Arquitectura emocional 1959 (León Siminiani)

El espacio y más concretamente la arquitectura mediatizan por completo nuestras relaciones personales, ya sea creando conflictos o facilitando su resolución, generando barreras o acercándonos. En el cine se traslada esta cuestión a la manera de afrontar la composición de los planos y el movimiento de los actores en ellos, ya sea en interiores como en exteriores o decorados. Se trata de un problema tan antiguo como el hecho de filmar. Un ejemplo de ello sería la inclasificable Un efecto óptico (Juan Cavestany, 2020), cuyo hermético relato en realidad encapsula un completo estudio de cómo se ruedan las ciudades, sus edificios, las personas que las habitan. No es lo mismo grabar imágenes de los edificios de Nueva York que de las calles de Burgos. Si se transforma la estrategia de capturarlas, se cambia también los espacios en sí mismos en el proceso. Otro filme relacionado con la arquitectura urbana como Medianeras (Gustavo Taretto, 2011) usaba las peculiaridades del diseño urbanístico de la ciudad de Buenos Aires para hablar de cómo afectaba en su vida diaria a sus protagonistas y la historia de amor que podría surgir entre ellos. A este se encuentra más cercana la tesis de Arquitectura emocional 1959 (León Siminiani, 2022).

Haciendo uso de imágenes de archivo procedentes de noticieros, fotos, planos y mapas combinados en su montaje con una dramatización actual en las calles de Madrid, Siminiani narra una historia de amor entre dos estudiantes que se conocen durante el curso 1958-1959 en la Nueva Ciudad Universitaria gracias a la particular localización de un solitario banco delante de la facultad. El símbolo de la nueva España de la dictadura es el escenario además dónde se fragua el movimiento antifranquista de las nuevas generaciones de jóvenes nacidos después de la Guerra Civil. Allí es donde Sebas y Andrea inician un romance y un paseo atravesando la ciudad, con el que localizamos el lujoso edificio en el que vive ella, mientras él se reserva misteriosamente la información de dónde reside. La ironía sobrevuela toda la cinta en la interacción de la voz del narrador enfrentada a sus imágenes y a través de su dimensión intertextual, mientras explica al mismo tiempo que se desarrolla su metraje los propios entresijos de la producción o interactúa dialécticamente con sus actores e imágenes. Esta es una historia de arquitectura, política y romance, de cómo aparentemente estos conceptos que no tienen nada que ver están inextricablemente unidos y crean sinergias, contradicciones y colisiones constantes en pequeños y grandes detalles, tanto cotidianos como históricos.

De manera coherente con su aspecto temático, Arquitectura emocional 1959 establece fuertemente los espacios urbanos de distintos lugares en las evoluciones de sus protagonistas caminando por sus calles. Las indicaciones de mapas, las comparaciones con antiguas fotografías y el seguimiento a vista de pájaro en planos generales indicando el movimiento preciso con una flecha se comunican con un montaje diseñado para mantener la integridad de esos mismos espacios en su tratamiento fílmico. Todo para fijar unos puntos de referencia que son necesarios para explicar primero la distancia física y después de clase socioeconómica que atraviesan también la emocional que separa a los personajes que interpretan Marta Carmona y Manuel Egozcue en determinado momento.

El acceso a la vivienda ya era entonces uno de los grandes problemas de los trabajadores en España, registrado en películas de la época como El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1957) o El pisito (Marco Ferreri, 1958). Esa preocupación se incluye en su narrativa con los humildes bloques en los que se aloja la familia de Sebas. Construidos en el otro extremo de la extensión de la Castellana, su localización añade al romántico gesto de caminar para entregarle una carta de reconciliación a Andrea un toque melodramático específico, que no existiría de vivir en otro lugar. La arquitectura marca así no sólo las diferencias y las distancias, la comunicación y el encuentro, sino también el clímax dramático del relato, confirmando su importancia como constructora de realidades dentro y fuera de la ficción.

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