Young Plato (Neasa Ní Chianáin & Declan McGrath)

Puede resultar algo complicado entender desde fuera la dimensión y las consecuencias del conflicto norirlandés, conocido como ‹The Troubles› —que duró cerca de tres décadas entre los años sesenta y finales de los noventa del pasado siglo—, tanto para la sociedad en el Úlster como para la británica en su conjunto. Durante todo ese tiempo la violencia, la polarización política y la descomposición social encontraban su caldo de cultivo perfecto en la pobreza, la marginalidad y las drogas que asolaban los barrios obreros de la región. Bastantes años después de que aparentemente toda esa oscura época haya concluido, el documental de observación Young Plato (Neasa Ní Chianáin & Declan McGrath, 2021) sigue con la cámara a Kevin McArevey, el director de un colegio en el barrio obrero de Ardoyne en Belfast. Un peculiar docente fanático de Elvis, que aplica el legado de la filosofía clásica para educar a los niños en valores humanistas, resolver conflictos con el trabajo de reflexión individual, el diálogo y el ejercicio sistemático de la empatía y la tolerancia hacia los demás. Todo ello en un entorno que no solo refleja las huellas del pasado reciente, sino que desafía esta visión utópica de la educación, que traslada al filme una mirada idealista del trabajo que allí realizan los profesores con sus alumnos, desconectada del exterior.

¿Es posible que el contexto político e histórico puedan servir para explicar los motivos del conflicto, pero no a priori las posiciones individuales de aquellos que toman las armas o que apoyan la represión o la aniquilación del vecino, del amigo, del familiar o de un desconocido por razones ideológicas? Una película como Maeve (Pat Murphy, 1981) profundizaba, durante el propio transcurso de las hostilidades, en las contradicciones de las propias dinámicas internas del movimiento nacionalista irlandés, que reproducían los mecanismos de dominación colonial británica, que ellos mismos denunciaban y combatían, sobre las mujeres. Otro título tan conocido como En el nombre del padre (In the Name of the Father, Jim Sheridan, 1993) abordaba la represión del pueblo irlandés por parte del estado británico a través de la corrupción del sistema judicial y los excesos de sus fuerzas de seguridad. Si miramos al presente nos encontramos con la reciente Almas en pena de Inisherin (The Banshees of Inisherin, Martin McDonagh, 2022), que utiliza de trasfondo la Guerra Civil Irlandesa de 1922 que sucedió a la Guerra de Independencia para tratar, a través del paralelismo de la ruptura unilateral de relación de una amistad, una suerte de reducción al absurdo de los mecanismos caprichosos de construcción y descomposición de los vínculos sociales.

La diferencia clave de estas películas con Young Plato es la total ausencia de ese trasfondo ideológico o contexto político y la abstracción de las relaciones sociales como la simple suma de individuos y prejuicios a resolver. Una perspectiva profundamente liberal, que deja apenas rastro en la película de las estructuras de poder y la desigualdad que mediatizan las vidas de los niños del colegio —más allá del paisaje urbano y sus pintadas recordando el descontento de parte de la ciudadanía, que no acepta la integración de su país en Reino Unido—. Todo lo que ocurre dentro del centro educativo queda en un espejismo, que se revela constantemente cuando una y otra vez distintos alumnos recaen en comportamientos violentos sin aparente justificación o cuestionamiento de los métodos de enseñanza, que sobre el papel y en acción parecen poder resolver cualquier fricción y desencuentro, entre ellos y con los problemas que se puedan encontrar fuera. Los únicos momentos en que se filtran elementos de la realidad pertenecen a una clase en la que se enseñan las consecuencias directas de la violencia: la quema de autobuses, los muros que separan las casas para mantener la paz. O cuando en mitad de la propia producción del documental la pandemia provoca el cierre de la institución y vemos el regreso a las aulas con las medidas sanitarias necesarias para proteger la salud de los niños. Una contradicción que se integra en el propio dispositivo formal del largometraje, cuyo montaje apenas traza la relación con el entorno escolar o familiar como posible origen de cualquier desequilibrio violento de los jóvenes en su presente o futuro.

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