San Sebastián 2015: Conclusiones y Top 10

Cuando uno se dispone a cubrir un festival por tercer año consecutivo, intuye ya a lo que se expone e intenta trazar el mejor camino para evitar rozar lo menos posible el lado que no le interesa. Para lo bueno y para lo malo, la composición del Zinemaldia apenas ha variado nada en todo este tiempo, con lo que uno trata de esquivar errores de novato dando cabida en su programa a aquellos títulos estimulantes que lo tendrán más difícil para verse a posteriori.

Sparrows

Basta con echar un vistazo a la Sección Oficial de cualquier año para comprobar que el escaso nivel global de la edición recién finalizada no ha sido una excepción, sino más bien la confirmación de una perezosa regla que rellena los archivos del festival con decenas de obras sin interés ni futuro posibles. Pero, si bien en los años inmediatamente anteriores hubo cabida en la programación para grandes tantos que mitigaron nuestra decepción general (Eden, Magical Girl, La herida o En la casa), la falta de consenso ha sido palpable en esta ocasión. En algunos casos (Un día perfecto para volar, Evolution) fue ligada a la propia naturaleza de las películas programadas, pero en muchos otros no supuso más que un síntoma de que algo huele a conformismo en las oficinas del certamen. Es elocuente que la ganadora de la Concha de Oro de esta edición, la islandesa Sparrows, pareciera serlo más por no disgustar a ninguno de los miembros del jurado presidido por Paprika Steen que por haberles conquistado. Si por sistema son tantísimas las películas anecdóticas que obtienen aquí la notoriedad de estar en concurso en un festival de categoría A, en detrimento de otras insultantemente superiores para las que hay que reservar entrada ante la ausencia de proyecciones para la prensa, resulta evidente que debería haber cabida para al menos plantear un pequeño cambio de orientación.

Por supuesto, como es lógico en un programa al que su riqueza hace inabarcable, siempre hay un amplio lugar para ver películas mucho más estimulantes. Tan cierto es que suelen ser aquellas provenientes de Berlín, Cannes o Venecia, circunstancia que no hace más que evidenciar cuál es el nivel real del concurso, como que todas celebran aquí su estreno nacional y buena parte de ellas lo tendrán muy difícil para verse después en otros lugares del país. Descartando de antemano las potentes retrospectivas y las categorías publicitarias, y atendiendo tan sólo a cinco secciones —Oficial, Perlas, Zabaltegi, Nuevos Directores y Horizontes Latinos—, es posible elaborar un programa heterogéneo y muy compensado una vez resuelto el rompecabezas horario. El problema, de nuevo, viene cuando algunas decisiones prácticamente fuerzan a ver las muy publicitadas Regresión o London Road ante la ausencia de alternativas, mientras obligan a seleccionar concienzudamente —por más que éste sea un proceso muy sano y siempre necesario en un festival— en el resto de casos.

Mountains May Depart

Entrando en lo puramente cinematográfico, no puede decirse que el sabor de boca general fuera ni mucho menos malo. La presencia en Perlas de las excelentes últimas obras de autores como Charlie Kaufman, Jia Zhang Ke, Arnaud Desplechin, Hou Hsiao-Hsien o incluso Woody Allen —cuya película ya está en cientos de salas españolas en el momento de publicarse a estas líneas— es un seguro de vida para la actividad de cualquier certamen, y más cuando se logra combinar con la cuota de descubrimientos que siempre asegura rastrear Zabaltegi o Nuevos Directores. El apartado que se erige como carta de presentación de cineastas incipientes ha encumbrado este año a un título bastante por encima del resto: el magnetismo de Le nouveau, desinhibida y alegre aproximación a una pandilla de ‹losers› por parte del francés Rudi Rosenberg, encandiló instantáneamente tanto al Jurado de la Juventud como a la crítica y el público donostiarra. Además de sus cualidades, es posible que tuviera que ver en ello la amplia selección de obras que no ofrecen más que regodeo en la miseria con escasa base cinematográfica: una de ellas, la sueca Drifters, salió mencionada del palmarés. No sucedió lo mismo con la cruel mirada a la familia de la checa Family Film o con la sorprendente Iona, confirmación del escocés Scott Graham como excelente descriptor de ambientes malsanos tras estrenar Shell en 2012 en el mismo festival. Puestos a hacer sugerencias gratuitas, y dado el cierto nombre con el que ya contaba su director, había más mimbres en ella para formar parte de la Sección Oficial que en buena parte de los títulos de la misma. Quizá no se pueda decir lo mismo de Pikadero, curiosísimo ejercicio de asimilación de estilos por parte del escocés Ben Sharrock, que aplica el humor melancólico de Wes Anderson o Kaurismäki al ámbito vasco y los conflictos actuales de una juventud desconcertada por la crisis. En resumidas cuentas, un recorrido nada desdeñable.

Losers (Karatsi)

Tampoco lo fueron las visitas a Zabaltegi, una suerte de cajón de sastre en el que se mezclan estrenos nacionales con obras de consagrados autores internacionales –de difusa frontera con Perlas– o documentales de todo pelaje. Tal vez nos habría gustado poder acercarnos a una mayor parte de su selección, extremo que se complica más dada la ausencia de pases para la prensa, pero lo visto allí conllevó un pleno casi absoluto de alegrías. La mayor sorpresa llegó de la mano de Losers, brillante estallido de humor y rabia en el seno de una Bulgaria desheredada. Para los que habíamos seguido con atención la notable trayectoria anterior del rumano Corneliu Porumboiu, no fue tan novedoso que Comoara (The Treasure) ofreciera tal carga vitriólica tras su hierático estilo, aparentemente mucho más luminoso que en otras ocasiones pero nada exento de acidez en su retrato de dos perdedores. Por último, del variopinto panorama documental hay que mencionar The Show of Shows, de otro conocido del certamen como el islandés Benedikt Erlingsson (De caballos y hombres), exuberante viaje por la historia del espectáculo de variedades a través de una inmensa labor en el montaje de su material de archivo y la música original de Sigur Rós que lo acompaña.

