Sesión doble: Cuerda de presos (1956) / Condenados a vivir (1971)

El western patrio más atípico llega a la sesión doble con dos títulos a reivindicar: primero, el de un Pedro Lazaga denostado generalmente por sus aportaciones en el género de la comedia, pero que con Cuerda de presos se acercaba a un género para demostrar que había algo más sobre el Lazaga con cuya imagen se quedaron todos, y por otro lado, el de todo un experto en el género, Joaquín Luis Romero Marchent, quien fuera el introductor del «spaghetti western» en España, y del que rescatamos Condenados a vivir.

 

Cuerda de presos (Pedro Lazaga)

cuerda de presos

La influencia del western en el cine mundial es innegable. Sus lugares comunes e historias marcaron la forma de hacer cine no sólo en su lugar de procedencia, EEUU, sino en todas las latitudes. Este es el caso de esta magnífica película de culto del cine español de los cincuenta que es Cuerda de presos, cinta basada a su vez en un excelente relato de Tomás Salvador, con el cual logró el Premio Nacional de literatura. Al frente del film se sitúa el denostado Pedro Lazaga, director más conocido por su faceta de realizador de cine popular y en cuyo curriculum figuran cintas tan conocidas como Vente a Alemania Pepe, Los tramposos, La ciudad no es para mí, El turismo es un gran invento o Sor Citröen, el cual demuestra en la presente película su virtuosismo artesanal y calidad para dibujar historias con sabor a cine clásico.

El argumento de Cuerda de presos recuerda al emanado en westerns de culto como Colorado Jim o Camino de la horca. Narra la historia de una pareja de Guardias Civiles, dúo formado por un veterano benemérito y un joven despistado que acaba de iniciar su carrera en el cuerpo, a los que se les asigna la misión de hacer una cuerda de presos (término que alude al hecho de conducir a pie hasta su lugar de origen a un reo que ha sido atrapado lejos del campo de acción de sus fechorías) de un criminal que ha sido apresado en León y que debe ser conducido hasta Vitoria.  En un principio los Guardias Civiles desconocen el tipo de criminal que les ha sido encomendado. Por su aspecto parece un pastor huraño, poco hablador y poseedor de una increíble corpulencia física. Sin embargo la aparente conducta pacífica que parece ostentar el preso se truncará en peligro cuando los agentes descubren por medio de un periodista que hallan en su camino que el preso que custodian es El Sacamantecas,  un cruel asesino que ha aniquilado y ultrajado a numerosas mujeres.

Para llegar a Vitoria los Guardias y el preso tendrán que recorrer los escarpados parajes de la meseta y sierra leonesa, debiendo atravesar La Robla, Sahagún, Grajal, Cegoñal, Poza de la Sal y demás pueblos leoneses. Lazaga fotografía con maestría y realismo las caras curtidas de los habitantes rurales de los pueblos serranos así como los hermosos paisajes, arroyos y montañas leonesas. Los viandantes se toparán en el camino con una serie de personajes que darán fiel testimonio de la España profunda del siglo XIX. Así se encontrarán con pastores ovejeros, viejos decrépitos, alcaldes despreocupados, jóvenes aventureros o campesinos que luchan por su tierra contra propietarios latifundistas.

A la dureza que implica transitar por tierras salvajes, se unirán las inclemencias climatológicas del crudo invierno. De este modo la nieve, la escarcha y la niebla serán obstáculos que dificultarán la misión de vigilancia de El sacamantecas, el cual igualmente tratará de huir de sus captores aprovechando las oportunidades que la climatología le ofrece. El trayecto recorrido durante el viaje y las interrelaciones experimentadas entre los protagonistas provocarán un profundo cambio en los personajes, de modo que una vez llegado el final de la misión no volverán a ser los mismos que empezaron la travesía, hecho éste que convierte a la cinta en una road movie existencial de significativo contenido humanista.

Excelentes son los retratos que efectúa Lazaga de los tres personajes que sustentan la historia. Así la pareja de Guardias Civiles bebe de la literatura del siglo de oro español proyectando la típica historia de aprendizaje en la que el imberbe agente cultivará su experencia a través del aprendizaje absorbido de su compañero más longevo. Excepcional es la interpretación que construye Fernando Sancho (actor que se hizo imprescindible posteriormente en los spaguetti western) de El sacamantecas. La brutalidad y personalidad primaria que consigue hacer brotar inicialmente de su personaje se transforma en humanidad y empatía a medida que avanza la trama. El vínculo que se establece entre custodios y reo es dibujado de forma magistral. Lejos de criminalizar a la bestia asesina, Lazaga opta por impregnar al maníaco de un carácter muy humano, reflejando sus miedos y anhelos, logrando establecerse al final una relación de profundo respeto y entendimiento entre tres carácteres muy alejados primitivamente unos de otros a nivel psicológico.

