Sueños y pan (Luis (Soto) Muñoz)

Sueños y pan se encontraba perdida por la programación del Atlántida Film Fest, donde ha sido galardonada como Mejor película nacional. El festival acostumbra a tener joyas independientes españolas que pasan desapercibidas, como pasó con Ramona de Andrea Bagney (2022). Este era el año de Sueños y pan de Luis (Soto) Muñoz, que se presentaba como una vuelta al cine quinqui desde un prisma actual y madrileño.

Cabe mencionar que esta película fue grabada durante dos años interrumpidos por una pandemia. Esto provocó que la película tuviese dos partes formalmente diferentes, la primera mucho más experimental y juguetona y la segunda sigue manteniendo ese aspecto, pero en menor medida, decantándose más por un tono crudo y neorrealista pero sin privarse de pequeñas píldoras oníricas y divertidas con ecos de Los olvidados, Los 400 golpes o el cine de Carlos Saura. La diferencia visual de estos dos bloques también acaba por hacer mella en la historia, donde los personajes empiezan siendo dos soñadores que recorren la historia en una nube hasta que acaban poniendo los pies en la tierra.

Javi y Dani, los dos protagonistas, huyen del escenario del robo de un cuadro. El plan es venderlo, ya que parece que tiene mucho valor, pero no lo saben muy bien. Después de paseos por el extrarradio, charlas en el parque y búsquedas en el periódico de galerías que puedan comprarlo, el plan se va derrumbando lentamente, a la vez que lo hace su situación. Afrontan los golpes con vitalidad y sin venirse abajo, tal vez por Carlitos, el hijo de su hermana, o tal vez por ellos mismos. La historia se va truncando y presenta temas propios del cine quinqui como robos, drogas y problemas familiares. Pero los protagonistas se enfrentan a los temas de una forma mucho más positiva y esperanzadora. Dejando escapar de la realidad tan cruda en la que viven para intentar solucionarla. La película, que a priori podría parecer simple y divertida, se torna muy compleja y acaba llegando a escenas que cuesta olvidar, como la discusión con Sara donde Javi toca el cajón, la llamada de Javi a Carlitos o la escena del baño donde juegan con él mientras su madre está en su habitación. Difícilmente olvidaremos a estos protagonistas que, como los de Barrio (1998), sueñan con ir al mar.

El hecho de que la película recuerde a Los olvidados de Luis Buñuel no es casual. Es una vuelta a ese espíritu de juventud, un retrato neorrealista y además una radiografía del extrarradio. Al igual que Buñuel, Soto, el director de la película, dio largos paseos por la ciudad en busca de lugares que contaran historias y los fotografió. Haciendo de Madrid un protagonista más, como lo hacía Buñuel con México. Finalmente, también mencionaría el trabajo del director de fotografía, que acompañaba a Soto en los paseos donde descubrían la ciudad. Desde el minuto inicial la fotografía impacta al espectador con un carácter muy expresivo, haciendo un buen uso del blanco y negro. Nos regala momentos mágicos, como ese inicio contado a través de los pies de los protagonistas, esos ‹frame in frame› desde ventanas, o esas citas en servicios sociales que, por suerte, permanecen en la retina más tiempo del que deberían.

Sueños y pan tiene algo iluso que la hace libre y especial, esa cosa difícil de definir que tienen algunos debuts que parten de la inocencia. Además de eso, no está atada a una financiación ni a unos tiempos de rodaje, no se tiene que someter ante nada, es el cine por el cine. Experimentando, jugando y creando imágenes sin parar, por pura necesidad. Tal vez necesitemos que alguien le devuelva al cine lo ingenuo y lo naif de vez en cuando, y eso es el mayor mérito de Sueños y pan.

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