Lo mejor de 2016 por… Dani Rodríguez

En algo cada vez más concurrido por la red de redes como son las listas personales sobre lo mejor, o al menos, lo más destacable del año, en lo que a mí respecta he de confesar que he sentido un sentimiento contradictorio a la hora de valorar la lista una vez concluida. Y es que, como entenderán los conocen mis habituales filias, el que se presuponía como el año del resurgir del terror parece que ha generado más insatisfacciones que alegrías, con un montón de productos que han roto ciertas previsiones. No obstante, en mi listado se han colado las siempre obligadas aportaciones terrorífico-fantásticas, como pudieran ser la gran vencedora de Sitges Swiss Army Man, el revival caníbal The Green Inferno, la fascinante verborrea sórdida de 31, o la abstracta e intrínsecamente terrorífica The Neon Demon, que comanda el ránking con un merecidísimo primer puesto. El resto, en su mayoría una pequeña muestra de lo visto en el Festival de Cine de Gijón, que como cada año, para el que esto escribe es el escaparte del cine más vanguardista e industrialmente secundario del panorama anual; su vencedora, Glory, sorprendió como una arriesgada propuesta de denuncia, y uno se sentía en la obligación moral de incluirla. ¿Podrían haberse colado más cintas de terror en el ránking? Seguramente, pero este 2016, inundado de grandes hypes interneteros, se ha promulgado casi como el de las falsas esperanzas para el fantástico más maldito, y señalar aquí todas esas insatisfacciones sería para el que esto escribe demasiado gratuito. Feliz año nuevo, nos vemos, como cada año, por las salas.

 

10 — Swiss Army Man (Dan Kwan, Daniel Scheinert)

Como una de las más populares sensaciones del fantástico actual, premio en Sitges mediante, Swiss Army Man encandiló por su fábula sobre la vida y la muerte, a golpe de gags absurdos que redondean una propuesta encantadora y emotiva. Cuento irracional enmascarado con unas conseguidas intenciones dramáticas, yendo mucho más allá de la unión de su conjunto de escenas amoldadas en una risueña emotividad. La fusión entre la pareja de actores derrochando encanto hacia lo disparatado de su historia será otro de sus puntos fuertes.

 

9 — Toni Erdmann (Maren Ade)

Una de las grandes revelaciones de la temporada como esta se sustenta por el mimetizado sentido de fusión entre comedia y drama, en esta relación entre una mujer acomodada y su extravagante padre. Su premisa es desarrollada por la directora Maren Ade ofreciendo dos horas y media donde lo absurdo se vuelve melancólico y lo dramático destila una mordacidad absolutamente inteligente. Un paseo por el océano humano lo suficientemente ágil y cómico para que sea más tomado en serio que lo que sus sensacionales momentos cómicos pudieran dar a entender en un inicio.

 

8 — Glory (Kristina Grozeva, Petar Valchanov)

A modo de efigie pseudo-fantasmal, Glory presenta a su protagonista como un ferroviario que comete el error de mostrar bondad cuando encuentra en su trabajo un dinero que prefiere devolver al gobierno. Pronto se desarrollará una serie de artimañas burocráticas que despejarán las dudas de lo corrupto del mundo de los despachos, el interés continuo a costa del indefenso, o lo salvaje que puede volverse un sector de la sociedad por mera naturalidad. Glory es en definitiva el dibujo de un espectro social desalentador, de triste veracidad, y que guarda en su personaje principal el sólido cimiento de esta road movie emocional, que dejará a la vista lo decadente y mezquino de la triste sociedad que se expone.

 

7 — Rosa Chumbe (Jonathan Relayze)

Con un presuntuoso pero justificado retrato de la Lima suburbial, el director Jonatan Relayze da total libertad para que su decadente historia de sentimentalismo sea contada por los meros actos de su protagonista Rosa Chumbe, una policía determinada por la cotidianidad de sus labores administrativas y que ahoga en alcohol las penas de su desestructurado núcleo familiar. Su historia no llamaría la atención si no fuese por la generosa planificación de explicar sentimientos en base a hechos, alejándose del diálogo, con su impactante retrato de los suburbios; hace como propia toda la melancolía de unos sucesos que se antojan híper-realistas, a pesar del ambiguo artificio de su desenlace.

