Marieke (Sophie Schoukens)

Tras el éxito de sus ilustres predecesoras belgas, entre ellos Marion Hänsel y Chantal Ackerman, este debut en la dirección de Sophie Schoukens confirma la ascendencia del cine belga en los últimos tiempos. Presentada a competición en el Festival de San Sebastián de 2010, la película desprende un inequívoco aroma a cine europeo durante su primera mitad, y en especial al de sus compatriotas Dardenne, que tienen predilección por analizar las relaciones familiares, y muy especialmente las que implican la ausencia de un ser querido, con sus correspondientes repercusiones psicológicas. Su falta de juicios morales sobre los actos de sus personajes, presentando la narración como si fuese una fría radiografía también es otro aspecto con el que comulga con los autores de Rosetta.

Marieke es una joven de veinte años que vive con su madre, con la que mantiene una fría relación desde de la muerte de su padre. La madre apenas muestra cariño hacia ella y se mantiene distante, mostrando una triste frialdad y distanciamiento hacia su hija. La joven lleva 2 vidas bien diferenciadas: de día trabaja en una fábrica de chocolate, y la noche la dedica a buscar relaciones sexuales con ancianos, en un intento de suplantar la ausente figura de su padre, cuya muerte llegó de un modo prematuro cuando Marieke tenía 8 años. La joven necesita sentir amor y cariño refugiándose en los brazos de hombres desconocidos que simplemente le dan lo que ella ansía: compañía, amor, sexo e independencia. Los intentos de la joven por tener una sexualidad convencional no traerán buenos resultados. Cuando Marieke parece mantener a flote el poco equilibrio mental que le queda, irrumpe en su vida un editor de libros y antiguo amigo de su padre, que viene en busca de un manuscrito de éste, donde se halla un secreto que no había salido a la palestra durante mucho tiempo. La madre intentará impedir que ambos se relacionen para mantener dicho secreto a buen recaudo.

La joven reprocha a su madre no haber amado lo suficiente a su padre, y en cierto modo le responsabiliza de su fallecimiento. Cundo la madre descubre la obsesión de su hija por fotografiar a sus amores ancianos, intensificará su frío hermetismo hacia su hija. La inestabilidad es una de las señas de identidad de nuestra protagonista y no queda muy claro si Marieke ha alcanzado la madurez, ya que unas veces se presenta como una joven con gran pasión, independencia y sensatez, y en otras se comporta como una niña caprichosa de 10 años. La joven, pese a su trastorno emocional, es una persona llena de vitalidad que no ha llegado a conocer el amor y no sabe como cimentar una relación afectiva e intenta apaciguar sus frustraciones con relaciones moralmente no muy bien vistas y fetichismos obsesivos, provocados por la ausencia de su padre, del que no tiene ninguna foto porque su madre las hizo desaparecer, y experimenta fotografiando y coleccionando los pedazos de los cuerpos de sus citas amorosas, como si se tratase de un rompecabezas abstracto, cuyo fin fuese reconstruir su vida y la imagen idílica de su hombre perfecto. Es en estas partes donde la cinta resulta más atractiva, apoyada en un lirismo desconcertante provocado por su pasión desmesurada por sus fotografías.

Marieke, que toma su título y está inspirada en una canción bilingüe de Jacques Brel, es un drama psicológico, sensible, y triste que explora la feminidad y las complicaciones emocionales desde un punto de vista muy sutil, no exento de cierta sensualidad pese a la peculiaridad de las actividades nocturnas de Marieke. La directora belga no cuestiona el psicosomático comportamiento sexual de su protagonista, ni se regodea morbosamente. Se le puede achacar a la autora belga que desaprovecha una situación (que hubiese hecho las delicias de Ulrich Seidl y Roy Andersson más pasados de rosca) que pedía a gritos un enfoque más sarcástico y con mala baba, pero queda claro que las intenciones de la belga iban por otro camino.

La cinta incide en el trauma atroz que puede provocar en una persona sensible una infancia infeliz y desdichada por la ausencia de la referencia de la figura paterna. Destaca esencialmente la ternura, la emoción profunda, y el sincero respeto por las dolidas almas de sus dos protagonistas femeninas, cuyo mundo interior revela la existencia de un pasado atorado de secretos y mentiras.

Marieke es un film que se sustenta básicamente en unas excelentes actuaciones, una atmósfera deprimente bastante conseguida y en la brillante fotografía de Alain Marcoen, un habitual precisamente de los hermanos Dardenne, que aquí imprime unos colores muy apagados que encajan perfectamente en la narración. El peso interpretativo recae en manos de Hande Kodja, una joven y prometedora actriz con sólo 3 películas en su haber, que además de un innegable talento posee una belleza pálida y fría, de la cual la cámara consigue sacar gran partido. También están muy inspirados Barbara Sarafian en el rol de la fría madre, vista recientemente en Bullhead, y el veterano Jan Decleir, conocido internacionalmente por su papel en la premiada Karakter del holandés Mike van Diem.

En el apartado formal destaca su delicada y acertada puesta en escena y escenografía, con unas imágenes y encuadres bastante logrados y la atmósfera melancólica y silenciosa que tanto caracteriza al cine de esas latitudes. La escasez de diálogos pone en funcionamiento el mundo interior de las dos atormentadas protagonistas, incidiendo en el intercambio de miradas y emociones convirtiéndose en el motor que hace avanzar la narración durante su primera mitad, generando la incertidumbre en el espectador. Por el contrario, la historia se torna más explicativa y previsible en su segunda mitad, justo cuando la voz y los diálogos tienen mayor presencia, provocado principalmente por la psicología simplista a la que recurre su nobel directora. Su interesante premisa sobre el extraño comportamiento de una chica que pierde el rumbo se torna irregular cuando subraya las motivaciones que le han hecho llegar a esa transgresora situación. De todos modos, esta psicología reduccionista del tramo final no provoca la pérdida de interés definitiva en el espectador gracias a sus escasos 85 minutos de duración.

Una interesante opera prima, que no llega a deslumbrar, pero que deja los suficientes detalles cinematográficos de altos vuelos para que su autora sea tenida en consideración en el futuro si sabe pulir los defectos de su obra en la parte final.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *