Fils unique (Miel Van Hoogenbemt)

El otro día abordando el Miracle Fish de Luke Doolan repasábamos algunos de los títulos más esenciales acerca del universo infantil. Entre ellos, no figuraban Toto, el héroe o Léolo quizá porque el contexto en el que se entretejía el cortometraje australiano no era el más adecuado para enlazarlo con los trabajos de Van Dormael y Lauzon, piezas que quedan sin embargo bastante más cerca de esta Fils unique, tercer largo en el terreno de la ficción dirigido por Miel Van Hoogenbemt, quien se dirige de nuevo a patrones ya empleados para contarnos lo que en el fondo no deja de ser una historia de redención entre un padre y un hijo.

Vincent es un taxista con aspiraciones de fotógrafo al que se nos descubre durante los primeros minutos en su vehículo durante una particular situación, la de una mujer encinta a la que lleva al hospital. Es a partir de esa secuencia donde Van Hoogenbemt muestra un particular sentido del humor que parece querer rebajar las tintas de una cinta que comienza con un duro golpe para el protagonista, pues su madre tiene un cáncer del que deberá ser tratada. Una noticia que no parece afectar tanto a Vincent como las consecuencias de la misma: el hecho de tener que cuidar de su padre.

A partir de ahí, el belga va desgranando una relación con más oscuros que claros que nos lleva mediante flashbacks de la más variada índole a su infancia. Una infancia marcada por la sobreprotección maternal y el descuido total por parte de una figura paterna que parece preferir cualquier otra cosa antes que cuidar a su hijo. Como es normal, ello desembocará en un comportamiento inusitado por parte de Vincent, que le llevará incluso a envenenar la comida de su padre en un extraño “ojo por ojo” interpretado no con poca negrura por ese pequeño de apenas diez años.

Esa negrura construye entorno a Fils unique una suerte de humor macabro que cuando aparece da un aire distinto a la cinta, hecho que no la libra de su constante sensación de ‹déjà vu› debido a su condición de saqueadora de ideas ya expuestas en, por ejemplo, la ya citada Léolo. Obviamente, las tintas de Fils unique no están tan cargadas como en el film de Lauzon, ni se le acercan, pero se evidencia en cierto modo el hecho de encontrarnos ante un trabajo que bebe directamente del film canadiense con intención de nutrir con un tono distinto lo que en el fondo ya hemos visto en no pocas ocasiones.

Ese tono no llega a fraguarse en ningún momento debido al hecho de encontrarnos ante un cineasta sin ideas. No es que Van Hoogenbemt defina mal ese conflicto entre ambos personajes o que sus relaciones queden vagamente expuestas, es más bien una constante tibieza en la exposición de las mismas, reincidiendo en cosas ya sugeridas o directamente relatadas anteriormente a las que se parece volver por el mero hecho de subrayar con esmero algo que el espectador ya conoce con tal de otorgar un punto más sólido a esos últimos minutos finales.

Tampoco es de gran ayuda un elenco encabezado por un Laurent Capelluto (Nada que declarar) al que el protagonismo parece venirle excesivamente grande a juzgar por la poca fuerza que confiere a su personaje. Sí se muestran más efectivos en esa labor el veterano Patrick Chesnais, que está perfecto, o incluso Sophie Quinton (El Skylab), quien logra imprimir sensaciones a su personaje con una facilidad inusitada en cuestión de segundos. Desafortunadamente, el hecho de que Capelluto ofrezca esa pobre interpretación condiciona en exceso un resultado que se resiente todavía más.

Si bien es cierto que Fils unique posee cierto tino enfocando ciertas situaciones o problemáticas, e incluso sabe dibujar con interés y satisfacción ese vínculo repleto de aristas, su lastre termina deviniendo donde realmente el cineasta de origen belga parece querer salir triunfador: en la repetición de unas formas que otros han hecho funcionar mucho mejor y que el reconstruye de modo un tanto curioso pero eminentemente fallido, para desembocar en una suerte de secuencia de cierre onírica que no deja de ser reflejo de todo aquello que atañe a la infancia de Vincent: un enorme quiero y no puedo.

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