Mi país imaginario (Patricio Guzmán)

El cine es un arte de la memoria, tanto de su registro como de su creación. Algo que Patricio Guzmán ha desarrollado de manera modélica a lo largo de toda su filmografía en sus trabajos documentales. Más allá de sus imágenes, el propio cineasta se ha convertido en un testigo que aporta su mirada retrospectiva, su recuerdo y experiencias al presente político y social de su país. Algo que en su último trabajo pesa más que sus cualidades fílmicas, quizá agobiado por la urgencia de los inmediatos sucesos que aparentemente iban a trastocarlo todo en cuestión de meses. Cuenta el director en Mi país imaginario (2022) que Chris Marker le dijo que para filmar un fuego debía empezar por la primera llama. En el caso del estallido social de Chile —que comenzó en octubre de 2019— llegó un año después. Él admite que llegó tarde, se perdió su primera llama. Este es un lastre que arrastra ineludiblemente su nueva película durante todo su metraje. Su reconocible mirada está presente, su compromiso político intacto. Las imágenes de las protestas, toda la cronología que llevó a cientos de miles de personas a participar en esa liberación colectiva de la rabia acumulada durante décadas, las entrevistas y la búsqueda de gestos, de rituales y vínculos compartidos por los más humildes y oprimidos del pueblo chileno forman el material sobre el que se estructura el filme.

Desde el recuento de cómo una simple subida de las tarifas de metro comienza la insumisión liderada por jóvenes, mujeres e indígenas, que se reúnen y hablan de sus problemas y de la necesidad de un cambio, de la necesidad de una ruptura con el legado de la dictadura asesina de Pinochet. Chile era como un centro comercial en el que se ocultaba lo que sostenía las apariencias de supuesta prosperidad y las consecuencias de las criminales políticas neoliberales llevadas a cabo, legitimadas por un orden y jerarquía de poder que imposibilitaba cualquier intento de cambio profundo, de justicia social, democracia y libertad plenas para sus ciudadanos. Las protestas dejan al descubierto la desconexión de las gentes con la política y con sus representantes, pero también la falta de vínculo y empatía hacia las necesidades de los ciudadanos por parte del estado y sus instituciones. Quienes salen a la calle y se enfrentan a policía y militares son personas que no se adscriben a ideologías y partidos concretos o que mantienen distintas concepciones de un país mejor que acabe con el abismo de la desigualdad y la represión. Las imágenes de la violencia de los carabineros y soldados, las tanquetas, las pelotas de goma disparadas hacia quienes protestan, graban los incidentes o atienden a los heridos llevan a Guzmán a compararlo con una guerra civil e identificar lo que ve con los tiempos de la dictadura.

El país que los chilenos imaginaron en tiempos de Allende, el futuro mejor que se les fue negado, ahora aparece de nuevo como posibilidad ante la apertura de un proceso constituyente y el gobierno del presidente Gabriel Boric. Y en ese transcurso Mi país imaginario captura imágenes inspiradoras, emocionantes y simbólicas con la plaza de la Dignidad a rebosar, las caceroladas, las canciones, las pancartas y un bello motivo recurrente de chilenos golpeando rítmicamente al unísono unas vallas que al final se descubre que rodean el lugar donde se situaba la estatua del general Manuel Baquedano. Unas cercas metálicas que en el segundo aniversario del estallido son destruidas con las manos y los cuerpos de los chilenos trabajando juntos. Esta mirada tan poética y optimista ahora se descubre con profunda tristeza resignificando sus imágenes, después del referéndum constitucional del 4 de septiembre en el que ganó por mayoría el rechazo al nuevo texto. Una vergonzosa campaña mediática apoyada por los poderes económicos, con la manipulación y las mentiras sistemáticas como arma de la derecha política chilena son claramente responsables de una intoxicación y movilización de masas afines que han reaccionado al mismo miedo que siempre usan los reaccionarios ante la incertidumbre del cambio y el progreso. La misma incertidumbre ilusionante para millones que abrió el camino a la esperanza.

2 comentarios en «Mi país imaginario (Patricio Guzmán)»

  1. «Esta mirada tan poética y optimista ahora se descubre con profunda tristeza resignificando sus imágenes, después del referéndum constitucional del 4 de septiembre en el que ganó por mayoría el rechazo al nuevo texto. Una vergonzosa campaña mediática apoyada por los poderes económicos, con la manipulación y las mentiras sistemáticas como arma de la derecha política chilena son claramente responsables de una intoxicación y movilización de masas afines que han reaccionado al mismo miedo que siempre usan los reaccionarios ante la incertidumbre del cambio y el progreso. La misma incertidumbre ilusionante para millones que abrió el camino a la esperanza» […] Todo este párrafo de cuño moralista y odiosamente pedagógico, se lo hubiera ahorrado diciendo abiertamente que no soporta los vaivenes de la democracia representacional, que se traga sin criba las teorías funcionalistas de la comunicación de «masas» y, en definitiva, que los electores son estúpidas ovejas.

    1. Precisamente porque defiendo la democracia es por lo que desconfío por completo de la mal llamada «democracia» liberal, que está diseñada para servir a los intereses del capital y no los de los trabajadores, con los medios de comunicación en manos privadas y gran mayoría de políticos como meros títeres de los poderes económicos. Los mismos poderes que cuando ven peligrar sus beneficios no dudan en poner en marcha recursos antidemocráticos, la violencia y hasta el fascismo como instrumento final para impedir cualquier cambio significativo en el modelo socioeconómico imperante, que se defiende como dogma religioso aunque todo su funcionamiento se base en la explotación de la desigualdad, en intensificarla y perpetuarla.

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