Host (Rob Savage)

Reza el póster español de Host: «La película más terrorífica de la década». Aunque la incredulidad sea la primera reacción ante una afirmación tan rotunda, sabiendo que diez años dan para mucho cine y muchas pesadillas provocadas por el mismo, lo cierto es que tengo que confesar algo. Viernes noche, diluvio universal. Hay una habitación externa en el trabajo a modo de pequeño almacén, a la que se llega atravesando un patio. No hay luz tras un apagón inspirado por la tormenta, así que solo tengo la opción de encender la linterna del móvil para llegar hasta allí sin matarme por los posibles obstáculos. Después de empaparme por el corto trayecto a través de ese patio, cruzo tras una cortina y me parece que hay una especie de luz blanca al fondo. No soy capaz de alumbrar la zona con el móvil, porque vaya usted a saber qué es en realidad, podría ser un reflejo, o un muerto flotante. Dejo las cosas que tenía entre manos en cualquier lado y salgo corriendo, sin importar cuántos obstáculos hubiese antes en mi camino, con el corazón acelerado pese a que la pura lógica me diga que ahí solo había un reflejo. Pero es que mi subconsciente no es tan valiente o pragmático como para comprobarlo.

Y esto, señoras y señores, se lo tengo que agradecer a Host.

Así que bueno, puede que siga siendo una exageración lo de estar ante la película más terrorífica de la década —o que ni siquiera lo sea del año, porque al final es una afirmación totalmente subjetiva—, pero Host, aunque tenga costuras o sustos premeditados, te deja el mal rollo adherido al cuerpo. Puede que te des cuenta al verla, esa misma noche durmiendo, o días después por culpa de la lluvia, los apagones y la autosugestión.

Cuando éramos adolescentes (o puede que prepúberes) y nos topamos con El proyecto de la bruja de Blair, además de ese elaborado plan con el que hacer que todos creyésemos en el ‹found footage› y la mala suerte, no estábamos preparados para el aluvión de propuestas en las que el «no dejes de grabar» iba a ser el leitmotiv de toda una generación. Los tiempos han cambiado y las películas se han ido adaptando a nuevos formatos y métodos con los que dejar rastro de las penurias de jóvenes enfrentados al más allá, y Host se atreve con el terror multipantalla a través de algo tan sencillo como una sesión de espiritismo entre amigos por Zoom durante el confinamiento por la pandemia Covid-19 (vale, rebuscada la idea, pero súper apropiada temáticamente cuando siguen insistiendo en que quedarse en casa es nuestra una opción para salvar a la humanidad de sí misma).

Varias amigas, una médium y la soledad compartida es suficiente para que, durante su corta duración, vivamos la adrenalina del qué pasará con los vellos erizados por una malsana y absurda tensión que aparece de la nada. Distendida al principio, nos invita a participar de las incredulidades e incertidumbres de sus participantes hasta llegar al clímax propio de un Paranormal Activity cualquiera, donde la nada siempre es más terrorífica que cualquier estímulo visual. Su rápida reacción, la intensidad de seguir varias tramas a un mismo tiempo por la pantalla partida con la que experimentar prácticamente seis películas interconectadas simultáneamente —los personajes se conectan y desconectan en la conversación para manejar a su antojo las tramas y centrarse en cada momento en lo que interesa— y su caótico final la convierten en la película perfecta para que, tras su visionado, tengamos que soportar la paranoia de la soledad autoimpuesta en la actualidad. Porque sí, vemos venir lo que va a ocurrir, sabemos que es una película, pero no podemos evitar agarrar más fuerte de lo necesario la butaca, dar el saltito oportuno ante un ruido o pensar que eso de “se lo han buscado ellos por jugar con fuego”.

Host es tan inteligente como efímera, como todos aquellos metrajes encontrados que se convierten en caducos cuando su soporte visual ha pasado de moda, pero también es imprescindible y efectiva para dejar patente que estar solo en tiempos de mascarilla y burbujas sociales puede ser más aterrador si cabe al recordar la ínfima posibilidad de la existencia de los espíritus y el más allá.

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