La pecera (Glorimar Marrero Sánchez)

La historia de Puerto Rico es la de un territorio que ha sufrido durante siglos las consecuencias de la colonización desde la llegada de Cristóbal Colón en su segundo viaje a América. A pesar de las leyes que supuestamente protegían a los nativos, los mismos sufrieron la opresión de un sistema de trabajos forzados y la propagación letal de distintas enfermedades llevadas desde Europa. Su paso a manos de Estados Unidos continuó en cierta medida la relación asimétrica entre sus ciudadanos y la potencia norteamericana. A día de hoy su supuesto sistema democrático trata a sus habitantes como miembros de segunda y les impide el derecho a decidir su relación política. En la pequeña isla de Vieques las consecuencias de la utilización militar de la región como campo de pruebas y maniobras a lo largo de varias décadas dejó su huella en la contaminación de los restos abandonados de la Marina. En esa región es donde se refugia Noelia (Isel Rodriguez), la protagonista de La pecera (Glorimar Marrero Sánchez, 2023), después de ser diagnosticada con la metástasis de un doloroso cáncer que llevaba años en remisión.

Lejos de su pareja y de regreso a su hogar natal, se enfrenta a esta situación de asumir la muerte mientras se acerca el huracán Irma. La cámara en mano de la directora sigue el cuerpo de su protagonista sin perderse un detalle en planos sostenidos sobre los sonidos del dolor, sus gestos retorciéndose, el sangrado y la sonda adherida a su abdomen. También su rostro, creando un foco discursivo sobre las expresiones y sus palabras sin filtro, las reivindicaciones de su autonomía como persona enferma y la contradicción de una mujer que piensa en disfrutar al máximo de la vida mientras pueda con la muerte acechando cada vez más cerca. El choque es constante con todo su entorno: amigos, madre y novio. Unas autoerigidas figuras de autoridad que, en nombre de su bienestar, pretenden influir en cada una de las decisiones de Noelia. En Vieques, ella entra en contacto con el grupo de activistas que se dedican a denunciar el estado de la isla y a limpiar los desechos de armamento abandonados en el fondo marino. De esta interrelación del personaje principal con el territorio, su entorno y su enfermedad emergen las obvias intenciones discursivas del filme, que crea un paralelismo directo para llegar a la denuncia del colonialismo y sus terribles y venenosas consecuencias sociales y humanas.

La representación de la enfermedad y su evolución durante su metraje se realiza sin concesiones, aunque con un trabajo de fotografía más bien funcional y supeditado a lo narrativo. Salvo en instantes muy concretos, en los que logra dar forma a destacables encuadres cargados de simbolismo: por ejemplo en el vínculo de Noelia con el agua —en la bañera o en el océano— o con los elementos de la naturaleza en un bellísimo plano final mientras espera la tormenta. Así captura ese estado de crisis del organismo invadido por unas células extrañas que se aprovechan de sus mismos fluidos y materia que la forman. El aislamiento buscado le impide obtener los potentes analgésicos que necesita para sobrellevar su situación. Al buscarlos ilegalmente se encuentra con que su decisión es una hecha desde el privilegio de poder seguir con un tratamiento o disponer de la receta requerida para tener sus medicamentos legalmente. De fondo se detecta esta crítica al sistema sanitario y la exclusión que sufren millones de personas, mientras el personaje principal de La pecera reniega del mismo.

Este enfoque sobre el dolor de la enfermedad y del tratamiento, de la exhibición directa del deterioro físico, del agotamiento mental y de la necesidad de respetar las decisiones de los enfermos, de la ambivalencia de rechazar las falsas esperanzas envueltas en un calvario de técnicas experimentales y métodos sin garantías —que extienden la vida a costa de consumir a quienes los reciben— es lo que hace que la cinta trascienda el simple mérito de su representación del cáncer. La naturaleza finalmente tiene su curso tanto para crear como destruir. Aceptar esto último sirve al propósito de traer paz y una mejor comprensión del mundo y de uno mismo para su protagonista.

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