Abrázame fuerte (Mathieu Amalric)

Abrázame fuerte sería un caso paradigmático de cómo una buena idea (aunque no tan original como se nos quiere hacer ver) puede ser arruinada por la voracidad autoral de su director. Que no se malinterprete, la capacidad autoral del Amalric director está más que probada. No tan solo por su competencia, sino por su voluntad, y en eso sí brilla la marca autoral, de tener una firma propia, que sus películas tengan una personalidad que vaya más allá de la repetición de tropos formales como emblema reconocible.

Se podría decir que Amalric destaca fundamentalmente por el arrojo, el atrevimiento. Algo que vuelca, al igual que en su faceta de actor, en el apasionamiento, en una ferocidad romántica casi desesperada. Es remarcable, pero conlleva el riesgo de balancearse siempre en un fino alambre que separa la transmisión del sentimiento, vía exaltación sentimental, del abismo del ridículo por exceso de intensidad mal controlada.

Si se pudiera definir con una palabra a Abrázame fuerte esta sería enervante. Hay una necesidad continua de remarcar, subrayar y amplificar todo el espectro emocional. Algo que se antoja innecesario, no tanto por el propio arco dramático de la película, ya de por sí suficientemente recargado, sino por intentar poner de relieve que detrás de la obra hay alguien manejando los hilos a modo de maestro de marionetas.

Precisamente ese, sin descontar el volumen de los gritos y la supra gestualidad de los personajes amén del insoportable machaque pianístico, es el principal problema del film. La sensación de no estar ante nada auténtico, ante un drama verdaderamente humano. En este sentido, su estructura (no diremos cuál para no incidir en posibles ‹spoilers›) no le hace ningún favor: aunque todo cobra cierto sentido al final, su puzzle acaba por no ser un recurso-eje de la historia, sino una especie de capricho al servicio de los antojos del director. Lo mismo pasa con sus personajes, su drama, sus acciones; todos parecen sacados de un manual de clichés hiperactuados cuya única finalidad es ser no transmisores sino embudo de sentimientos con el que el espectador tiene que tragar.

Lo más lamentable, en realidad, no es tanto el resultado final, sino la sensación de que, si con un punto de orden, de más planificación y contención, el efecto emocional habría llegado más lejos que en este caso de ataque de autoritis. Eso y también, por supuesto, la sensación de pesadilla inacabable que transmite. Algo que podría ser apreciable si fuera constatación de la atmósfera, de la puesta en escena y no del agotamiento físico que produce su metraje.

Es por ello que Abrázame fuerte puede considerarse un producto que se articula en base a los “casi”. Casi original, casi profunda, casi emocionante, casi original, casi, en definitiva, muestra de lo que debe ser una película de autor. Pero en su lugar se queda en lo que se parecería más a la obra de un debutante con ganas de agradar y que por ello peca de exceso en mostrar un talento que sin duda está ahí sepultado entre toneladas de arrogancia y descontrol.

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