El paraíso del pavo real (Laura Bispuri)

No hay nada como una extensible reunión familiar donde los silencios autoimpuestos demuestran la pasivo-agresiva conversación que nunca llega. Porque un drama no necesita excesos para funcionar.

Laura Bispuri vuelve a la familia y a Alba Rohrwacher en El paraíso del pavo real, un pavo con sus plumas, su nombre y su atención pretenciosa. Un animal que muestra sus virtudes y salta al vacío sin saber las consecuencias, algo similar a lo que cualquiera podría vivir en un evento de estas características, donde celebrar un cumpleaños es lo menos importante.

La calma chicha forma parte del sentimiento colectivo. Estamos ante una película de personajes, algo más racional de lo común, donde no hay estridencias y todos tienen un protagonismo que no necesariamente le otorga el contacto con los otros. Todos tienen sus peculiaridades y pequeños secretos, aparentemente inofensivos, que definen su actitud. No hay dramas oscuros, ni silencios que no se puedan solventar, dando pie a una amena atención por aquello que pueda ocurrir.

El film no es intrusivo, pero sí vivaz. Nos vamos moviendo entre pequeños círculos cómplices, que se van mezclando entre ellos. El cumpleaños de la madre es una cita obligada que simplemente permite que nos acerquemos a todos. Sin duda sabe tomar el hilo de las vidas de los invitados —los hijos y sus pequeñas familias, junto a su marido, su compañera de vida y las hijas de esta— en un punto donde las conversaciones ya referencian a otras anteriores, pero que no impiden seguir los cambios y evoluciones, de una gran familia italiana que olvida los clichés y avanza en esas situaciones donde una familia puede estar unida pero no necesita remar en una misma dirección. Varias generaciones y clases sociales se unen en torno a una misma mesa donde los momentos oportunos no son iguales para todos; a unos les cuesta tomar la palabra, otros comparten comentarios jocosos a destiempo y los recuerdos se imponen en una charla certera con aires de liviana.

Bispuri aprieta pero no ahoga en ningún momento a unos personajes que cuida con cierto mimo. Es delicada y meticulosa dando un espacio a cada uno de ellos, no importa lo numerosa que sea esta familia. Sabe adentrarse en su intimidad sin dañar esa dominante naturaleza, con una ligera tensión casi imperceptible, con la idea de convencernos de que todos tenemos un poco el alma rota, aunque sea un pedacito, ese que es difícil de compartir en voz alta, ese que se intuye en miradas o silencios inesperados, que no destruye pero que siempre se afianza.

Este día cualquiera convertido para la ocasión en un día especial tiene también su punto álgido, el que permite un pequeño estallido interno que haga volar por los aires durante unos instantes las máscaras de cortesía. A través del pavo real lleva al límite nervios, desilusiones y fatigas para revolucionar los roles establecidos. Nadie es perfecto y la realizadora se aprovecha de ello para que creamos en esa posibilidad.

De mirada sosegada y finalmente cargada de sorpresas, casi excesivas para afrontar en una sola jornada, El paraíso del pavo se torna intrigante cuando no es sincera y explora ese fino hilo que une a una familia incondicionalmente cuando todo parece ir bien. Para Alba Rohrwacher reserva un papel muy especial, con muchas tonalidades y matices dentro de su apocada presencia, que no despunta entre los otros pero nos mantiene alerta en cada intervención, como un pequeño regalo que da la puntilla a esta historia en apariencia sencilla. En realidad, tiene muchas más aristas de las que podemos esperar, consiguiendo que unas pocas estancias se dividan hasta la extenuación gracias a esos microcosmos creados por cada uno de los presentes al relacionarse con los demás.

«¿Dónde están mis manos cuando no las veo?» dice la niña en un momento. Como una declaración de intenciones, como un cierre definitivo del discurso de la película, nos enfrentamos a la belleza de la retórica para hablar de secretos, el enemigo íntimo que nos hace mantenernos siempre alerta, siempre a flote. Con una frase sabe resumir este día aparentemente normal, no del todo definitivo, sencillo y esclarecedor, a la espera de otra reunión con nuevas miradas y misterios, todos juntos, otra vez.

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