Una similar mezcla de juventud y veteranía pudo apreciarse en Horizontes Latinos, que como es costumbre reunió lo más laureado del cine latinoamericano de la temporada. La apuesta de este año incluyó nombres desde el consagrado Patricio Guzmán (El botón de nácar) hasta los emergentes Santiago Mitre (con la multipremiada Paulina, una de las sensaciones), Ciro Guerra (El abrazo de la serpiente) o Michel Franco. Este último firmó nuestra favorita de lo que tuvimos ocasión de ver con su salto al cine de habla inglesa, Chronic, en el que toda la producción es mexicana y europea. Su frontal acercamiento a la proximidad de la muerte y las reacciones que causa, de la mano de un enfermero gloriosamente encarnado por Tim Roth, consigue diseccionar a su personaje en un meticuloso estudio y lo corona con un golpe de efecto llamado a dividir, que no amplía sino su capacidad de shock. De impactos también sabe lo suyo el chileno Pablo Larraín, a cuya lúcida El club ya dedicamos un artículo más amplio.

El Club

Una vez comentadas sus fisuras en la introducción, hemos decidido dejar para el final la Sección Oficial. Parece evidente que desde la dirección pretende hacerse en ella una selección lo más ecuánime posible del panorama cinematográfico actual, no tanto a nivel de estilos y géneros —este año con la inclusión de la primera película de animación de su historia, The Boy and the Beast— como sobre todo geográfica. Sin entrar a valorar las puntuales inclusiones promocionales, este año volvieron a abundar las construcciones prefabricadas para festivales, películas que dejaron la incómoda sensación de haber sido diseñadas con la única función de venir a cubrir una cuota en un concurso y ser eliminadas del mapa tras él (Back to the North o Moira, muestras muy mediocres de dos cinematografías tan interesantes como la china y la georgiana). También hubo cabida para autores de prestigio internacional, como Terence Davies o Ben Wheatley, aunque ninguno de ellos entregó su mejor trabajo. Como siempre, se intentó otorgar un papel preponderante al cine español, aunque esta vez sin el gran nivel que sí hubo otros años: lo más destacado hasta los últimos días fue Truman, en la que todos los argumentos recaen sobre el texto y los excelentes actores. Tuvieron que ser los dos títulos que aguardaban al final los que nos sacaron de la rutina. En Un día perfecto para volar, Marc Recha demuestra los escasos elementos que hacen falta para construir una película sólida si se cuenta con la mirada adecuada; por su parte, la canadiense Les démons edifica un sugerente retrato de los miedos de la infancia a través de una dirección completamente opuesta a la de Recha, plagada de florituras que no afectan a su narración. Ambas se fueron de vacío del palmarés, y ambas son buenos ejemplos de que también se puede programar a concurso un cine que transgreda la mera etiqueta festivalera. Otro más sería El apóstata, en la que el uruguayo Federico Veiroj prosigue el luminoso sendero de su anterior La vida útil, tal vez con algo menos de acierto al encajar sus piezas pero sí idéntica personalidad en su voz. A medio camino se quedó Amama, loable intento de fusionar una extravagante mirada poética y un retrato realista de la ruralidad vasca. Su director, Asier Altuna, decide caminar sobre un finísimo alambre en todo momento y nunca llega a romperlo por completo. Todo lo contrario ocurre con el ganador de la Concha de Plata, Joachim Lafosse, que en la correcta Les chevaliers blancs opta por no salirse nunca del sendero y consigue no cometer ningún error, pero obtiene como resultado una crónica tan pulcra como olvidable, cuyo máximo logro es escapar de la compasión al abordar una misión humanitaria en África. Visto lo visto, la insípida Sparrows no fue una elección tan chocante para ganar: por mucho que Rúnar Rúnarsson aparezca algo diluido con respecto a sus cortometrajes y beba tan descaradamente de hallazgos narrativos anteriores, tras sus imágenes se aprecia a un cineasta con cierta voluntad discursiva.

Otro año más, resulta del todo imposible abandonar San Sebastián con una sensación adversa en lo cinematográfico y más aún quejarnos del buen trato recibido, pero sí cabe cuestionar si desde la dirección del único festival nacional de categoría A se continuará con un conformismo que parece orientarse al desfile de estrellas —un rostro del certamen que aparece en los grandes medios, pero los cinéfilos apenas vemos allí— o se asumirán los mismos riesgos en la confección de una competición que actualmente parece hecha a partir de descartes de otros certámenes. Si hemos de ser sinceros, creo que todos intuimos la respuesta.

Top 10:

1. Anomalisa (Charlie Kaufman & Duke Johnson)
2. Losers (Ivaylo Hristov)
3. Trois souvenirs de ma jeunesse (Arnaud Desplechin)
4. The Assassin (Hou Hsiao-Hsien)
5. Irrational Man (Woody Allen)
6. Chronic (Michel Franco)
7. Mountains May Depart (Jia Zhang Ke)
8. Le nouveau (Rudi Rosenberg)
9. Comoara (Corneliu Porumboiu)
10. Un dia perfecte per volar (Marc Recha)

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