Un pequeño mundo (Laura Wandel)

En tierra hostil

Ganadora del premio FIPRESCI en la sección Un Certain Regard del pasado festival de Cannes, este viernes se estrena Playground (Un monde si nos referimos a su título original). El debut de Laura Wandel en el largometraje, que no ha hecho más que recibir halagos desde su presentación en el certamen francés, es una propuesta sencilla y austera de solo 70 minutos. Se centra en Nora (Maya Vanderbeque), una niña de siete años que inicia una nueva etapa escolar en el centro donde estudia su hermano mayor, Abel (Günter Duret). Allí descubre que su hermano sufre abusos por parte de otros alumnos, pero este la obliga a permanecer en silencio y a que le prometa que no intervendrá en la situación originando, pues, un debate interior en Nora: ¿actuar para prevenir los abusos y ayudar a su hermano o callar y mantenerse fiel a su promesa?

La hostilidad de un mundo aparentemente inocente es, sin duda, uno de los temas que más le interesan a Wandel en Playground. La película transcurre exclusivamente en la escuela, como si esta fuera una especie de espacio carcelario del que la protagonista no puede escapar. Una cárcel física, pero también moral, puesto que así son los dilemas que se le plantean a Nora a medida que la trama avanza. Para reforzar esta idea, la cámara permanece constantemente pegada a ella, a la altura de sus ojos, manteniendo en fuera de campo el resto del espacio. Es inevitable no pensar en películas recientes como El hijo de Saúl (László Nemes, 2015) o el cine de los hermanos Dardenne y, aunque el tratamiento formal que Wandel aplica a su historia en un inicio tiene una justificación evidente, poco a poco va perdiendo solidez y termina por negarle a sus imágenes cualquier posibilidad de crecimiento, contradiciendo, por lo tanto, el principal objetivo del filme: mostrar la evolución de sus dos protagonistas y su definitiva unión emocional en un contexto de una hostilidad abrumadora.

Veamos, por ejemplo, la primera entrada de Nora al colegio. El sonido va surgiendo en escena como una onda amenazante que envuelve a la niña y al espectador, situándolo, en un principio, en la misma posición de vulnerabilidad. El espacio quedará siempre fuera de campo o desenfocado y solo cuando Nora pierda el temor con un par de compañeras, estas entrarán en cuadro.

No obstante, Wandel es incapaz de mantener orgánicamente el hermetismo de su planteamiento inicial y desaprovecha un recurso expresivo adecuado formalmente para la crudeza del acercamiento al mundo de la niñez que, en un inicio, parece querer realizar. Poco a poco, esta idea se devalúa hasta carecer de cualquier valor visual y el filme se sostiene a duras penas gracias a la entrega total de Vanderbeque y Duret. El inteligente uso del fuera de campo termina convirtiéndose en una técnica cansina y hasta cierto punto caprichosa, más cerca del dispositivo autoral vacuo que no de mantener una coherencia narrativa a través de las imágenes. Los momentos de abuso entre diferentes niños —de una violencia completamente desorbitada, por cierto— se mantienen dentro o fuera de cuadro sin considerar cuál es el punto de vista inicial, es decir, la mirada temerosa y cabizbaja de una niña de siete años. La cámara pasa entonces a tener una libertad que rompe injustificadamente con su propuesta inicial, siendo la película una experiencia inmersiva insustancial en un espacio escolar retratado como si se conviviera en tierra hostil.

Sin embargo, Playground falla incluso en eso, en ser un mero entretenimiento. Simplemente, es otra película más con muy poco que decir y, lo que es peor, con nada que mostrar en imágenes.

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