Lo mejor de 2016 por… Àlex P. Lascort

Lo decían los Def Con dos: «Duro y a la encía». Así vamos a empezar la lista individual diciéndolo sin tapujos: 2016 ha sido un mal año en lo cinematográfico. Un año, esencialmente en su primer semestre, lleno de secuelas, precuelas, remakes, superhéroes y mediocridad para llenar un contenedor de 40 pies. Y no hablamos de blockbusters tan solo, no. El cine indie, la industria europea e incluso lo que nos ocupa, el malditismo han estado muy por debajo de otras añadas donde se atisbaba un impulso, unos aires de renovación que en 2016 han quedado en gatillazo cinéfilo. No obstante siempre hay joyitas que rescatar, valorar y reivindicar en nuestro ya habitual top ten maldito. Vamos con ello.

 

10 — Green Room (Jeremy Saulnier)

Lo cantaban los Ilegales en su polémico Heil Hitler!: «Nazis, simpáticos los nazis. Nazis, conozco muchos nazis». Y eso es lo que les pasa a los protagonistas de la película, que conocen a unos nazis no precisamente simpáticos y sí con la mala baba que se les supone. Jeremy Saulnier vuelve después de Blue Ruin con su dosis habitual de tensión y explosiones de violencia atmosférica pero subiendo un punto la intensidad, adoptando códigos genéricos del cine de terror y ofreciendo en definitiva un espectáculo duro, tenso y opresivo. Una serie B sin pretensiones que desborda fuerza y saber hacer.

 

9 — Comanchería (David Mackenzie)

Hablando de redefinir géneros Comanchería apunta a neo-western trasladado a la actualidad, respetando la melancolía del forajido pero pasándolo por el filtro de una traslación romántica del Robin Hood de toda la vida. Sí, Comanchería es en el fondo un film de marcado fondo y apunte social disfrazado de western de toda la vida. Una película fatalista y polvorienta rodeada, eso sí, de un halo de romanticismo salvaje. No es tanto la añoranza de tiempos mejores sino de reclamo de justicia, poética si se quiere, pero al fin y al cabo justicia.

 

8 — Ahora sí, antes no (Hong Sang-soo)

Hablar de Hong Sang-soo es hablar de charlas infinitas, gente frustrada de la escenita coreana del cine, amores imposibles y soju a raudales. Nada nuevo bajo el sol aparentemente, solo que en esta ocasión Sang-soo no se limita a recrear una de sus múltiples variaciones del tema sino que las condensa en una doble historia de apariencia melliza pero donde cada detalle, cada pequeña diferencia entre una y otra marca los destinos de los protagonistas. Una vez más el director coreano juega con las fronteras entre realidad y ensoñación para ofrecer una de sus obras más compactas en cuanto a resumen perfecto de su filmografía. Un ‹work in progress› sang-sooniano un punto por encima de su ya de por sí notable filmografía.

 

7 — La academia de las musas (José Luis Guerín)

Por su parte José Luis Guerín también invoca el poder de las palabras en su película pero a diferencia de Hong Sang-soo lo hace no como vía de explicación narrativa sino como método de seducción, de manipulación y de distorsión de la imagen. La academia de las musas juega con las metaficciones y con los deseos. Una parábola erótica sobre el encontronazo entre el deseo por lo escuchado en bocas ajenas y las realidades que dichas palabras desembocan. Un film inteligente, hipnótico y en cierto modo juguetón. Y también, por qué no decirlo, de deleitable malicia.

 

6 — Elle (Paul Verhoeven)

Aunque para mala baba y ganas de tocar lo que suena ya tenemos a Paul Verhoeven. No es que sea sorprendente, pero no deja de ser admirable la capacidad del director holandés de sumergir todo su vitriolo bajo la apariencia de cualquier tipo de género en el que enmarque sus films. Aquí el “tietisme” francés acaba reducido a cenizas por la certera mano de Verhoeven guiando a una Isabelle Huppert que cual Atila destruye toda convención, todo lo políticamente correcto. Una película que es una máquina de demolición con la ventaja de ser tan contundente en su propósito como serena en sus formas.

