Vindicare | El E.T.E. y el Oto (Manuel Esteba)

Sin duda la figura de Manuel Esteba fue una rara avis a reivindicar dentro del adoctrinado y anquilosado panorama cinematográfico patrio e incluso europeo. Cineasta curtido en el cine de género más ‹trash› y desenfadado, fue capaz de crear un universo muy propio y característico gracias a su peculiar estilo de concebir el cine como vehículo ideado para el lucimiento de sus particulares monstruos. Una especie de Dr. Frankenstein a la barcelonesa que supo trasladar al lenguaje cinematográfico la popularidad de la que disfrutaban en la España de los setenta los extravagantes Hermanos Calatrava, unos cómicos poseedores de un humor casposo de trazo muy grueso y caricaturesco (empleando gags y muecas al más puro estilo del slapstick extremeño-andaluz) que en manos de Esteba podríamos catalogarlos como el intento más ambicioso del cine español de usurpar la esencia de esas parodias descerebradas tejidas por la pareja de comediantes estadounidenses Abbott y Costello en los años cuarenta y cincuenta.

En este sentido la trilogía Esteba/Hermanos Calatrava se eleva como un tríptico de culto súbito. Obras chapuceras ancladas en la serie Z más corrosiva y transgresora lanzadas aprovechando el enorme éxito que gozaban los diferentes géneros (y películas) parodiados en las mismas (el cine de terror en Horror Story, el de artes marciales en Los Kalatrava contra el imperio del kárate y el clásico instantáneo E.T. de Spielberg que en 1982, un año antes de la producción de la cinta protagonista de este vindicare, se había convertido en la película más taquillera de la historia). Productos todos ellos muy artesanales que denotaban el bajo presupuesto con el que contaban estas producciones, basando pues su fuerza en el carisma y el humor de sus protagonistas. Con guiones absurdos plenos de surrealismo a obra y gracia de los Calatrava, acompañados éstos por actores grotescos surgidos de no se sabe que mazmorras bizarras que apoyaban con su atrevida presencia unas tramas que no se sostenían por ningún sitio, de esas de las que no hay por donde agarrar para encontrar alguna explicación a lo relatado. Cierto. La trilogía de los Calatrava/Esteba es cine trash en estado puro. Cine malo. De catacumbas a las que algunos no desean asomarse ni por todo el oro del mundo. Basura infecta que podría haber caído en el trastero del olvido, como sucede habitualmente con otras películas de calidad de las que nadie se acuerda. Pero este no es el caso de las cintas de Esteba. Al contrario, las mismas se elevan como filmes muy populares que han ganado muchos enteros y admiradores con el paso de los años. Multitud de fans idolatran esta afamada trilogía, siendo El E.T.E. y el Oto la sublimación del arte del cineasta catalán. ¿Cuál puede ser el motivo de este hecho?

En mi opinión la clave reside en el propio Esteba. Su cine es muy visual y para nada predecible. Y fácilmente identificable con su marca. Es cine de autor sin ninguna duda. Ostenta una personalidad y garra de la que carecen otras obras de su mismo talante. Sus escenas vanguardistas e iconoclastas para nada presentes en otros subproductos ‹trash› (como esos fundidos encadenados, o esas escenas aceleradas, o esos rebobinados tan incisivos y caricaturescos que para nada tienen que envidiar a los de Zazou en el metro o también esa repetición de secuencias como una especie de anticipo de Memento a la hispana) son señas de identidad que se agradecen por su riesgo y atrevimiento. Se nota que Esteba era un realizador curtido en el mundillo audiovisual y que por tanto buscaba siempre algo más que esos montajes académicos e insípidos que no aportaban nada en cuanto a lo ya visto mil veces. Un tipo honesto que no engañaba a nadie y que, al contrario, trataba de moldear su manufactura del modo más atractivo posible, eso sí, sin que ello restara la estrella y liderazgo absoluto de sus colaboradores, sino que sumara.

