Espíritu sagrado (Chema García Ibarra)

En los aparatos de televisión que se muestran en Espíritu sagrado (Chema García Ibarra, 2021) aparecen exclusivamente emisiones de un canal local de Elche, donde transcurre la acción de la película. Aparatos que parecen salidos de otra época, en los que sus propietarios utilizan los subtítulos integrados del servicio de teletexto. Los interiores de las casas están repletos de recuerdos y cuentan con los tradicionales muebles tan reconocibles. En un bar típico de barrio —sobrecargado de elementos decorativos de la antigua cultura egipcia— trabaja José Manuel, que acaba de hacerse responsable del liderazgo de la asociación ufológica OVNI Levante tras la repentina muerte de su presidente, el dueño de la inmobiliaria donde celebraban sus reuniones. Al mismo tiempo su hermana busca desesperadamente a una de sus hijas gemelas, Vane (Llum Arqués), que ha desaparecido sin dejar rastro. Los medios de comunicación cubren la noticia con sensacionalismo, entre anuncios de asesorías fiscales y novedades de los pasos de Semana Santa. La realidad del universo que crea el director entreteje el costumbrismo de la clase obrera y la periferia con una peculiar aproximación a los elementos fantásticos que, desde la ambigüedad y el fuera de campo, permiten desarrollar un relato elíptico de humor seco e incisiva distancia irónica.

Una distancia que se determina primero sobre sus personajes con las composiciones de su fotografía en 16 mm —cuyo responsable es Ion de Sosa (Sueñan los androides, 2014)—, planos estáticos, frontales y la utilización de un espacio negativo que desequilibra y empequeñece la escala humana hasta convertir a sus personajes, por momentos, en seres aplastados por su entorno. Un entorno en el que irrumpen una colección de individuos que, empezando por los miembros de OVNI Levante, describen una sociedad obsesionada con la conspiración, con encontrar un significado que trascienda la cotidianidad de sus vidas y les provea de un objetivo claro, dejando pasar ante sus ojos las terribles tragedias inasumibles que suceden a su alrededor. Unas señoras mayores, clientas habituales del bar, discuten dónde tomar un café mientras una vecina narra las últimas noticias de una trama del crimen organizado de Europa del Este. La realidad, nuestra realidad, se filtra de manera más o menos directa con alusiones a las condiciones de trabajo de las mujeres explotadas por la industria del calzado de la zona, con un cartel de una inmobiliaria en la que alguien ha escrito que son unos ladrones, con la interminable serie de cursos de formación realizados por la única mujer de la asociación o con un hilarante anuncio de conocimientos ancestrales para emprendedores con la voz de Julián Génisson que satiriza la cultura del emprendimiento.

La madre de Vero deja a su ahora única hija al cuidado de su tío. José Manuel es un hombre que oculta más de una clave para descifrar los distintos enigmas de este filme, cuya narrativa juega con una estética repleta de contradicciones, que niega lo sobrenatural pero basa gran parte de su desarrollo en los códigos de la ciencia ficción, que avanza su trama en escenas creadas a modo de viñetas de gran rigurosidad formal e interpretaciones desafectadas, como si de una cinta de Aki Kaurismäki se tratara. En medio de su metraje la cámara se mueve por primera vez a ritmo de música electrónica para capturar el misterio y la inquietante verdad de quien posee una agenda secreta. Los mensajes y las promesas de adentrarse en el profundo conocimiento del universo están por todas partes y desvían la atención de las clases populares sobre los temas importantes. La realidad y la luz de Espíritu sagrado se muestran difusas y la ambivalencia del vínculo del relato con el espectador provoca también la necesidad de interpretar las señales y los símbolos cósmicos que sugiere el director: el cambio de hora, un evento que consecuencias siderales, la visión profética de una vidente con Alzheimer, una habitación con la puerta cerrada y las pirámides luminosas de color azul eléctrico con las que ejecutan un extraño ritual místico, que deja en suspensión cualquier asunción previa para golpearnos finalmente con nuestra propia incapacidad (o rechazo) para descifrar lo evidente.

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