Ashkal, los crímenes de Túnez (Youssef Chebbi)

La arquitectura del fuego

Ante el amparo del esqueleto de los Jardines de Cartago, una especie de mirada al pasado y al futuro de un país en reconstrucción, nos encontramos frente al crimen, la desigualdad y la espesura moral a la que se enfrentan los protagonistas de esta historia.

Los restos de un cuerpo en llamas enmarcado en los preliminares cimientos de un edificio es solo el inicio de una selección de imágenes capaces de transmitir su mensaje a dos tonos. Uno se centra en el misterioso caso que persiguen los dos policías a los que seguimos durante toda la película, cuerpos auto inmolados sin una concreta motivación. El segundo, y nuevamente atado a la perspectiva de la pareja, nos guía por los tumultuosos rescoldos gubernamentales y sociales de los cambios que ha vivido Túnez en los últimos años tras la revolución.

Ambas líneas se entremezclan, y mientras va quedando clara esa concepción social en la que se estructuran las altas esferas del país, se va volviendo más místico e intrigante, llevándonos a un punto de no retorno. En el centro se perfilan dos personalidades fuertes con muchos frentes abiertos. Youssef Chebbi elige una pareja policial que represente sus inquietudes a través de Fatma, una joven a la que los compañeros dan la espalda por ser su padre un azote para los mismos y Batal, un hombre que forma parte de ese pasado oscuro del régimen político anterior y aún así está dispuesto a formar equipo con su compañera. Con detalle y sin apenas emplear el diálogo para ello, nos presenta físicamente cuáles son las inquietudes de ambos personajes, dibujando su soledad y su amargura en el día a día. Es realmente un pincel lo que Chebbi utiliza para mostrar este Túnez actual, trabaja con mucho cuidado y dedicación los encuadres para enfrentar continuamente a los actores con las zonas en construcción de la ciudad (y un país entero en consecuencia), que están a medio camino, no se distingue si en dirección a la decadencia o a la plenitud, como un recurso más bien lírico que se expresa a voluntad propia. Es en ese ámbito de vigas, cemento y maleza donde brilla con especial atractivo el fuego, que se convierte en una constante con la que romper la dinámica.

El fuego es una muestra de desesperación o de control, algo difuso y luminoso dentro de este oscuro thriller que sirve de vehículo para dar forma a un misterio por resolver, el elemento que nos permite ver actuar a los dos policías. Parece que Chebbi no tiene claro si desea trabajar el policíaco o el drama social, lo que sí quiere es convertir Túnez en un ente vivo, que reacciona a través de su población al complejo proceso de reconstrucción por el que está pasando.

Mientras el caso policial se transforma en algo críptico que nos hundirá en la intriga más absoluta, la evolución del resto de los personajes va llenando esos huecos que va creando el fuego, llevándonos de lo etéreo a lo humano, sin soltar en ningún momento ese tono apesadumbrado que tan bien se perfila en ‹noir›. No parece posible un final positivo en ningún ámbito cuando la espiral violenta va tomando forma, pese a que las situaciones incómodas queden siempre relegadas a un segundo plano, forzando nuestra imaginación dentro de esos encorsetados planos en los que cualquier espacio abierto se torna asfixiante. Es enorme la colección de imágenes que quedan ancladas a la retina, donde quedarse quieto ante el peligro parece la única opción, intentando dosificar una especie de espeluznante belleza ante lo trágico, lo que no tiene explicación. Sin duda una apuesta arriesgada dentro del thriller que no hay que perder de vista, como ese fuego luminoso y definitivo que aísla nuestras miradas.

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