Brighton 4th (Levan Koguashvili)

Un lugar donde reunirse con otros compatriotas, para entonar viejas canciones, comer queso y beber licor. A casi nueve mil kilómetros de distancia. O bien a seis mil millas marítimas para los valientes. Ese sitio es Brighton 4th. El inmueble al cual llega el sabio luchador Khaki. Como si fuera un resucitado. En el coche fúnebre de un pariente lejano que lo recogerá en el aeropuerto de Nueva York, proveniente de Georgia, en la remota Europa, tan al este. Viaja para salvar a Soso, su hijo, acuciado por las deudas y la ludopatía. La lejanía no importa si están rodeados de los suyos. El cielo gris es el mismo en Tbilisi que sobre Nueva York. El horizonte, también es idéntico.

En el caso del Atlántida Film Festival, la sección que comenzó llamándose Domestik resultaba extraña. Hasta el momento actual parecía indefinida o algo confusa en su planteamiento. Aunque Brighton 4th es un film que puede aclarar el matiz diferenciador de la sección, ahora llamada Domestic (sin k). Porque si algo la caracteriza es la sensación de tener un hogar en otro continente, un refugio parecido al doméstico de procedencia, Georgia, pero situado en Norteamérica. El microcosmos que se cimenta en el piso compartido por varios georgianos, regentado por la cuñada del protagonista. Un lugar que se amplía fuera, en los exteriores de un barrio neoyorquino lleno de carteles comerciales en bares y tiendas, grafismos escritos con caracteres cirílicos. Más los locales adyacentes a la playa de Brighton que se identifican con la zona denominada pequeña Odessa.

Esta cercanía que se aprecia en el entorno de los personajes, no surge solo en los Estados Unidos. La secuencia inicial es de una lógica rara por su consistencia. Durante la emisión de un partido de futbol en la televisión, dentro de un local de apuestas, como el de cualquier barrio en cualquier ciudad. Allí se origina una discusión entre un cliente marrullero que grita y molesta al resto de asistentes. La pelea sube de tono con un hombre maduro que le llama la atención por su conducta. La escena progresa desde un planteamiento, desarrollo y resolución que termina con la expulsión del segundo cliente fuera del local recreativo. La narración parece desligada de lo que sucederá después, cuando el cliente maduro se encuentra con Khaki, su hermano. Entonces le confiesa que ha perdido todo el dinero con esas apuestas. La secuencia da pistas del viaje futuro, además del carácter idéntico de Soso, hijo del protagonista; como perdedor, ludópata y embaucador. Además de ser el sobrino del cliente expulsado, tan parecidos ambos en su capacidad de engañar a los seres queridos.

Esta forma dilatada de presentar cada secuencia con una entidad propia, ya sea con los planos generales de grupo, fijos, cruzados por movimientos o leves reencuadres. Sin enfatizar por ‹travellings›, ni por cortes de plano a contraplano. Evitando la exposición simple televisiva como apoyo. Acompañando a los personajes, bien en su ambiente o en la desubicación del sitio en el que se encuentran. Y mostrando la relación de todos los que habitan cada escena mediante sus diálogos, acciones y posición en el encuadre.

La puesta en escena sucede de manera naturalista, aunque tenga una preparación sutil de todos los elementos y actores que aparecen en cada plano. Con esa progresión dramática que propicia la calma pero no resulta pesada. Narrando cada suceso, giro argumental o acontecimiento desde la mirada serena del viejo protagonista.

Brighton 4th, el tercer largometraje de ficción dirigido por Levan Koguashvili, parte del guión de Boris Frumin, su coguionista habitual y aquí escritor en solitario. Crea un puente desde los viejos westerns con ese protagonista leal, dispuesto a lograr su misión hasta el final. Traza conexiones con el cine de mafiosos, intriga y el subgénero de tahúres enajenados por las apuestas. Y a pesar de las discusiones, las peleas cuerpo a cuerpo, a base de puñetazos o patadas, la sombra del campeón olímpico de lucha, dispuesto a pelear por última vez. Aunque la violencia y la tensión están presentes, el honor y la dialéctica hacen acto de presencia para conseguir las victorias. La película sobrevive como una de vaqueros por la emoción. Como una de bandas criminales sin pistolas. Al ritmo de viejos himnos georgianos entre compadres.

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