Silvia (María Silvia Esteve)

La directora María Silvia Esteve fundamenta su largometraje Silvia sobre un dispositivo formal basado en dos tipos de materiales muy diferentes: el de archivo de los vídeos domésticos familiares proveniente del pasado y la memoria del presente a través del audio de las conversaciones con sus hermanas. Mientras intenta dar sentido al relato de sus recuerdos de niñez realiza un ejercicio que enfrenta la historia familiar al escrutinio de las experiencias subjetivas de tres hijas desentrañando las penurias de su madre, su matrimonio y la relación con su padre. Las imágenes desde un primer momento entran en constante contradicción con una narración en off, diálogo y recuento colaborativo de sus biografías que desvela lo que hay más allá de esas estampas típicas cotidianas, de esas celebraciones conjuntas, de esos instantes de felicidad aparente y forzada, que a pesar de todo dejan vislumbrar con la ayuda de la cámara lenta y la congelación de frames una situación que distaba mucho de ser idílica. Ese registro oficial de la cámara de vídeo —que pasa por las manos de todos los miembros de la familia— en ocasiones tiene un objetivo de comunicarse con otros en situaciones de distanciamiento, pero el sentido de las grabaciones parece cambiar con el paso del tiempo.

Un pasado repleto de infelicidad crónica, dolor, miedo… Silvia es el relato de la mujer que le da nombre a la película, que pierde la relación con su madre y el amor de su juventud, que se conforma con asentarse en una posición a priori cómoda que garantiza su futuro. Según tiene a sus hijas el deterioro de su situación personal, el desencuentro con su marido, los problemas con la bebida y los medicamentos añaden un cóctel absolutamente desolador para la estabilidad emocional del hogar de las tres niñas mientras crecen en un ambiente de desequilibrio perpetuo. La directora desafía la naturaleza de las imágenes que usa de base de la narración enseñando sin tapujos las propias dudas, los conflictos entre las distintas versiones de lo ocurrido, los problemas de la misma grabación de sus locuciones y las conversaciones sin editar durante el proceso. La divergencia entre sonido e imagen es absoluta. Mientras en una se muestra una realidad mediatizada por las circunstancias, en este ejercicio de memoria colectiva enfrentada al relato familiar pretende que todo sea tratado con la mayor honestidad posible y que el espectador sea testigo de ello sin reservas.

Pero Silvia también es el nombre de la directora de este ensayo autobiográfico, que expresa con pesar —quizá incluso arrepentimiento— la dinámica ambigua con su madre y sus remordimientos por la forma en que se sintió hacía ella, así como por las últimas palabras que le dirigió. Y de esta manera el film se transforma en otra cosa. La proyección de una madre en su hija que se menciona se invierte con la de una hija en su madre. Algo que da pie a un intento de redimir la figura y el recuerdo de quien intentó proteger a sus hijas de un entorno hostil convirtiéndose en una más, una igual, que nunca reservó su cariño. La búsqueda del perdón de María Silvia Esteve hace que su reflejo aparezca voluntariamente pero también de forma inconsciente según avanza su metraje. La narrativa biográfica de su madre llega un punto en que se confunde y es imposible de separar del punto de vista y la vida de su directora. La construcción de la narrativa de la película dice tanto de ella como de a quien dedica sus reflexiones y comentarios. Silvia es madre, hija y un recuerdo que se desvanece con la muerte, pero que busca la salvación y la conmemoración a través de una verdad colectiva que muta en una total exposición y revelación personal.

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