Ane (David P. Sañudo)

La profunda fractura de la sociedad vasca —determinada por un irresoluble conflicto político que sigue vigente en nuestros días— está más que nunca de actualidad en el audiovisual español. A esto han ayudado estrenos recientes de series de televisión como La línea invisible (Mariano Barroso, 2020) y Patria (Aitor Gabilondo, 2020). Lejos de la perspectiva histórica, del tratamiento espectacularizante y el melodrama, realizada con actores vascos y rodada en euskera, Ane (David P. Sañudo, 2020) propone una mirada íntima y desde la faceta humana de contacto directo de sus protagonistas con las consecuencias de la polarización social en sus vínculos familiares y personales a través de lo cotidiano. Seguimos a Lide (Patricia López Arnaiz), una guardia de seguridad en las obras del tren de alta velocidad en Vitoria en 2009. Su rutina consiste en aguantar los ataques de vandalismo e intentos de boicot de quienes son contrarios a la infraestructura mientras lo compagina lo mejor que puede con la crianza de su hija adolescente y su propia vida. Un día como otro cualquiera Ane (Jone Laspiur) desaparece y su búsqueda sirve para desvelar la auténtica naturaleza de la relación entre madre e hija, mediatizada por una distancia no sólo afectiva, sino también ideológica.

El dispositivo formal de Ane se mantiene en una rigurosa sobriedad para elaborar visual, narrativa y dramáticamente una confrontación clara entre el punto de vista de Lide y el de su hija, con una estructura que permite contrastar los mundos y las visiones de ambas, su desconfianza y las mentiras en una familia ya rota por la separación de los progenitores. Una economía de planos se hace evidente desde el comienzo en su concisión al desarrollar el relato y mantenerlos sin cortes en numerosas ocasiones —sin renunciar estilísticamente a subrayarlo con el uso de trávelins, por ejemplo—, ayudando a la descripción de una ambientación realista en los lugares que visita la madre en la ciudad (el colegio, la comisaria…), pero también a la progresión de la tensión en las secuencias. El desconocimiento profundo del tipo de compañías y actividades que mantiene fuera del hogar y de la supervisión de un adulto no deja de estar provisto de una conmovedora ambivalencia por parte de la compleja interpretación de López Arnaiz, cuya máscara se descompone sutilmente en ocasiones, cuando podemos observar cómo se confirman sus sospechas y temores. El enfrentamiento público se hace explícito en la molestia que produce la presencia de Lide en los comercios del barrio o al encararse con los activistas que se oponen a las expropiaciones de viviendas o su colaboración en la obra.

La importancia de las imágenes y su hegemonía para retratar este conflicto no sólo se hace patente a través del metraje del filme, sino que también se incorpora mediante el interés de la propia Ane por ellas, a través de referencias al cine y de las grabaciones que realiza a algunos de sus compañeros. Esas grabaciones suponen un nuevo instrumento, una nueva arma de guerrilla, para promover la lucha y registrar las acciones de boicot que se llevan a cabo y de las que nadie puede negar su existencia ni manipular.

Pérez Sañudo utiliza hábilmente la similitud del plano secuencia que utiliza al comienzo y al final de la película —confirmando la circularidad temática y de su narración mientras repasa la aparente banalidad de la entrada a casa de Lide al llegar del trabajo con multitud de detalles de la decoración, del orden y limpieza que filtran el estado de ese microuniverso doméstico. El papel de pared rasgado junto a la puerta de la habitación de Ane permite expresar desde lo estético la ruptura entre madre e hija, que incluso subsanada permanece en el mismo lugar para quienes sepan de lo sucedido. La fragmentación de espacios y del cuerpo en la casa, el reencuadre utilizando marcos de puertas, paredes y pasillos reproduce la opresión externa en su intimidad y permite explicar visualmente cómo se perpetúa socialmente. Incluso el uso del plano-contraplano en Ane se ve provisto de un extraordinario significado discursivo de la gestión de los espacios a partir de una situación tan común como el desayuno en la mesa de la cocina, en un contundente final abierto a la interpretación, el deseo y la esperanza del espectador… y de todo un pueblo.

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