La puerta de al lado (Daniel Brühl)

Me cae bien Daniel Brühl. No le conozco más allá del cine, las series y sus entrevistas, pero forma parte de mi desarrollo personal, a su manera. Primero con Good Bye, Lenin!, que vi en un ciclo de la universidad junto a Ciudad de Dios. ¿Cómo no tener un buen recuerdo de las dos con 18 años y en pantalla grande? Después me fui de Erasmus y vi Los Edukadores, película en la que además se parecía a uno de los mejores amigos que allí conocí. En esas llegó Feliz Navidad, a la que no puedo asociar con nada de mi vida (lo siento) y, un año después, Salvador (Puig Antich), una película emocionante que hizo que escuchara a Leonard Cohen el triple de lo que lo había estado escuchando hasta ese momento. Para entonces, su carrera (internacional) estaba yendo viento en popa a toda vela y me lo fui encontrando en dosis más pequeñas, pero generando una ilusión muy parecida a la de ver a Max von Sydow en producciones internacionales. Váyase a saber por qué, quizás por ver que les va bien, que se atreven a hacer un poco de todo. Seguramente porque los asocio con lo que ya he dicho: cuánto de cinéfilo y de personalidad le debes a lo que estás viendo en un momento dado de tu vida. O no, ya lo pensaré más detenidamente.

El caso es que esta introducción viene bastante al pelo para hablar de La puerta de al lado, el primer largometraje dirigido por el hispano-alemán Daniel Brühl, donde a su vez da vida a un popular actor llamado Daniel (la casualidad) que, de camino a una audición, decide parar en un bar aparentemente vacío para repasar el poco guion que tiene. En este bar (que por lo que sea me ha hecho recordar En tránsito), Daniel se encontrará con un seguidor de su trabajo que nos hará preguntarnos hasta qué punto todo lo que hemos visto en los primeros minutos de metraje es autobiográfico. Será a partir de este momento cuando empezará un entretenido juego y ‹tour de force› entre los dos protagonistas, que entablarán una relación de desconfianza que también transmitirán a los espectadores en la oscuridad. Porque, en buena parte del juego de La puerta de al lado, hay mucho de autoconsciencia y, al menos en mi caso, del aprecio (en cada párrafo le voy queriendo un poco más) por Daniel Brühl como actor. Sin embargo, y seguramente premeditadamente, aquí la verdadera estrella es Peter Kurth, el actor que interpreta a Bruno, la contraparte de Brühl. En él vemos muchos de nuestros defectos como espectadores (y críticos), aunque se nos muestren algo exagerados por la falta de tapujos. Todo ello con su buena pizca de intriga, comedia negra y suspense.

Así, con una dirección segura y que confía la mayor parte de su fuerza al carisma de sus actores (pues la mayoría del metraje es en una misma localización y bien podría convertirse en una obra de teatro), La puerta de al lado necesita de diálogos para avanzar entre conflictos y contradicciones personales, diseñados meticulosamente para mantener la atención de la audiencia, que a menudo se preguntará de qué parte está. Nuestro desconocimiento de algunos hechos del pasado nos hará cuestionarnos si es nuestra realidad la que nos hace carecer completamente de privacidad, o si es más una cosa del pasado (de las Alemanias divididas). No puedo contar más. En cualquier caso, el guion de Daniel Kehlmann no parece querer centrarse en la reflexión, sino más bien en anécdotas graciosas (por sarcásticas o irónicas) y el entretenimiento derivado de sentirnos más cercanos a uno de los protagonistas porque Daniel Brühl es amigo nuestro.

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