Límite – Borderline (Kenneth MacPherson)

Borderline

Vaya por delante que servidor se adhiere al conjunto de cinéfilos que piensan que, por desgracia, la aparición del cine sonoro le hizo un flaquísimo favor al desarrollo de la narrativa cinematográfica. Es a finales de la década de los 20 y a inicios de los 30 cuando se construyen las más brillantes creaciones del denominado cine silente y cuando más fluida, natural y harmoniosa resulta la narración de las películas, debido en parte al necesario ahorro en engorrosos intertítulos y las nuevas posibilidades que ofrecía el movimiento de la cámara. Es también en esa época mencionada cuando se toman muchos más riesgos estéticos y cuando las tramas de los films silentes explotan verdaderamente la esencia del cine. Las vanguardias cinematográficas se erigían potencialmente en Francia (Abel Gance, Dimitri Kirsanoff, Man Ray) y la Unión Soviética (Sergei Eisenstein, Alexander Dovzhenko, Dziga Vertov, los inicios de un jovenzuelo Mikhail Kalatozov), sin olvidar el maravilloso cine de G.W. Pabst.

Siguiendo por este sendero, posiblemente mi época favorita, aquella en la que descubro las obras más rompedoras y en dónde se sublima la creación cinematográfica, es la del final del cine silente. Se me viene a la cabeza aquél canto de ave fénix llamado Tierra (Dovzhenko, 1930), el magnífico mediometraje de espídico montaje Sal para Svanetia (Kalatozov, 1930) o El clavo en la bota (Kalatozov, 1931), la radicalidad del cine de vanguardia brasileño encabezado por Límite (Peixoto, 1931), la sinfonía urbanita El hombre de la cámara (Vertov, 1929) o directamente las obras maestras con mayúsculas de 1928 (el año), con El viento (Sjöström, 1928), La última orden (Von Sternberg, 1928) o La pasión de Juana de Arco (Dreyer, 1928), o la epopeya fílmica de Gance, Napoleón (Gance, 1927). Dentro de este grupo, y dejando ya de lado toda esta perorata inane, encontramos la película maldita a reseñar: Borderline, de Kenneth MacPherson.

Borderline

MacPherson forma parte de un trío de teóricos y artistas británicos denominado Pool Group, que compartieron sus ideas sobre el arte de la cinematografía entre 1927 y 1933 en su film journal Close Up. Corría el año 1930 cuando MacPherson filmó su obra maestra, Borderline, película que bien podría ser considerada la antesala del cine moderno y de vanguardia. Borderline constituye el verdadero paradigma de lo que al menos servidor considera como película maldita. De alguna manera, los mecanismos de distribución de la época propiciaron un cierto fracaso crítico y comercial del film de MacPherson, así como, sospecho, su rompedora apuesta formal y conceptual. Así, hasta casi ochenta años más tarde de su estreno, la película del teórico británico no ha empezado a descubrirse y a obtener el reconocimiento crítico que, sin ningún género de dudas (subjetivamente), merece. Sólo por aquella época Pabst la reconoció como la joya que es, considerándola además la única película verídicamente vanguardista.

Borderline, que evidentemente se ve influenciada por el uso del montaje soviético, constituye todo un modelo de creación radical tanto en lo visual como en el ideario que quiere transmitir su historia. A mí, particularmente, me recuerda muchísimo a la nipona Una página de locura (Kinugasa, 1926), en tanto que la trama es una suerte de puzzle colosal y endemoniado que le pide al espectador una total y absoluta concentración e implicación en el visionado de la película. Así pues, si por vuestra suerte le acabáis dando una oportunidad, no esperéis un trato narrativo al uso, con unos personajes reconocibles desde los primeros compases de la película y con un nudo y desarrollo clásicos. Borderline bordea el caos, es el desorden, es fotogramas vitriólicos en tus ojos. Sus puntos de fuga son insondables, su honestidad no deja lugar a la duda. Precisamente una de sus mayores virtudes es tomar al espectador como un letrado lector de imágenes, de ahí la ambigüedad en el tono de la película.

Borderline

De forma muy simple y sintetizada, la historia que construye MacPherson sigue los pasos de Pete, un negro que vive en una pensión inglesa regentada por una pareja homosexual de féminas. Ahí, en una de sus habitaciones, observamos cómo una mujer negra, ex novia de Pete, decide poner fin a una relación sentimental con un hombre blanco casado. El punto de partida acaba indagando en todo un cúmulo de motivaciones y pasiones desatadas construidos en base a un clima liberal, tolerante y redentor. No vamos a contar nada más de la trama, ya que, como hemos dicho, una de las bondades de la película reside en que cada espectador se monte su propia historia y experimente sus propias vivencias. Es mejor mencionar lo adelantadísima a su época que es Borderline en su nivel conceptual (al mismo nivel que su brillante puesta en escena), tratando temas como el adulterio, la homosexualidad o las relaciones interraciales y sorteando milagrosamente la censura británica. Y bajo una asombrosa cascada de imágenes de un poder visual que le dejan a uno ojiplático, se nos esconde constantemente todo un torrente de ideas que, bien asociadas por el espectador, pueden llevarnos a considerar aspectos como un fuerte deseo homosexual del pianista de la pensión hacia Pete, un notable deseo carnal y adúltero de la mujer del hombre blanco también hacia Pete, un sentimiento comunitario de solidaridad (la tolerancia y entendimiento entre el colectivo homosexual y el colectivo inmigrante) y un evidente mensaje antirracista. Con todo, Borderline se erige cómo un cóctel de difícil digestión, con una mirada corrosiva y desligada de prejuicios, y que hará sin duda las delicias de aquellos cinéfilos ávidos de fuertes experiencias visuales o, que simplemente busquen algo más allá de los clásicos silentes de toda la vida. Si queréis ver algo distinto de una vez por todas, y esta vez de verdad, ésta es vuestra película.

Borderline

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