 

5 — The Duke of Burgundy (Peter Strickland)

Hablando de formas, serenidad y contemplación The Duke of Burgundy cumple con estas tres premisas, lo que no implica que estemos ante un ejercicio inane e impostado de formalidad. No, el film de Peter Strickland emana referencialidad múltiple (desde El sirviente de Losey, el Picnic en Hanging Rock Weiriano o cualquier ‹softcore› de Jess Franco) para un propósito: hablar, desde la suavidad erótica, de las relaciones de poder. Un film elegante, velado y onírico que fluye con la delicadeza de un riachuelo y nos hipnotiza con su belleza dejando margen, eso sí, para la reflexión acerca de su subtexto. Uno preciosista y preciosa, subyugante y precisa.

 

4 — Más allá de las montañas (Jia Zhang Ke)

Aunque quizás la mejor definición de lo ajustado en la disección quirúrgica vendría del siempre certero Jia Zhang Ke. Más allá de las montañas es su opus magna, un fresco sobre la historia reciente de China y su transición hacia el capitalismo salvaje que tiene la gran virtud de la parábola. Mostrar algo tan complejo a través de una historia de amor triangular no es algo sencillo y sin embargo Zhang Ke lo hace fluir con total naturalidad apoyándose en cosas tan dispares como la referencia cinéfila (hay algo de Jules et Jim ahí) como de la aproximación casi documental a los personajes y paisajes. Por si fuera poco el director se atreve a proyectar una composición del futuro que se nos antoja no solo original sino también coherente con lo explicado y que funciona como eco reverberante a través del tiempo.

 

3 — The Neon Demon (Nicolas Winding Refn)

Cuesta resumir en pocas palabras la complejidad de lo que NWR (así gusta que le llamen ahora a l’amic Nicholas) muestra en pantalla. Metamorfosis, ética y estética, canibalismo, ‹hype›, belleza devorada, trinidades bíblicas y abstracción geométrica se funden en una historia que se recubre de vacío nihilista para hablarnos precisamente de la impostura que supone creer solo en dicho vacío. Hay un componente, no podemos negarlo, ciertamente megalomaníaco en The Neon Demon, la sensación de película de verdad otorgada, de revelación de verdad absoluta. Pero es que, en cierta manera, NWR consigue acercarse a ello, a crear poco menos que un milagro estético, un infierno temático.

 

2 — Grave (Julia Ducournau)

El placer de la carne y el rechazo a la misma. Lo cerebral contra lo pasional. El raciocinio científico universitario contra las pasiones desbocadas juveniles. Fiestas y estudios, sangre y arrepentimiento. Frío estético y violencia pasional formal. Todo junto y unido en una película, que consigue traspasar las meras provocaciones gratuitas sangrientas del reciente cine de terror francés para posicionarse como una visión lateral del subgénero ‹coming of age› capaz de generar tanta inquietud como inteligencia en su legado de reflexión a posteriori. Puede que no sea una película perfecta, pero tiene arrojo en sus convicciones argumentales y valor en su plasmación en la pantalla. Tan impactante como necesaria.

 

1 — Tres recuerdos de mi juventud (Arnaud Desplechin)

Nuestras vivencias, nuestros recuerdos, suelen aparecer en filtros. Lo que los otros ven no suele concordar con lo que nosotros pensamos. Es la subjetividad lo que magnifica el trauma, enaltece el romanticismo o minimiza la culpa propia y maximiza la ajena. Quizás nos falta, en nuestros recuerdos, un mayor posicionamiento de crítica objetiva. O quizás es que ser humano implica la ausencia de dicho pensamiento crítico. Lo que queda claro es que Desplechin lo sabe, y no le importa y por ello firma una obra que va a la base de todo ello. Al drama, a la exaltación del (des)amor, a la infancia torturada, al paseo al alba que concluye con el primer beso con aquella que amas, al desencuentro, a la desesperanza y el hastío. Puede que todo resuene a tópico vital, a darle vueltas a lo mismo, pero qué más da cuando, a través de la imagen, la palabra, la referencia, la música, se consigue que nos espectadores sintamos nuestras propias vidas como si fueran la de Paul Dédalus. ¿Qué más se puede pedir?

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