School Privada Alfonsina Storni (Lucía Seles)

Nuevo encuentro con la obra de esta directora, nueva satisfacción entre el desconcierto con sabor a estar de nuevo en casa. Camino por sus derroteros sin perder el rumbo respecto a cuando me inicié hace tiempo en su cine gracias a Gonzalo García Pelayo, responsable de la productora Gong Cine, impulsora de sus películas, con un brazo potente instalado en Argentina. Entrar en sus coordenadas representa una experiencia de la que o te separas inmediatamente o te acercas para siempre. Reconozco ya su estilo diferente, su peculiar forma de narrar, su neolenguaje imposible en textos sobre la imagen, su rostro como intérprete o los otros rostros donde descansan sus historias muy habladas y sus ambientes urbanos. Aunque siempre te sorprende, reconforta descifrarla, dejarte llevar por su corriente y la bizarra forma de comportarse de sus moradores. No hay adjetivos posibles en mi léxico para describir su forma de entender el cine. Peculiar, singular, excéntrica, diferente, atípica, irrepetible, inclasificable… Y creo que no doy en el clavo, no. Habría que inventar otros términos para calificarla, o tal vez podríamos acuñar “selesiano” a partir de ahora a todo aquel cine al que le importe tres pitos las convenciones, que desafíe normas, huela a fresco y novedoso, con lo utópico que parece hoy en día, en que está todo inventado.

Quien haya visto su cine, me entenderá; es muy complicado definirlo, pulsar la tecla que se ajuste exactamente al sentimiento que produce. Entendería un primer “rechazo” en el espectador cuando se inicia en él, no estoy exenta de ese parecer, pero después termina por engancharte para siempre, eso sí apelando al aguante del destinatario en primera instancia. Su cine goza de algo invisible, intangible, depositario de un pulso que provoca la curiosidad por desgranar, por desentrañar esas historias en apariencia inverosímiles, inmersas en el absurdo, en lo irreal, lo surreal, aunque quizá no lo sean tanto. Simplemente son la interpretación de una persona dotada de una alta sensibilidad, en la que priman las relaciones sociales, los detalles, lo íntimo, sus manías, el amor, aunque también una crueldad con pies de inocencia. Sí, creo que aquí puedo, humildemente, reflejar algo importante. Las historias de Lucía Seles brotan de una ingenuidad deliciosa, de observar el mundo desde un prisma cándido, dibujando a los adultos como niños grandes, con sus pulsiones, sus enfados, celos, artimañas que jamás duelen… Ay, querría encontrar otra palabra para no decir, el “universo Seles”. ¿Valdría un hábitat propio que se transfiere en cada película a otros ambientes donde proliferan esos mismos organismos planteando de nuevo historias introspectivas o personales?

¿De dónde surge esta directora mutante en identidad en los últimos años (parece que Lucía Seles se consolida para siempre), escurridiza en apariciones, regateadora con arte a entrevistas en directo contestando lo que quiere como en el reciente BAFICI que ha abierto con esta última película? Hace dos días se inauguró este festival con school privada alfonsina storni (desafiando la ortografía, una de sus constantes), envuelta en protestas fuera y dentro por la delicada situación del cine argentino. Sesión en la que tres actores de esta película (Pablo Ragoni, Ignacio Sánchez Mestre y Mirtha Busnelli), junto a la directora, leyeron un comunicado del equipo alertando sobre los recortes del INCAA y la deriva del cine de Argentina. En ese mismo sentido, en el pasado número de marzo de Cahiers du cinéma, se hacían eco del cine de este país, dedicándole su portada a la película Trenque Lauquen, de Laura Citarella (El Pampero Cine), con el título «Où va l’Argentine?», reflejando un futuro político incierto en un momento de gran producción cinematográfica.

Lucía Seles goza de una trayectoria anterior escrita con otro nombre (presentó en 2006 su primera película en el Festival Mar del Plata) pero habría que destacar su Trilogía de tenis (2022) —Tetralogía inconclusa para ella— y su película Terminal Young (2023), producida por Gong Cine Argentina, que se alzó con el Gran Premio en la Competencia argentina en el pasado BAFICI.

