Conclusiones de Berlinale 2019

Con muchos de los acreditados de prensa especializada pensando más en la edición de 2020 de la Berlinale —que será la primera organizada bajo el nuevo director artístico Carlo Chatrian— ha finalizado la última, que podría definirse como el remate final de la era Dieter Kosslick. Si en los últimos años la cantinela habitual era criticar la sección oficial del certamen, en esta ocasión el jurado, su palmarés y la desigual selección a competición han conseguido convencer irónicamente a muchos de los habitualmente más críticos con su (carencia de una) línea de programación. Nadav Lapid (Synonymes, trailer) ha obtenido un Oso de Oro que tendrá muy probablemente mucho más recorrido y aceptación crítica que el del año anterior. Así lo refrenda FIPRESCI. Ozon (Grâce à Dieu, trailer) parece recuperado de su paso en falso tras L’amant double (2017) con un film que aborda una temática terriblemente actual sobre el que recayó el Gran Premio del Jurado. Y en ese terreno indefinido del premio Alfred Bauer reconociendo películas que abren supuestas nuevas perspectivas cinematográficas System Crasher (Nora Fingscheidt, teaser) obtuvo la distinción. So Long, My Son de Wang Xiaoshuai o I Was at Home, But de Angela Schanelec son otras de las cintas que más aceptación tuvieron durante el festival y que se llevaron premios.

Si en otras ocasiones mi defensa de la sección oficial había sido apasionada —incluso el año anterior en la que se destrozó por sistema—, en esta edición directamente eludí los nombres de autores que me interesaban más bien poco o nada. Al final fueron galardonadas muchas de las ausencias de mi agenda de proyecciones. Viendo la acogida de algunas premiadas y no premiadas como la de Schamelec mis sospechas a priori es que ciertas corrientes estéticas y formales del cine de autor festivalero son irreconciliables con mi criterio individual. Donde obtuve mucha mayor recompensa fue en la exploración más o menos minuciosa de las secciones paralelas, retrospectivas y clásicos restaurados. Resulta muy sospechoso que se pueda encontrar mucho más riesgo y compromiso en títulos de hace más de treinta años en condiciones políticas y culturales mucho más complejas y difíciles de sortear que las actuales para contar lo que se quiera. Pero es lo que se deduce viendo películas como The All-Round Reduced Personality – Redupers (Helke Sander, 1978), Dorian Gray in the Mirror of the Yellow Press (Ulrike Ottinger, 1984) o Blind Spot (Claudia von Alemannm, 1980). Todas ellas en el contexto de la retrospectiva «Self-determined. Perspectives of women filmmakers», que contaba con obras de mujeres cineastas alemanas entre 1968 y 1999.

O la bella y delicada primera película protagonizada por Liv Ullmann entre los clásicos restaurados —The Wayward Girl (1959)— que supuso la última entrada en la filmografía de su directora Edith Carlmar, la que fuera primera mujer en dirigir cine en Noruega. Del pasado también vino en Forum la restauración del magnífico documental Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (Marta Rodríguez y Jorge Silva, 1981), un fascinante registro de la lucha revolucionaria indígena fusionada con su espiritualidad y cosmovisión. De hecho es dentro de los márgenes de la llamada “no ficción” donde es posible encontrar algunas de las propuestas más arriesgadas y las voces más personales. Destacan especialmente los retratos autobiográficos de cineastas como Locked Up Time (Sibylle Schönemann, 1991), Varda by Agnès (Agnès Varda), Midnight Traveler (Hassan Fazili) y Born in Evin (Maryam Zaree). El cine como registro directo de la realidad cercana e indistinguible de las propias vidas de sus protagonistas, pero también para desafiar la manipulación y la proyección en el entorno como hace African Mirror (Mischa Hedinger) cuestionando precisamente los límites de la imagen documental, el discurso que se impone a través de ella y su verosimilitud.

Quizá lo que más interesante en secciones paralelas como Forum, Panorama y Perspektive Deutsches Kino sean los nuevos talentos emergentes y sus miradas sobre las generaciones y el tiempo a los que pertenecen. En easy love (Tamer Jandali) podemos ver la crisis actual de las relaciones tradicionales y los diversos puntos de vista ante el sexo y el amor de un puñado de individuos de distintas edades, orientaciones sexuales y modos de enfrentarse o eludir la monogamia. O la tan manida crisis existencial y confusión de los protagonistas de Thirty (Simona Kostova). Incluso hay sitio para la observación incisiva a la omnipresencia a veces invisible de las estructuras de opresión de Staff Only (Neus Ballús), El despertar de las hormigas (Antonella Sudasassi, trailer), Suc de síndria (Irene Moray, trailer) o Temblores (Jayro Bustamante). Un análisis recurrente de la realidad que no deja de aportar aspectos que trascienden su representación en pantalla. Sin embargo es un film de concepción puramente cinematográfica y visual, alejada del cine social o de mensaje, la que justificó sobradamente esta última edición del Festival de Berlin: A portuguesa (Rita Azevedo Gomes, trailer). Y lo hizo el primer día. Jornada tras jornada se fue confirmando que no había otra película parecida a ella ni su concepción del espacio y la puesta en escena o el maravilloso delirio estético que emanaba de sus composiciones y coreografías de sus intérpretes.

Aunque resulte una ardua tarea el analizar exhaustivamente decenas de películas, no voy a negar que cierta coherencia en la selección sea necesaria. Aun y todo, la variedad de propuestas que año tras año se confirma en Berlín está muy lejos de poder ser alcanzada por ningún otro festival de tradición tan longeva e importante. Lo nuevo se mezcla con lo viejo, lo más convencional con lo transgresor y hasta experimental (Die Kinder der Toten, Kelly Copper y Pavol Liska). Figuras desconocidas y jóvenes cineastas comparten pantallas y salas con representantes ya en decadencia de cierto cine europeo que se ve extinguiéndose, que apenas sobrevive por este tipo de eventos y a través del reconocimiento en la prensa. No seré yo quien reivindique la era Kosslick con sus proyecciones especiales y fuera de competición elegidas por el glamour que puedan aportar a la alfombra roja, por los nombres o por la proximidad con los Oscars. Pero fuera de darle una consistencia y perspectiva renovada a la sección oficial o reducir los compromisos comerciales que ponen en riesgo la credibilidad de su programación, pocas cosas son realmente mejorables en una Berlinale que cuenta con instalaciones impresionantes como el Zoo Palast o el Friedrichstadt-Palast o una organización y consideración con la prensa tan cuidadosas.

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