Poco podemos decir de la sinopsis de El E.T.E. y el Oto, más allá de que se trata de una parodia muy bufonesca y extraña de la cinta de Spielberg, a la que sigue los pasos en cuanto a arranque, desarrollo y desenlace (homenajeando algunos vectores históricos como los de Elliot enseñando a hablar a su amigo extraterrestre, o la fiesta de Halloween, o la secuencia de las bicicletas, o el de la enfermedad del extraterrestre en el segmento final, o ese famoso teléfono mi casa, o…. bueno, todas las escenas que recordéis del original aquí están presentes deformadas para mayor gloria de la pareja de hermanos). Un punto divergente consiste en el cambio de papeles en cuanto a progenitor protagonista, pues esa madre soltera afectada por una depresión interpretada por Dee Wallace aquí se transmutará en un padre también soltero y bastante despistado y desafecto interpretado por Manuel Calatrava (el guapo), que apenas prestará atención a su hijo Curro (el Elliot español) ni a sus otros dos vástagos. Asimismo llaman la atención los títulos de crédito en los que Esteba deja claro que nos vamos a topar con una broma pesada que requerirá una adscripción absoluta a su humor para poder ser degustada en su plenitud (insertando una burla a la marca británica Rank en el arranque o unas frases bastante ridículas como la del chiste de los tres Óscar que ostenta la película, en su plantilla, no en sus vitrinas).

Este es otro de los puntos llamativos del film. Si bien en sus dos primeras colaboraciones con Esteba tanto Manuel como Francisco (el feo) Calatrava no se separaban ni un momento el uno del otro, insertando de este modo sus chascarrillos típicos basados en la contraposición de caracteres psicológicos y morfológicos (el listo y el tonto, el guapo y el feo, el astuto y el torpe, el arlequín y el payaso), aquí apenas compartirán plano debiendo demostrar sus aptitudes para la comedia por separado, aspecto sumamente arriesgado por parte del dúo que sin embargo agiganta la leyenda del film. Chascarrillos ligados sin ningún tipo de atadura, facilones y poco dados a permanecer en la memoria pero divertidos por su sabor grotesco y casposo. Machistas, macabros, políticamente incorrectos, físicos. En este sentido, Francisco Calatrava ofrecerá un recital gracias a un papel que no tiene ningún tipo de desperdicio ni diálogo inteligible con sus interlocutores apresando las carcajadas a través de su rostro deformado, de sus poses imposibles, de sus muecas a lo Mick Jagger, de su disfraz de E.T. comprado en los chinos cuyo estado se va desgastando a medida que avanza la trama… Francisco es la película. Un papel divergente, de efectos inolvidables. Una interpretación histórica, portentosa, soberbia que hará las delicias de los amantes del humor más desenfrenado y delirante. Francisco está desatado. Y Esteba captó enseguida lo a gusto que se encontraba el cómico vestido con ese traje deshilachado y manchado de ronchas, dando rienda suelta a su ingenio para idear gags improvisados, toscos e irrepetibles.

Burlas de brocha gorda algo kafkianas, y muy divertidas por tanto. Hilarantes y desternillantes, sí. El descojone está asegurado merced a la sabiduría de Esteba y a la falta de decoro de Francisco, siendo cómplice de la cinta que sirve de base a la parodia pero insertando cierto mensaje apocalíptico, pues la familia protagonista que acogerá al extraterrestre se mostrará como un grupo de zombies que no desprenden ningún símbolo afectivo. Seres extraños cuyo mar sin sal de repente será trastocado por la aparición de un ser amorfo y perdido (vestido en un pijama machacado por las pelusas que denotan sus defectos de confección) que será capturado como medio de diversión y asueto. Figuras egoístas, pedantes y crepusculares a las que las preocupaciones y existencia del recién llegado les importa una mierda. Pues no sienten atracción ni curiosidad hacia E.T.E. sino más bien animadversión y repelús, ligado al aspecto de engendro mecánico que confiere Francisco a su personaje; un extraterrestre que no entiende a los humanos, que se siente incómodo entre ellos, que parece quiere escapar a su casa no por morriña hacia sus semejantes, sino para quitarse de en medio al plasta de Curro/Elliott, que no para de fustigarle con sus ocurrencias y travesuras de mal gusto.

Todo lo comentado convierte a El E.T.E. y el Oto en una de las piezas clave del cine de culto español, adorada en medio mundo como uno de los peores ‹mockbuster› de la historia del cine. En mi opinión algo que debe llenar de orgullo a los representantes del cine patrio, pues pocas películas nacionales ostentan una popularidad tan robusta a nivel planetario como la que nos ocupa. Una cinta que, a pesar de sus defectos formales (achacados a la falta de presupuesto), posee esa gracia y saber hacer ‹made in› Manuel Esteba. Un dulce sabroso y a veces tóxico que sienta la mar de bien en el estómago, una película que aúna entretenimiento con diversión extrema. Que de mala es buena dicen algunos. Para el que escribe sin duda buena en el sentido de saber ofrecer lo que su público objetivo demanda: bromas pesadas, surrealismo chabacano y casposo y carcajadas fuera de cualquier tipo de control. Me quito el sombrero por tanto ante Manuel Esteba.

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