La alternativa | Llegan sin avisar (Greydon Clark)

A priori Llegan sin avisar es una película cuyo germen ya se emparenta con los cánones de la Serie B más clásica, dejando a un lado por un momento su temática; primero, cuenta con la aparición de dos habituales rostros decadentes del cine de consumo popular en unas legendarias apariciones bajo los siempre estoicos Jack Palance y Martin Landau. Además, su director, Greydon Clark, ya era todo un experto avezado en el cine grindhouse de la década anterior al estreno de esta película gracias a una blaxpoitation menor como Black Shampoo, y otra cinta con un epíteto tan seductor como Satan´s Cheerleaders; Clark acabaría años después a los servicios de un Menahem Golan que vivía la escisión de su Cannon Films con una película sobre la Lambada, pero eso ya es otra historia, aunque incrustada también en los efluvios del bajo presupuesto.

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Ya centrándonos en su temática, la invasión extraterrestre, Llegan sin avisar parece emular a la ciencia ficción clásica, de aspecto ingenuo y cuasi caricaturesco, en esta historia en la que un frondoso terreno rural sufre un misterioso ataque extraterrestre a razón de unos pequeños seres de misteriosa y pequeña apariencia que a modo de frisbee consiguen adherirse a cualquier superficie, incluyendo humanos que pronto pasarán a formar parte de su colección de presas. Con toda la inocencia del mundo un grupo de jóvenes mochileros campestres llegaran al lugar, convirtiéndose dos de ellos en un espontáneo grupo de investigación sobre los extraños sucesos que acontecen en el lugar. Estamos ante una postal de sci-fi barato, con inherente aroma pulp y un constante coqueteo con la ingenuidad, que serán los principales valedores para que Llegan sin avisar sea considerada como una rareza simpática, con claro toque de underground añejo, sin pretensiones, y bajo el agradable mecanismo de disimulo y asimilación del bajo presupuesto. A favor de la película también podría citarse una atmósfera oscura bastante eficiente (enorme el trabajo fotográfico de Dean Cundey, fetiche del director, recién venido de trabajar con John Carpenter en La Noche de Halloween y La Niebla), su conexión con un claro sentido hacia el entretenimiento, así como una candorosa pero presente carga pseudo social, en el que un grupo de genuinos americanos se ven apresados por un mal exterior: aquí entrará en juego el veterano de Vietnam desquiciado y enajenado que interpreta Martin Landau, y un Jack Palance quien aquí es un trastornado redneck perturbado por la invasión. Aún en una vena semi-paródica, las presencias de los actores acabarán por robar la función, aunque sin olvidar a otros rostros populares del reparto como el incombustible Cameron Mitchell o una pequeña aparición de un por entonces joven David Caruso.

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Como hija de su tiempo, Llegan sin avisar apareció en escena justo al inicio de la década de los 80 donde la cinematografía de explotación entraba en una decadencia a favor de la expansión de la televisión y las inminentes súper producciones de género. Por eso, en la película de Greydon Clark pueden asimilarse ciertas influencias de su tiempo como el por entonces eclosionado Slasher, aquí retratado en una localización muy habitual en él (Viernes 13 se estrenaba en ese mismo año) donde un grupo de jóvenes modificarán a la fuerza sus planes de diversión por protagonizar toda una historia de terror, además de tener aquí una final girl en toda regla. En el film de Clark se heredarán, para lo bueno y para lo malo, muchos de los tics del cine de género de la época, como pudieran ser las desmesuradas interpretaciones del cuarteto protagonista, así como un irregular vaivén entre la comedia y el terror, que afortunadamente quedará situado en el presuntuoso cariz naif de la historia. Aunque en un primer momento pueda parecer que la película ponga el freno en determinados momentos que pudieran dar de sí un aspecto más grotesco de la figura del alienígena, su ya mentada ingenuidad quedará patente en su conclusión: una aparición de cierta extravagancia de un abrupto antagonista, que ya dará bastantes visos de la irreflexión con la que Greydon Clark pretende que se asimile su propuesta.

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