La mujer del quinto (Pawel Pawlikowski)

La mujer del quinto

Ida nos descubría el pasado año uno de esos talentos que habrá que seguir de cerca. Pero no por descubrirlo a raíz de la galardonada cinta polaca, significa que Pawlikowski haya dado sus primeros pasos con ella. De hecho, la primera incursión del cineasta tras las cámaras data de finales de los 90, cuando aun residía en el Reino Unido y había dirigido ya algunas obras en el terreno del documental. Sin embargo, no sería hasta hace tres años cuando Pawlikowski se enfrentara a su primer gran reto: dirigir una obra con dos actores internacionalmente reconocidos (aunque anteriormente había colaborado con Paddy Considine y Emily Blunt, fue en las primeras incursiones de ambos como intérpretes) como Ethan Hawke y Kristin Scott Thomas.

Con un guión basado en una novela de Douglas Kennedy y escrito a cuatro manos entre el propio Kennedy y Pawlikowski, La mujer del quinto alude a un terreno ya conocido, que no es otro que el del escritor que verá, envuelto en un misterioso submundo, como su particular universo se precipita mientras se ve sumido en una espiral de decadencia y un caos no demasiado desbocado. El empleo de los escenarios (que se repiten vez tras otra) sirve en ese sentido al polaco para armar una de las principales virtudes de La mujer del quinto, y de ese modo empezar a trenzar un relato que probablemente imbuido en su carácter más psicológico habría funcionado mejor de lo que finalmente lo hace.

La mujer del quinto

Así es como pasamos del presunto drama de un padre que llega a Francia para reencontrarse con su esposa y, en especial, con su hija, a un thriller que se despoja de las habituales constantes del género precisamente para trazar ese espacio donde lo psicológico cobra cierta importancia pero sin llegar a adquirir la definición tonal necesaria. De ecos «polanskianos» que, no obstante, no terminan de definir esa naturaleza para sumergirnos en la angustia existencial del protagonista, La mujer del quinto funciona mejor cuando se encuentra entregada a esos particulares pasajes que llevarán a Tom a un inestable destino marcado por unas características propias, que cuando intenta terminar de conferir una forma que se diluye y distancia de las metas deseadas por trazar caminos anexos que, en cierto modo, la desdibujan.

Con todo y con ello, el penúltimo trabajo de Pawlikowski no deja de ser una sugerente entrega que sin aportar nada verdaderamente novedoso o particular (más allá del estilo del cineasta, que sabe fortificar la propuesta tanto en sus envites visuales como en la construcción de todo ese trayecto definido con trazo desde la construcción de ambientes y atmósferas) al subgénero al que pertenece, sabe labrar su propio camino y dotar de cierta personalidad a todos sus episodios, aunque algunos desanden el camino andado. La pericia de un actor como Ethan Hawke, que sigue creciendo siempre que caen en sus manos papeles con algo de sustancia, como es el caso de este escritor algo desubicado, y de una Kristin Scott Thomas que con su imperial (esos vises de dama férrea y misteriosa de rostro faraónico encajan a la perfección en el papel) presencia poco más necesita, dotan a La mujer del quinto de las suficientes virtudes como para convertirlo en un estimable (y por suerte, no demasiado tópico ni recurrente) ejercicio que demuestra que Pawlikowski no es flor de un día, y que incluso en terrenos tan intrincados como este, se pueden ofrecer resultados del todo interesantes.

La mujer del quinto

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