Amante por un día (Philippe Garrel)

En estos instantes, cuando todo se transforma, se diversifica o se reforma, es de agradecer encontrar un cine regido por un esquema poco flexible, siempre parecido, pero que evoluciona en matices. Philippe Garrel, como Hong Sang-soo o Éric Rohmer, se encuentra, ya desde hace unos años, en este grupo de cineastas de la monotonía narrativa, para encontrar la diferencia entre la gama de personajes. Para bien, esto produce en algún espectador el placer del reencuentro.

Entre cruces, idas y venidas, marchas o llegadas, Garrel construye otra vez estos personajes. Una vez elaborado el guión clásico y cerrado, junto con Jean-Claude Carrière, Caroline Deruas y Arlette Langmann, empieza el largo proceso de ensayo con las actrices y los actores. Entre el reparto encontramos caras conocidas y una de nueva y refrescante: la de su hija Esther Garrel, que remite el talento de su familia con una de las interpretaciones del año.

El ensayo, como explica su hija en varias entrevistas, es tedioso, repetitivo y extenso, para así acabar rodando cada plano con una única toma. Este método constante en su forma de crear, permite trabajar las emociones y los detalles de los sujetos profundamente, abocando todo su esfuerzo en las interpretaciones de L’Amant d’un jour.

El film narra la historia de Gilles (Éric Caravaca), un profesor universitario de filosofía que inicia una relación amorosa y empieza a convivir con Ariane (Louise Chevillotte), una de sus estudiantes. Jeanne, su hija de 23 años, que tiene la misma edad que Ariane, se instala en su apartamento debido a la ruptura con su pareja, produciendo así un triangulo sentimental, un drama a tres.

Con una bella y muy delicada película de 16mm en blanco y negro, el autor francés de Les amants reguliérs, J’entends plus la guitare y L’ombre des femmes, edifica una tragicomedia sobre la libertad amorosa y la familia. ¿Cómo debemos reaccionar a nuestros impulsos sexuales, pasionales, al tener construidas unas relaciones de amistad y amor? Esta pregunta presente en todo el film, se resguarda en una idea más general e importante, el principal tema del film: la fidelidad y sus variantes. Desde la amorosa o sentimental, y aquí presente el egoísmo o la preocupación por el otro, pasando por la fidelidad de los secretos familiares. Sin emitir juicio en ningún momento Garrel crea el escenario para que los personajes discutan o se relacionen entre sí, bajo la fuerza de los lazos familiares.

Características comunes en los filmes del director como el tedio o la melancolía reaparecen una vez más por medio del deseo y la familia y son constantes durante todo el metraje. De este guión clásico y a veces teatral, en momentos las discusiones y las conversaciones dejan paso a instantes refrescantes, abstractos. En L’amant d’un jour vuelve a ser una de esas magníficas escenas de baile que a través de los cuerpos y la música Garrel se vuelve frágil, pero muy poético.

El director francés, obsesionado con el gesto y la palabra, volverá a traernos más historias como L’amant d’un jour, tan necesarias en años de velocidad. Y podremos volver a acercarnos a sus rostros en forma de primerísimo primer plano.

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