Sin duda Cuerda de presos es una película a recuperar y reivindicar, poseedora de una hipnótica fotografía en blanco y negro que resalta la belleza rural de los parajes castellano leoneses, siendo pues una pieza imprescindible que demuestra que el cine clásico español está compuesto por obras de gran complejidad y belleza que van más allá del cine comercial de baja calidad que tanto gusta reivindicar en ciertos programas de televisión.

Escrito por Rubén Redondo

 

Condenados a vivir (Joaquín Luis Romero Marchent)

condenados a vivir

Es justo y necesario señalar, en primer lugar, que el director de Condenados a Vivir, Joaquín Romero Marchent, es reconocido, e injustamente con poca repercusión en nuestros días, por haber sido pionero del euro western, antes incluso que el entronizado Sergio Leone, y por haber dirigido las mejores y más espectaculares películas de vaqueros que ha dado la cinematografía de nuestro país. Referido a sus recursos formales, las mismas cuentan, sorprendentemente, con poca influencia del Spaghetti. Prefería utilizar la técnica narrativa del oeste de Hollywood y alejarse de los estereotipos del cine norteamericano para tratar sus temas propios y autorales.

Condenados a vivir supone el abandono de Romero Marchent del Euro western, decantándose por realizar un filme atípico en sus formas pues se distancia de las convenciones usadas en este tipo de productos. Sin duda, con ella firma su película más personal, con una visión brutal y despiadada del ser humano, sumergiéndose en el cine de horror y supervivencia, y que constituye un abierto y reconocido estadio de nihilismo dentro, y por encima, del western.

Ya desde el título, la propuesta de Marchent nos invita a un paseo apocalíptico en el que las cuestiones morales y éticas no tienen cabida, y en el que plantea constantemente un fuerte pesimismo existencial, muy deudor de los pensamientos y reflexiones de Nietzsche.

Se olvida de su habitual estilo clásico y, a pesar su habitual tono psicológico que sigue perdurando en esta obra, deja a un lado lo sugerido y nos muestra el hueso de la violencia desde su perspectiva más atroz y sangrienta. Pese a ello depurada, aunque siempre polémica y virulenta, se dice que este filme fue un claro antecedente de la posterior explosión de los códigos visuales característicos del género slasher.

Ningún otro western anterior o posterior ha mostrado, con semejante explicitud, tal grado de desafección por la vida, presentando un alto grado de autodestrucción en el ser humano. Si bien en Django, de Sergio Corbucci, se combinaba el nihilismo, la violencia y el antihéroe errante, dejaba poso para la diferenciación entre honrados y malvados. O bien en Grupo Salvaje, del inmortal Sam Peckinpah, dichas combinaciones también se mezclaban en primer término pero también dejaba cabida para ensalzar los lazos inquebrantables de la amistad. Condenados a vivir, por el contrario, supone el agotamiento de las emociones, por mutiladas, de todos sus malogrados personajes. Una película que va más allá en su representación de la desesperación y el extremo dolor, cumpliendo una dudosa finalidad narrativa hacia el sinsentido aversivo y misántropo que el hombre tiene por naturaleza sobre su semejante.

La película está salpicada por constantes alusiones hacia la muerte y el más allá, algo que derrumba esa visión dulcificada que se tiene de los momentos anteriores al salto al otro lado, donde recuerdas, en cuestión de pocos segundos, los momentos más felices de tu vida. Ciertamente, el espectador necesita un destacado aplomo emocional y muy poco empático si no quiere verse sumido por una absoluta oscuridad de pesimismo, pues Romero Marchent aplica una gruesa capa de desilusión y desesperanza hacia la vida y las ilusiones de unos personajes solitarios e impopulares en un ambiente y territorio absolutamente inhóspitos para la búsqueda de la felicidad.

Condenados a vivir es un filme valiente, muy transgresor, políticamente incorrecto para su época y de un nihilismo exacerbado. Un buen ejemplo de la polémica que suscitó el talento de este director madrileño que merece el amplio reconocimiento del cine español histórico y no solo la etiqueta de puntual realizador de culto. Aunque, todo sea dicho, es cauto y recomendable dejarse llevar con cautela por la mayoría de lo que sale de las bocas de los protagonistas para impedir una depresión tendente al suicidio.

Escrito por F.J. Guerrero

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