Más tarde llegaría The Urgency of Death (2023), ganadora de un segundo premio en el Festival de cine de Valdivia y que posee uno de los finales más emotivos e intensos de los últimos años a través de un ‹travelling› larguísimo urbano dedicado a su madre. Y en la actualidad sorprende con otro trabajo de nuevo impulsado por el español Gonzalo García Pelayo, director de cine multifacético y poseedor de un instinto privilegiado para detectar talentos escondidos. Tal es la pasión por ese encuentro de hace años que comparten actores en sus respectivas películas, siete del español de ahora que van a ser estrenadas en el BAFICI también, en lo que han denominado “Retrospectivas del presente”, compartiendo una forma de entender el cine de forma independiente, fresca, espontánea, lúcida y con sabor a cine de autor.

School Privada Alfonsina Storni es un “vídeo” —ella no habla de películas— que tiene mucho de la persona de Lucía Seles, lo dice por escrito. Se aprecia en lo que vemos y escuchamos, pero más en lo que se escribe a modo de “pie de foto” en un “spanglish” hecho suyo (marca de la casa), plagado de faltas de ortografía a su antojo, con inserción de signos o números (es su forma también de escribir a amigos por teléfono) y que puede estar relacionado con la imagen o ir totalmente en dislocación con ella. Complicado atender a ambos elementos, pero muchas veces subyace mucha más hondura en lo escrito que lo que aparenta una escena construida en lo absurdo, a la que complementa. En esta película se comienza con las palabras contundentes de la poeta Alfonsina Storni sobre imágenes enmarcadas de salas de un colegio para pasar a describir la vida estival previa a la llegada de escolares.

Observamos una escena de cuatro personas que parecen estar conspirando contra la vicedirectora, acusada de varias acciones reprobables. Se intercalan constantemente —con un montaje rápido en apariencia arbitrario, pero seguro que está muy medido (Lucía Seles se encarga de la edición, a la que otorga una gran importancia)— planos de un largo ‹travelling› de la vicedirectora y su hermano por la calle, con un adolescente con un ‹skate›, imágenes frías de espacios del colegio y unos perros callejeros durmiendo en una estación. A Seles le encantan las estaciones, los trenes, los autobuses (colectivos en Argentina)… hasta se ha tatuado uno en su muñeca. Adora a la gente y les hace interrelacionarse de forma extraña, dotando a las escenas de un tono que transcurre entre la comedia, lo hilarante, la “dulce crueldad”, válgame el oxímoron, o lo surreal. Escenas que nos mantienen alerta por ser incapaces de deducir hacia dónde se bifurcarán, con qué nos sorprenderán, mientras “odiamos” o amamos esos rostros con voz de la peculiar forma de comunicarse de Seles y que componen un microespacio ajeno al exterior.

Vemos su veneración y homenaje por la poeta recorriendo espacios que reflejan su nombre como la placa frente al mar que la vio desaparecer, algún edificio o el propio colegio, como además incluye un guiño a García Pelayo que aparece brevemente como sobrino de la poeta. También expone con ángulos imposibles un monumento dedicado a Chile y su poeta Gabriela Mistral, así como numerosos espacios urbanos comunes, industriales, a los que dota de atractivo. Podría leerse en ella también una crítica a la burocracia de las instituciones mediante ese lento y arbitrario cese y nombramiento de directoras provisionales hasta dar de forma impuesta con la definitiva.

La historia orbita en torno a la elección de la nueva dirección, al derrocamiento de la vicedirectora a través de acciones de sus “opositores” con el lema “renuncia o incendio” tratando de presionar a ésta y su hermano, que vende helados en un pequeño cubículo del colegio. Una trama en la que desfilan personajes que son más conocidos por lo que se dedican o condición que por sus nombres (vicedirectora, directora, catequista, preceptora, profesora de inglés, el chileno…), y a los que se anima a adoptar cada uno su apodo.

Personajes con sus dramas, filias, fobias, en apariencia duros, pero que son capaces de emocionarse con un gesto entre una pareja, el himno de Suiza, un paisaje horroroso, un caramelo en el suelo, destrozado en la vía de un tren, o por la venta del primer helado. Personas con sus tiranteces, pero que se necesitan, que hablan en público emocionándose, que se desplazan rápido arriba y abajo (inolvidable y delicioso cómo corre el conserje, interpretado por la misma Seles y su expresión bondadosa avisando de la llegada de la importante primera directora).

Animo a descubrir este cine sin igual en la actualidad, con sello autoral, dotado de una puesta en escena alternativa, provocadora, con montaje fragmentado, caprichoso, que lo que menos deja es indiferente. Cine transgresor, vivo, experimental, que bebe de las vanguardias y al que su productor, García Pelayo califica como «lo más grande que hay en el cine mundial ahora mismo, y la mayor creación de formas cinematográficas desde Godard».

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