After Blue (Bertrand Mandico)

Fantasía para escépticos

Decía un crítico que es más divertido escribir esta película que verla. Sin duda es una afirmación que puede o bien moderar las expectativas o hacer que el espectador se lance directamente a verla. Este film vio la luz en la pasada edición del Festival de Sitges, pero sin cosechar grandes impresiones por parte del público y de la crítica.

A su modo, la marciana After Blue podría ser la continuación de la recientemente restaurada On the Silver Globe, de Andrzej Zulawski, en lo que respecta al abanico de temas que despliega, y de The Forbidden Room, de Guy Maddin a nivel estético y formal. Se abre ante el espectador una extraña alquimia que por momentos parece que haya hecho ascender el infierno a la Tierra, en la medida en que los parajes nos resulten familiares pero se revelen en pantalla de forma subversiva y grotesca. After Blue se configura como un film que parece marcar el inicio de una raza, y es fácil, a pesar de que la trama destile confusión e incoherencia, dejarse seducir por las imágenes que pasan ante nosotros, que rozan lo ‹camp›. Un personaje femenino, por ejemplo, en lugar de tener genitales esconde un espejo en el que el protagonista se ve reflejado. Llaman la atención detalles de esta índole, que parecen reforzar la noción de que el ser humano en realidad es un animal que se agrupa en sociedad y se enclaustra en su cultura, hasta el punto de olvidar que hay muchos otros modos de organizarse.

Bertrand Mandico, una de las voces más llamativas del panorama francés actual, ya nos sorprendió gratamente con The Wild Boys y su asombroso montaje, digno de escenas de grandes clásicos como el final de Bonnie and Clyde. En After Blue, Mandico diseña un viaje ultrasensorial bañado en una sinfonía de colores que rellena un febril entorno post-humano. Su trabajo con la paleta por momentos se acerca más a las composiciones pictóricas que a la imagen en movimiento. Atesora soluciones prácticas de puesta en escena, próximas a los convencionalismos clásicos, pero nunca puede ser tomada del todo en serio. Es una remodelación autoconsciente del género fantástico, un ‹worldbuilding› en el que se reintegran gestos, modelos y motivos de esta tipología de films. El objetivo es reenfocarlos desde una aventura que, como indica el subtítulo de la cinta, es un paraíso sucio, un anti-jardín de las delicias. Personajes como el de la Bruja, por ejemplo, quedan a leguas de figuras como la Reina de Narnia, que establecía vínculos con el espectador sin necesidad de que éste tuviera que cuestionarse si lo que le cuentan es fruto de la ironía o de la fascinación. De hecho, podría estar interpretada por Helena Bonham Carter, una actriz enormemente capacitada para mimetizarse con sus personajes, pero siempre conservando un grado mínimo de artificio en sus movimientos.

Esta es fantasía para escépticos, para el público que ya no se deja seducir por las crónicas aventureras o las leyendas artúricas y está deseoso de presenciar en pantalla modelos identitarios y heroicidades que dejen de lado la norma impuesta por lo canónico. Una película que te embadurna, entre la sensualidad y el artificio, y que por mucho que uno desee no puede apartar la vista a la espera de la siguiente extravagancia.

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