El hombre perfecto (Maria Schrader)

La arqueóloga Alma (Maren Eggert) acude a un club en el que le espera un seductor, Tom (Dan Stevens), que a priori parece el hombre ideal, pero resulta ser un robot con inteligencia artificial diseñado y programado a partir de sus gustos para satisfacer todas sus necesidades. La protagonista forma parte de un grupo de personas que van a probar durante tres semanas en sus casas las posibilidades de estas parejas creadas artificialmente. En I’m Your Man (Maria Schrader, 2021) la premisa de ciencia ficción se ve pronto superada por un tratamiento deliberadamente convencional de comedia romántica. Las reticencias de Alma, su rechazo inicial a la convivencia con el androide y la progresiva creación de una extraña relación entre ambos sigue a rajatabla los clichés del género, al menos en la superficie. Porque debajo de este relato de tono ligero emerge un discurso mucho más complejo que, por un lado, se ríe de las estrategias tradicionales de seducción y la masculinidad heteronormativa, deconstruyéndola. Y por otro, establece un juego de reflejos entre una mujer que se ve sorprendida y superada por un hombre que en algunos aspectos logra por fin llegar a acercarse a ella, aprendiendo de sus errores y buscando su complacencia más allá de la programación preexistente.

La elección de Dan Stevens para el reparto y la distancia de la cámara resultan clave para crear cierta percepción no humana en su interpretación, marcada con el suficiente exceso dramático para acentuar la propia personalidad del actor desde lo físico o las inflexiones de su voz —que en otro lugar podrían exponer sus carencias de registro, pero aquí se adaptan perfectamente al rol—. Desde esta credibilidad construida como galán cinematográfico, Stevens encarna aquí todos los valores de la masculinidad clásica en los juegos de cortejo y conquista: las flores, los baños, los masajes, los desayunos en la cama y hasta el sexo retratado desde la exageración digna de una novela rosa. En su evolución, según congenia cada vez más con su pareja humana, se encuentra la contradicción que elabora discursivamente Maria Schrader en la cinta, que conecta muy bien con otro título de género fantástico reciente como Little Joe (Jessica Hausner, 2019), donde se explicitaba a través de la producción de una extraña flor que exige muchos cuidados —pero colma de una total felicidad a sus dueños— la idea de la mercantilización de las emociones tan presente en la sociedad capitalista actual. Tom está programado para intentar complacer en todo a Alma. Se trata de una experiencia hiperindividualizada de las relaciones sexoafectivas centradas únicamente en el yo, que proyecta todos sus anhelos en otro ser que le devuelve exactamente lo que espera.

¿Cómo se puede saber si un amor basado en estas condiciones es real o simplemente una ilusión, una consecuencia de la autocomplacencia, de manufacturar sentimientos como dosis de narcóticos para que nos provoquen exactamente los estados emocionales que creemos necesitar en todo momento? La intimidad da paso a la revelación de facetas desconocidas de ambos. Con una serie de situaciones en su lugar de trabajo y con amigos o en la intimidad, I’m Your Man busca subvertir ese discurso dominante de la era de las aplicaciones de citas y las pantallas como medio de interacción humano preeminente, que la vinculan con Her (Spike Jonze, 2013) conceptualmente en cuanto a la teorización de la naturaleza del amor y sus ambivalencias más allá de los constructos culturales. El tratamiento escénico aprovecha especialmente bien los interiores de la casa de su protagonista y la profundidad de campo en las composiciones de sus planos, pero Schrader se preocupa más por mantener el ritmo de la narración con un montaje ágil más propio de una comedia de enredo, muy atento a las reacciones y a los diálogos de los personajes —subrayados por la banda sonora de Tobias Wagner— que a los términos estrictamente formales en su aspecto visual. Algo que no lastra una película de una gran precisión en los límites temáticos y tonales de su narrativa, que satisface las expectativas en su conclusión sin dejar de lado las siniestras resonancias de sus elementos de ciencia ficción, cuya posibilidad dibuja un presagio terroríficamente verosímil ante la percepción actual de los caminos por los que discurre nuestra evolución tecnológica.

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