 

6 — The Green Inferno (Eli Roth)

En su constante reivindicación del cine de género más salvaje y revulsivo, Eli Roth plantea aquí su colorista homenaje al cine de caníbales en general y al Holocausto Caníbal de Ruggero Deodato en particular. Como tal, The Green Inferno rescata los parámetros básicos de las propuestas del subgénero, desde un argumento en el que la civilización se inmiscuye y experimenta el lado más salvaje del mundo primitivo hasta la necesaria recreación escénica de esas costumbres grotescas y exorbitadas. Roth prefiere no intentar el perturbador componente metalingüístico de Deodato en favor de una recreación de ese infierno verde tremendamente luminoso y sangriento, actualizando el imaginario caníbal con enorme solvencia.

 

5 — Comanchería (David Mackenzie)

Dentro de una historia eternamente concurrida y tópica, Comanchería alcanza una excelente auto-confirmación formal llevando al clima semi-urbano las estéticas, maneras y particularidades del western, con todas sus consecuencias. Con un trasfondo inesperado y una solidez en su guion que aplaca aún con más estoicidad su condición de género, sintoniza además con un necesario clima decadente que comandan un grupo de actores en absoluta influencia con el fatalismo intrínseco del relato, que se reviste de una Texas fronteriza fotografiada como una ambientación magistral.

 

4 — Paradise (Andrei Konchalovski)

La tragedia del Holocausto visto a través de la cámara de Andrei Konchalovski jugando con la narrativa hasta el nivel de coquetear con el formato documental, incluyendo a sus propios personajes hablando directamente a cámara sobre la tragedia. Además, el ruso despliega un ritmo sosegado y elegante, reforzado por un gélido blanco y negro, triunfando en el componente emotivo viendo como los propios personajes se auto destruyen en una situación tan desgarradora como en la que se ambienta su historia. Con una ironía ya palpable en su título, Paradise reúne el mejor clasicismo pero en el constante intento de querer ir más allá en su recurrido punto de partida.

 

3 — La Doncella (Park Chan-wook)

Perfeccionando las exquisiteces narrativas de algunas de sus obras previas, el coreano Park Chan-wook roza lo sublime en su excelencia visual con una historia en la que convergen belleza y perversión o pasión y traición, así como un largo etcétera de confluencias entre personajes que lo convierten casi como un producto único en su especie. Rodada haciendo que los artificios parezcan como una parte intrínseca de la propia naturalidad de la película, La Doncella hace además de su divinidad visual el cruel envoltorio de su dureza interna.

 

2 — 31 (Rob Zombie)

Auto-promocionada como una vuelta a los orígenes del terror más grotesco de Rob Zombie, 31 cumple su promesa al desencadenar todo un revival de la iconografía del director, aquí desoyendo un discurso a favor de confabular un freak show que trata ante todo el rescatar el propio ideario creativo de Zombie. Todo ello se ejecuta bajo el filtro árido y sórdido de los 70, como una casa de los horrores del American Gothic donde plantear la estética más turbia de la violencia y su incomodidad anexa. Un recorrido por el lado más salvaje del terror, de estética visceral, utilizando el arte de un demente grupo de villanos que se apodera de la sangrienta función y la erigen como un infatigable espectáculo de lo obsceno, donde todo el mundo acabará comiendo palomitas en el infierno.

 

1 — The Neon Demon (Nicolas Winding Refn)

Con un discurso de fondo tan perverso como desagradable, el danés Nicolas Winding Refn plantea todo un collage escénico en su nuevo intento de ejecutar una retahíla de clichés visuales deslumbrantes, llevando su estilo a un paso más de revolución visual. Con su naturaleza ya de por sí perturbada, The Neon Demon escupe en la cara del espectador una esplendorosa exposición del canibalismo emocional, utilizando preceptos como el fetichismo, una mórbida sensualidad o el salvajismo afectivo. Su punto álgido trasciende en la subversión con la que Winding Refn erige esa inmersión a un caótico y grotesco universo, trascendiendo en un tercio final tan metafórico como inquietante, que redondeará la experiencia hasta límites insospechados.

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