12 años de esclavitud (Steve McQueen)

Que la Academia de Hollywood tiene debilidad por las historias desgarradoras sobre superación personal es un hecho que ni el más despistado puede renunciar a aceptar. En ocasiones descalabradas, incluso las películas con aroma de telefilm se cuelan en algunas candidaturas a los premios Oscar, a cuenta de transmitir hazañas y relatos compuestos por unos valores tradicionales de visceral arraigo en la cultura norteamericana, que agitan su pasado y lo redimen. Ya sean derechos civiles, derechos individuales, abolición de la esclavitud, igualdad a los ojos de Dios; la historia está escrita con sangre y forjada con cadenas de opresión hacia la libertad y la vida digna de aquellos no reconocidos por las escrituras.

Cada año, como digo, varios títulos de estas características se cuelan en las quinielas. Y en este que aún nos ocupa, si bien El mayordomo, de Lee Daniels, ha actuado como purificador y evangelizador de conciencias, a través de un uso exacerbado de los cánones más manipuladores y ornamentales del star-system, 12 años de esclavitud, de Steve McQueen (Hunger, Shame) viene a hacer lo propio como extremaunción de las mismas, ofreciendo una mirada descarnada y descorazonada hacia los señores de las tierras, las leyes inhumanas que les amparan y sus propiedades, los negros esclavos.

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Lejos de ensalzar pulcra y bondadosamente las luchas idealistas y las diferencias entre razas, conminados los hombres libres por los hombres con voluntad de tropelía y agravio, el director británico convierte la reconstrucción histórica en una incesante acumulación de excesos gráficos, prácticas abusivas y rechazos a la sugerencia. Estos recursos, que abrazan la visceralidad y la explicitud concienzuda, conmocionan a través de una brutalidad expositiva por momentos incontenida y paroxista. Es decir, sofocando, acogotando, asfixiando conceptual y literalmente, hiriendo a la fuerza.

La película nunca precisa de nuestra participación, por ello no existe separación u objetividad con respecto a lo narrado. McQueen, que nunca se ha destacado por ser sutil ni limitado, rechaza la posibilidad de jugar con la pluralidad, algo que sí hizo con gran éxito en Hunger. Multiplica las posibilidades de las secuencias recurriendo a circunloquios e incisos que explicitan lo que deberían describir, por sí mismas, la puesta en escena, la dirección de actores y la adaptación textual, más pendiente de criterios y patrones que de espontaneidad.

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12 años de esclavitud debería dejar a la audiencia en un estado de exaltación pero, en lugar de eso, deja a la misma simplemente exhausta ante la letanía de reiteraciones, itinerarios discursivos y violencia gráfica. McQueen parece haber filmado más con el corazón, puesto en sus antepasados, que con la razón y por momentos se enfunda un traje del Marqués de Sade para recrearse mucho más en el morbo y el sadismo de la tortura que en la reconstrucción racional de la realidad. El resultado, más que una adaptación, es una visualización descorazonada y agotadora de un evento central en la historia más inminente de América, donde su director se ha preocupado en exceso por la rígida reivindicación catártica (hacia su raza negra) en lugar de abrazar con mayor semblanza la continencia formal.

Una película que si bien tiene las hechuras de un relato épico y ofrece una extraordinaria labor de interpretación de todo su eminente reparto, resulta mucho más apasionada que apasionante tanto en cuanto su tendencia al feísmo y la barbarie rompen con la brillantez y la elegancia de aquello que impacta y zozobra a través del misterio de la sugerencia. La honestidad de su enfoque más crítico, y por consiguiente incitador a lo polémico, continúan revelando a Steve McQueen como un director comprometido, aunque en esta película parezca estarlo más consigo mismo que con la audiencia.

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