afueras rodeada por un frondoso bosque, ese particular emplazamiento ha devenido uno de los más socorridos por el cine de género, pero especialmente por el contexto acuñado por el cineasta norteamericano: y es que no hay mejor opción que un lugar en mitad de la nada más absoluta para invocar el influjo de un sobrenatural que, en el caso de la saga de Raimi, siempre ha dirigido su mirada al ámbito de la magia negra y las maldiciones.

Timo Tjahjanto, entre cuyos títulos se cuentan la magnífica The Night Comes for Us o esa obra maestra en el terreno del corto que dirigió junto a Gareth Evans titulada Safe Haven que forma parte de la antología V/H/S 2, regresaba en su vuelta al terror hace ya cinco años a esas zonas rurales donde desatar una maldición se antoja casi indispensable: algo que se deduce ya del prólogo de esta Que el diablo te lleve (May the Devil Take You), que delimita tanto las posibilidades como el (a ratos) enajenado tono de una película que por algo bebe indisimuladamente de la ópera prima de Raimi.

Asiendo, de ese modo, aquello que no tenía Posesión infernal, un pretexto, el cineasta indonesio pronto desliza la naturaleza de un artefacto cuya raigambre, por desvíos propensos al drama que pueda contener, es puramente genérica, acudiendo a unos tropos visuales de lo más comunes —como esos reflejos o los jugueteos con la iluminación y la duración del plano— que, cuanto menos, fijan el contexto idóneo para sostener los cimientos de un film que no tiene reparos en mostrarse como lo que es: un alegato en forma de homenaje donde el exceso devenga en diversión, en pleno esparcimiento desde el que recrearse en las constantes del género.

Lejos del conflicto familiar, que irá dotando a la obra de una mínima construcción dramática sobre la que sustentarse, además de dejar algún que otro disparatado diálogo que nos advierte de su condición, en parte, bufa, Tjahjanto alude en ocasiones a la planificación para dotar de un cierto cuerpo, de una sustancia, a aquello que probablemente el escueto presupuesto y las manifiestas intenciones no sostendrían por sí solo; en ese sentido, el indonesio demuestra poseer el talento necesario como para, mediante la puesta en escena y la concurrencia de determinados espacios, armar un ejercicio que vaya más allá de la mera invocación de un motivo como sería en este caso el hecho de reverenciar la obra de Raimi. Los efectos sonoros (que potencian ese carácter a ratos guiñolesco), el empleo del fuera de campo (y foco) o el destacable uso de una iluminación que contribuye en la creación de atmósferas, otorgan el temple necesario a una cinta tan consciente de sus limitaciones como hábil al disponer los recursos a su alcance para concebir una propuesta a la altura de las circunstancias.

A ello se le suma la composición de un personaje central, en este caso femenino e interpretado por una gran Chelsea Islan, capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el término supervivencia, preservando así una esencia que sin duda es de las que mejor han sabido capturar el espíritu de un clásico que aún a día de hoy continúa siendo una influencia incontestable. Algo que Timo Tjahjanto parece comprender a la perfección desarrollando uno de esos artefactos que encuentran en cada imperfección y cada desmán un encanto muy particular, haciendo de Que el diablo nos lleve una de esas obras tan extremadamente disfrutables como capaces de retrotraernos a un cine, ese donde el disfrute de sus creadores se traslada con facilidad al espectador, que pocas veces tiene igual.

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