Conclusiones D’A: Cuestión de miradas

A pesar de que el D’A es un festival cuya propuesta es honesta a carta cabal ya desde el propio nombre del certamen siempre hay una sensación de adentrarse en terreno inhóspito con cada elección. Cierto es que con autores ya consagrados (y por utilizar terminología de otro evento son ya casi amigos del festival) como Hong Sang-soo o Apichatpong Weerasethakul la apuesta va sobre seguro y eso es algo reconfortante, más cuando y, perdóneseme la expresión, siempre hay el riesgo de que, bajo el epígrafe de cine con visos de radicalidad, te tengas que enfrentar a auténticos ladrillos cinematográficos.

Pero este es el juego, y como se suele decir, al D’A se viene a jugar. Pero claro está, hay veces que la apuesta sale cara y otras veces cruz, como ha sido el caso de esta edición. Con ello no estamos poniendo en tela de juicio ni la programación ni, por supuesto, a los programadores. Sencillamente se trata de poner sobre el tapete la idea de que, o bien sea por el material en crudo o bien por una serie de (malas) elecciones, el nivel de este D’A no ha estado a la altura de otros años.

Nada que objetar, eso sí, a nivel organizativo. Puede que sea un festival modesto, dentro de lo que cabe, pero que sigue funcionando como un auténtico reloj en cuanto a facilidades, puntualidad y amabilidad. Pero volviendo a la programación, no se puede decir que hubiera ausencia de grandes nombres. Aparte de los comentados más arriba teníamos a Terence Davies, Mathieu Amalric o Mia Hansen-Løve (por citar a algunos), es decir, apuestas bastante seguras. Y, sin embargo, la decepción ha estado a la orden del día.

El nivel mostrado, no solo en los autores consagrados, ha oscilado entre la frialdad (Bruno Reidal), la indiferencia (Petit solange), el histerismo disfrazado de intensidad (Abrázame fuerte o Ahed’s Knee) o directamente el ‹arty› plomizo (The Souvenir). Curiosamente, también ha habido sorpresas agradables entre lo que podríamos considerar propuestas outsiders como la ganadora Ninjababy, White Building o Hit the Road. Pero recordemos, sin embargo, que esta valoración sigue siendo en función de lo que hemos visto en el certamen y nunca puede ser considerado de manera global. Un visionado de otras propuestas podría cambiar radicalmente el panorama.

Dicho esto, y a pesar del sabor agridulce que nos deja esta edición, hay que poner en valor, una vez más, la importancia de su celebración. Al fin y al cabo, el D’A es una oportunidad de oro para contemplar propuestas con escasa repercusión publicitaria, por no hablar de imposibilidad de estreno y distribución. Un festival que permite descubrir nuevas visiones, nuevos autores a la vez que ofrece las novedades de autores más consagrados. En definitiva, puede que vayamos a jugar y puede que esta vez hayamos “perdido” (por así decirlo), pero este es un juego al que siempre vale la pena acudir y jugar.

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