Psiconautas, los niños olvidados (Pedro Rivero, Alberto Vázquez)

Más allá de toda disputa con el padre o de fugaz huida, todo ello espectro de la verdadera patología esencial sobre la que se vertebran nuestras acciones, la adolescencia se caracteriza por un súbito pinchazo que recorre la columna hasta que el Dios en el que han intentado que creas pronuncia en tu oído sus últimas palabras entre suspiros: Todos los proyectos son mentira, no vas hacia ningún sitio. Te das cuenta entonces de que el suelo que pisas no es para nada firme, de que eres un náufrago. ¡En vaya lío me han metido! —te dices. Es la imposibilidad de cumplir los deseos naturales de volver al útero la que lleva al joven a huir, y da igual dónde. Comienza la odisea, graciosa por esa curiosa síntesis entre los restos de fe en lo eterno y los emergentes sentimientos de finitud, que discurre entre estos primeros pasos de distanciamiento y el primer trabajo que vuelve a convertirte en sedentario. Pues es precisamente este viaje de claros y oscuros el que llevan a la gran pantalla Alberto Vázquez y Pedro Rivero con Psiconautas. Los niños olvidados, trabajo al que preceden un cómic de igual nombre y Birdboy, un cortometraje estrenado en 2012.

Psiconautas propone la caída de los valores propia de la adolescencia de una manera original y que da bastante juego para construir una narración sólida a partir de ella, quizá por plantear este desplome del que se viene hablando mediante una causa externa y no interna. La metáfora que representa este sentimiento (no se ya si universal, pero sí al menos extendido en occidente) no es otra que la explosión de una zona industrial. Así, el camino que a ojos del niño siguen sus padres recorriendo un trayecto lineal desde un principio hasta un final y que se corresponde en la imagen con la casa y el lugar de trabajo (en la idea que representa con la dirección del Cristianismo y demás grandes relatos), dejará de serlo para el adolescente tras la explosión. Y es esta pérdida de sentido tras la catástrofe (manifestada, entre otras cosas, por el paso del padre al falso padre, símbolo de la pérdida de la estabilidad que sobreviene) la que llevará a esos jóvenes animalillos antropomorfos la mar de salados a iniciar, aunque a tientas, su propio caminar. Esta expedición que tiene comienzo pero de la cual se desconoce el fin es mostrada en sus dos vertientes: el viaje físico y el viaje mental. El primero de ellos se centra en la figura de la ratoncita Dinky que, junto a sus amigos, intentará salir a toda costa de la isla que habitan para continuar su vida en otro lugar. El segundo, que tiene más relevancia que el anterior (quizá porque el viaje físico es limitado y el mental no), se materializa en el personaje de Birdboy, un chico-pájaro solitario que depende de las drogas. Serán las aventuras que se derivan de estas dos vías de escape las que irán dando consistencia a la narración.

La crítica a la deriva de las sociedades actuales, notable pero justa y comedida (lo que está bien), armoniza con un humor salvaje, corrosivo y sumamente inteligente que, ya solo por ser utilizado con tal maestría, eleva al conjunto de la obra a la categoría de obras selecta, única y divina. Ahora bien, más allá de todo esto, el meollo que se saca de esta convergencia y divergencia de caminos resulta ser una historia de amor magnética y atípica donde lo que importan son los juegos de distancias no medidas a los que dan lugar los protagonistas. Una serie de acercamientos y tomas de distancia basadas en las personalidades e identidades todavía a medio formar donde las oposiciones (carácter aventurero de Dinky y miedo a lo desconocido de Birdboy, por ejemplo) construyen. Es esta unión sostenida en la sucesión de tiranteces y distensiones entre los dos embrujados, propia de una lucidez estrictamente juvenil que diluye la cohesión convencional y empalagosa así como la separación interpretada como tragedia, donde reside la magia de Psiconautas. Es también en este vínculo que asoma en cada movimiento de sus personajes donde el título cobra sentido, refiriendo a ese tercer viaje que viven en común y que va más lejos que las drogas de Birdboy y que el recorrido geográfico de Dinky. Un lanzamiento necesariamente adolescente y puramente psíquico hacia aquello que desconocen y que no pueden alcanzar por separado. «Y ahora, ¿me llevarás contigo?»

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