Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma)

Fugere non possum

Entre estudiantes de arte y una modelo, que a la vez es profesora, surge la presencia de una pieza que, al mismo tiempo que crea una expectación cautivadora, da título a la película y supone el comienzo de un relato entre el mito y la pasión. Ese cuadro de una mujer que empieza a arder, ante un mar oscuro y amenazante nos invita a escudriñar el pasado de una forma austera e interesante.

Héloïse tiende al escape, a la huida. «Hace tiempo que deseaba correr», dice, invitando a una reflexión algo más profunda entre lo que significa huir y morir. El problema es que no sabe hacia dónde ni si ese lugar será mejor. Entre idas y venidas, miradas y algún que otro suceso pasajero, va encontrando en Marianne la persona que necesita en un momento clave de su vida. Su personalidad altiva y reservada no deja entrever su verdadero “yo”, su intención, su forma y por tanto su imagen. Siendo pues imposible que Marianne haga un retrato fiel, en parte por esto y en parte porque ella misma la ve con ojos equivocados. Para Marianne, Héloïse es algo más que una modelo y desde el primer momento en que se juntan —ese momento en que la primera guía a la segunda por el pasillo, en el cual se vuelve para ver si sigue ahí. Momento que, de alguna manera, nos narra el final de todo, dándonos los primeros ápices de la fábula de Orfeo y Eurídice, que veremos repetido ad infinitum de manera obvia y opaca— surge una llama que no hará más que extenderse, tanto por sus ropas como por sus adentros.

La película toma un camino de búsqueda, de descubrimiento tanto pictórico como sentimental que va evolucionando de manera que toma nuevos caminos —unos interesantes, otros muy discutibles— convergentes en un punto ya anunciado. El verdadero problema de la obra llega cuando su imagen fría se apodera de los personajes. El hecho de adentrarse, mediante dos comentarios bastante poco inspirados acerca de la Santa Misa y la música, en el terreno abiertamente pagano del “devenir mujer” o “pertenencia al aquelarre”, donde somos testigos de una imagen alucinógena y viva que representa la caída —figurada y literalmente— de Héloïse, denota, por un lado, una fuerza arrolladora y por otro, un sentimiento de desdén. Refiriéndome a un tema controversial que ya apuntaba a ser de capital importancia en la trama y se acrecienta en el equinoccio de la película, veo menester dejar claro que la imagen de la criada a la que están practicando un aborto mientras un infante le sostiene la mano me parece oscura e incluso deleznable. Más allá de esto, decir que el fin meramente narrativo de esta escena posee una gran fuerza exterior, dado que delinea mejor las personalidades de ambas protagonistas —pues Marianne no quiere verlo y Héloïse la “obliga” a hacerlo— y aclara el destino de una relación de la cual no puede surgir vida.

Es sabido que el cine de Sciamma contiene una carga abiertamente feminista, pero sus postulados salvan mucho las distancias entre lo que sería un discurso manipulador y una reivindicación algo provocativa. A grandes rasgos, podría decirse que no se le nubla la mente si tiene que hablar de manera negativa sobre ciertos temas —y en Tomboy lo demuestra—. Portrait de la jeune fille en feu sufre un cambio en el paradigma y sus virtudes dejan paso a unas cuantas faltas tanto de contenido como de forma. La fuerza presencial de ciertas imágenes se trastoca con planos reverberantes que no dejan cabida a la imaginación o a la mera asociación, sino que directamente te explican lo obvio. El mito alternativo de Orfeo y Eurídice regresa sobre sí mismo paulatinamente incluso con el mismo atuendo para cada dúo de personajes, obteniendo así espectros demasiado terrenales que hubieran acabado por ensuciar una obra interesante de no ser por el plano final tan acertado y pertinente.

Entre una representación algo vaga de la libido —nada explícita pero convencional, al fin y al cabo— y una idea penetrante de la purificación mediante el fuego, ambas mujeres pintan un retrato de una sola. La posición de las manos queda en la memoria mientras suena el Presto del Verano de Vivaldi. Héloïse se emociona y acepta que no puede huir.

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