La herida (Fernando Franco)

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Fiodor Dostoievski escribió El idiota cuando intentaba retratar lo que siente un epiléptico durante sus ataques. Algo parecido ha hecho Fernando Franco, pero utilizando el cine en vez de los libros y pretendiendo filmar una enfermedad mucho menos visible que el mal diabólico: El trastorno límite de la personalidad.

Esta patología hace que las personas que la sufren sean agresivas, inestables y tengan emociones negativas, como pueden ser los sentimientos autodestructivos o de victimización. Quienes lo sufren tienen también problemas para desarrollar relaciones con los demás, y especialmente de pareja.

Fernando Franco en su primera película, que ha triunfado en el Festival de San Sebastián obteniendo el Premio especial del Jurado, nos presenta a Ana (Marián Álvarez, que ganó el premio a la mejor actriz en ese mismo Festival) una enfermera que sufre esta enfermedad. Y, básicamente, nos presenta como transcurre un año de su vida.

Desde la presentación del personaje, a quien, sin que pase nada especial le sobreviene un ataque de ansiedad cuando está trabajando, vemos que Ana es una persona especial. Los comentarios o las situaciones más cotidianas parecen esconder, a sus ojos, algún tipo de afrenta a su persona. Da igual que un compañero la ofrezca relevarla al saber que se siente mal o que su novio le diga que acabará de trabajar tarde; ella reacciona a todo con agresividad, violencia y una conducta bastante temperamental.

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Pronto vemos algunas de las particularidades de nuestra protagonista, como el hecho de cortarse a sí misma o apagarse cigarrillos sobre la piel para calmarse. Coquetea con el suicidio y las drogas. Solo parece sentirse bien cuando trabaja trasladando enfermos. Pero pronto vemos como su particular carácter afecta a todas las facetas de su mundo.

La cinta gira, por tanto, en torno a la figura de Marian Álvarez. De hecho la mayoría de las veces las escenas se resuelven comenzando con un primer plano para acabar con un plano secuencia en el que la joven actriz es eje y núcleo. A ella no la derrumba la responsabilidad de llevar el largometraje prácticamente completo sobre sus hombros, sino que responde con una actuación brillante y digna de elogio. Es tan capaz de demostrar la más profunda de las iras como la amabilidad más exacerbada.

Nos enfrentamos a una película lenta, y en la que podemos sentirnos algo perdidos sobre la clase de historia que trata de contarnos Franco. Saltos temporales, falta de contexto en multitud de ocasiones y un guión bastante plano hacen de esta una película que posiblemente no vaya a calar entre el público. Sin embargo, hay como una segunda filmación que subyace tras lo que vemos, que es el viaje interior de Ana hacia su propia normalidad. Si uno conoce a alguien con este tipo de problemas podrá entender su lucha interior, su incapacidad para comunicarse y su deseo de cotidianidad.

Es, por tanto, una película más de silencios que de palabras, que nos exige un pequeño esfuerzo para poder entender toda su profundidad. Acompañar a una persona enferma en su calvario del día a día no es algo fácil, y quizá tampoco sea agradable, pero nadie puede dudar de que sea un ejercicio interesante. Cuando, además, Marian Álvarez hace un trabajo digno de elogio que recoge perfectamente la idea que quiere su director, el resultado es más que bueno. Por algo el jurado de San Sebastián ha decidido otorgarle el premio pasando por encima de otras grandes películas como Enemy o Vivir es fácil con los ojos cerrados. Desde luego, hay que verla. No deja a nadie indiferente.

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