Retrato de Aida (Antonio Gómez-Olea)

La relación que se establece entre un pintor y su modelo es la relación que se establece entre el arte y la vida. Las horas pasadas intentando plasmar para la eternidad una serie de momentos, inmortalizando el tiempo de la mano, con mayor o menor talento, del artista de turno acaban produciendo un cuadro, en el que también termina dibujada parte del alma.

El arte y el proceso de la creación siempre han interesado al cine: películas como el biopic Pollock: La vida de un creador, o en terreno patrio, El Sol de Membrillo. Aida Folch, que ya posó para un pintor en El artista y la modelo, vuelve a someterse a la mirada escrutadora de los pinceles en Retrato de Aida, un documental que, además de al proceso creador, se asemeja más a historias sobre la relación que entablan durante las horas muertas del posado el pintor y la modelo, más como en ‘Fuerte como la muerte’ de Maupassant.

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En este caso, durante un año, el pintor Guillermo Oyagüez Montero se encuentra con Aída Folch en su estudio. El objetivo es hacer un retrato de la joven actriz. Con las cámaras por delante, siempre en unos planos bastante fijos centrados en el rostro de la modelo o en un plano general que permite ver los avances del pintor sobre el lienzo, ambos comienzan a charlar.

Al principio del film, el pintor le dice a Aida Folch que tiene que conocerla un poco para hacer un retrato. Y de este modo, las conversaciones que mantienen entre ambos durante las horas de realización del mismo. La modelo queda retratada con sus preguntas, su curiosidad natural y una especie de soliloquio que realiza mientras Guillermo le da la réplica de vez en cuando. Preguntas existenciales, mundanas, metafísicas e inocentes, nada escapa de la curiosidad de la joven actriz.

De este modo, el retrato de Aida se va convirtiendo también, poco a poco, frase a frase, en un retrato de Guillermo. Este no solo va descubriendo algunas de las técnicas y secretos de su oficio al espectador más profano, como el que suscribe estas líneas, sino que también tiene que plantearse preguntas más complejas de lo que parecen. ¿A qué color se asocia una persona?

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El cuadro se va construyendo, entre formas, color y volúmenes. Es arte figurativo. La idea de hacer un retrato de la personalidad en la pantalla mientras al mismo tiempo surge un retrato artístico en el estudio que se muestra está clara. Antonio Gómez-Olea juega con esa dicotomía para ofrecer una película tranquila, reposada, de pausas, silencios y mucha observación.

La construcción del mensaje se realiza poco a poco, muy paulatinamente. Tanto que a veces uno agradecería un poco más de ritmo, algo de movimiento. Escuchar las conversaciones, por mucho que sean distintas, puede llegar a ser algo ambiguo y repetitivo. Demasiado monótono para una sala de cine, quizá. O al menos, para un film que abarca casi hora y media.

En cualquier caso, la idea de Gómez-Olea se deja ver muy bien. No tiene ninguna duda de lo que quiere hacer, y la cinta es una fiel ejecución de esas ideas tan claras. Simplemente, ni la belleza de Aida Folch ni el talento de Guillermo Oyagüez se bastan para mantener la atención total del espectador a lo largo de una duración que se antoja algo excesiva para la idea que se pretende transmitir.

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