La alternativa | El espía de dos cabezas (André de Toth)

El genial André de Toth —‹uno di noi› que cultivó, siempre en las trincheras del cine de serie B y con gran pericia, estupendas películas de diversos géneros durante los años del Hollywood clásico— empezaba a ver como su estabilidad como realizador de películas de pequeño presupuesto estaba en peligro a finales de los 50 por la irrupción de una nueva generación de cineastas jóvenes que venían de los platós de televisión, y quizás también por presentir que en Europa y en otras latitudes del planeta, existía un caldo de cultivo propicio para romper con todo lo establecido.

Es por ello que, al igual que ocurrió con otros autores de su generación como Edgar G. Ulmer o Robert Siodmak, decidió retornar a finales de esa década a su continente natal para tratar de seguir haciendo ese cine del que era un auténtico especialista y que, desgraciadamente, acabaría demolido en el decenio siguiente.

Es así como se construyó El espía de dos cabezas (The Two-Headed Spy, 1958), una peli británica con apoyo de la Columbia Pictures en la distribución que olía a cine de antaño. Este thriller de espionaje, con cierto tono de propaganda, cocinado durante la II Guerra Mundial por nombres como Henry Hathaway, Vincent Sherman o el propio Fritz Lang, que se beneficiaba de un magnífico texto del exiliado por el macartismo Michael Wilson, ligeramente basado en las vivencias del espía doble británico Alex Schottland para hilvanar una peli marca de la casa que se observa, hoy en día, como una pieza de museo de arqueología de una forma de hacer cine que ya no existe.

De hecho, de Toth filmaría al año siguiente su última gran película en el género que le hizo grande (el western El día de los forajidos), terminando sus días como cineasta deambulando entre los platós de series de televisión y cintas de serie B en Europa. En este sentido, El espía de dos cabezas se alza como una de las últimas obras notables y compactas de un de Toth que ofreció todo un recital de planificación, ejecución y construcción de una cinta de acción que se caracteriza por no contar, salvo minúsculas excepciones, con ninguna escena de acción pirotécnica propia en su contenido.

Y es ese el punto más fascinante del film. Cómo con cuatro perras y seguramente un calendario muy ajustado, se puede realizar una obra digna, elegante y repleta de tensión y vigor, sin duda un ejercicio modelo al que deberían acudir todos aquellos jóvenes que aspiren a convertirse en directores de un género tan complejo como el de la acción.

Así, la cinta sigue los pasos de un general del III Reich, adorado por el Führer, llamado Alex Schottland (Jack Hawkins), desde el momento en que el ejército nazi decide invadir Varsovia hasta el final de la guerra con la caída de Berlín tras la conquista de la ciudad por el ejército rojo y los aliados. En este trayecto descubriremos que Schottland no es en realidad el responsable de proveer suministros al frente, sino que es un espía del servicio secreto británico encargado de sabotear los planes del ejército nazi y de proporcionar valiosa información a la resistencia de las islas (lugar del que era originario el oficial protagonista del film). Para ello debe comportarse como el perfecto nazi, incorruptible ante las trampas de las SS, siempre estoico y patriota como el alemán más nacionalsocialista.

La peli juega a eso, a generar tensión a través de las sospechas que empezarán a surgir entre ciertos mandos del ejército, y también mediante un juego de mentiras y falsas identidades que harán corretear a nuestro héroe a través de un intrincado laberinto de intereses, pasiones, intrigas palaciegas y peligrosas misiones de contraespionaje que servirán como un perfecto jugo para empapar de incertidumbre, enredo y fuerza a una trama a la que no se le puede poner un pero. Siendo uno de esos guiones escritos como vehículo de entretenimiento, sin más pretensiones que invitar al espectador a pasar una hora y media distendida, al estilo de la serie B de los años 40.

A pesar de la ausencia de estudio de la psicología de los personajes y sus motivaciones, puesto que de Toth prefirió ir al grano no deteniéndose para nada en complicar la trama introduciendo gotas de drama psicológico, ello no implica que nos hallemos ante una cinta menor fácilmente olvidable. Para nada. Aquí están presentes todos los instrumentos y ese estilo que hicieron grande al cine clásico, mezclando el melodrama con el romance, la intriga con el doble juego que hará explotar esa incertidumbre propia de las mejores cintas de suspense, y también sabiendo aprovechar las potencias de una trama que se enrevesa a medida que avanza la narración.

Se observa una planificación milimétrica, perfectamente ejecutada, que hace virtud de la manifiesta escasez de medios y presupuesto que se siente hubo para producir el film. En este sentido, André de Toth optó por no hacer el ridículo insertando secuencias de acción imposibles de realizar por falta de dinero, inclinándose por la acción y escenas violentas mostradas fuera de campo y por incluir escenas documentales de batallas encarnizadas filmadas en las trincheras de la II Guerra Mundial. También apostando por una dirección de actores muy sobria, adaptando la puesta en escena y la fotografía a la teatralidad de unos intérpretes que dominaban a la perfección el medio en el que se estaban moviendo y los tempos precisos que necesitaba el film.

Asimismo, se siente esa maestría narrativa propia de los nombres que potenciaron sus carreras en los principios del cine sonoro. Una narración ágil, en continuo movimiento hacia adelante, pero no por ello atropellada ni equivocada. La acción transcurre sin dar respiro al espectador, empalmando escenas una tras otra sin ningún tipo de pausa, trabajando las elipsis de un modo tan natural que el espectador apenas se dará cuenta del transcurso de los años que han pasado desde el final de una escena hasta el arranque de la siguiente. Esa forma de hacer cine propia de los Hawks, Walsh, Curtiz, Tourneur, Dwan tan difícil de encontrar en directores contemporáneos, más preocupados de la forma que del fondo.

Y para rematar, a pesar de esa sensación de rapidez, que condensa en solo hora y media cinco años de la vida del protagonista que dan fe de acontecimientos tan relevantes como la derrota del frente oriental, la Operación Valkiria o la Batalla de las Ardenas, el montaje y la fotografía denotan una reflexión inapelable, mostrando la sabiduría de un director que acierta en todo momento el mejor sitio donde poner el foco. Y es que el autor de Los crímenes del museo de cera, mostró una maestría fuera de toda duda para crear un suspense muy hitchcockiano a través del empleo de elementos muy cotidianos y, fundamentalmente, apoyándose en la imagen gracias a una fotografía y unos movimientos de cámara que encierran en sus desplazamientos muchos más efectos de los que a priori parecería pudiesen denotar.

Todo ello convierte a esta El espía de dos cabezas en uno de los últimos ejemplos de una forma de crear cine extinta. Una de las últimas joyas de un de Toth que nunca defraudó a sus seguidores, ofreciendo siempre productos muy meritorios y honrados, ajustados siempre a los medios que disponía para cocinarlos. Y si a todo esto le unimos el dato de que esta fue una de las primeras presencias en el largometraje de dos leyendas como Michael Caine, quien aparece un escaso minuto haciendo un cameo como agente de la Gestapo en el tramo de final de la peli y Donald Pleasence, éste también apareciendo en los últimos cinco minutos del film como miembro del estado mayor nazi, pues suman dos guindas más para un pastel que merece muchísimo la pena degustar.

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