La jungla interior (Juan Barrero)

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La jungla interior tiene la rara y valiosa virtud de resultar siempre impredecible, única. Uno entra en ella prácticamente a ciegas, tanteando un terreno virgen (o, como mínimo, escasísimamente explorado) que es ora inhóspito y agresivo, ora delicado y fascinante. Mientras uno intenta definir vagamente la naturaleza de lo que está viendo (¿un diario personal fílmico? ¿Un ensayo sobre las posibilidades narrativas del medio? ¿Una reflexión sui generis sobre la paternidad?), la película va forjando su propio e inclasificable tono, de forma callada y ensimismada, esgrimiendo una libertad de movimientos y una falta asombrosa de inhibiciones que para sí quisieran muchos debutantes que se arrojan al vacío con una o varias redes de seguridad. Con Juan Barrera esto no ocurre. De hecho, ocurre lo contrario: se desnuda (con la complicidad de su pareja y partenaire artística, la extraordinariamente valiente Gala Pérez) y salta desde el punto más alto y sin red que le proteja de la caída, hundiendo su creatividad en lo que parecen las aguas de su propia vida, y trabajando, con astucia y calculada ambigüedad, sobre un material tan íntimo y delicado que uno casi se siente un intruso al contemplarlo. Esta impudicia (física y emocional) resulta tremendamente estimulante, tan poco acostumbrados como estamos a tales muestras de osadía, por mucho que obras recientes como Mapa, de León Siminiani, plantearan una fijación similar por fundir (o eliminar de una vez por todas, cuales lastres en el camino hacia una hipotética pureza cinematográfica)  los límites entre ficción y realidad, o entre la vida y su representación.

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La estrategia estética y narrativa es tan personal como arriesgada, integrando elementos metafóricos y poéticos (la escena que representa el instante en que Gala queda embarazada, con toda probabilidad la más extraña —no seguramente la más impactante— de la película) en un contexto más inclinado (aunque, a la postre, los esquive) a los modos del cine documental de aliento lírico, o filtrando una personalidad subyugante que tan pronto evoca la melancólica y misteriosa belleza del origen del mundo (la mirada que Barrero proyecta sobre la selva física, igual de fascinada que la de Herzog) que se adentra en registros más sombríos e inquietantes al fijar su atención en Gala, figura amada tornada en cuerpo extraño violentado a través del objetivo de la cámara, esa cámara capaz de permanecer quieta e impasible mientras aquel al que está filmando se desintegra emocionalmente (algo, por cierto, parecido a lo que hacían directores como Stephen Dwoskin o Raymond Depardon). En este sentido, son particularmente intensos y memorables dos primeros planos magistralmente sostenidos por Gala: el primero en el que se afronta la cuestión que derivará casi en cisma dentro de la relación de la pareja, y aquel otro en el que ella reflexiona sobre la pérdida de deseo del protagonista (o sobre el vaivén sentimental que casi acaba convirtiéndola a ella en una desconocida), con ese silencio como respuesta tan crudo e incómodo. Pese a ello, Barrera desenfoca su rostro, dando un mínimo margen de recogimiento al colapso de su pareja.

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La jungla interior es emocionante porque habla de la fragilidad de las relaciones humanas y del temor al cambio de una forma esquiva y apasionante, tomando desvíos inesperados (la incursión en el pasado en el fragmento de la tía Enriqueta) y haciendo que lo que parece evidente (la jungla como espejo de la propia confusión humana, la exploración del espacio salvaje como metáfora de todo viaje de autodescubrimiento) se cuente de forma original y, lo más importante, muy proclive a dejar espacios en los que sobrevuele lo incierto y lo misterioso. Porque, incluso en su desenlace (tras un último tramo de una oscura belleza que poco tiene que ver con provocaciones gratuitas), la jungla del protagonista sigue adivinándose tupida, aunque ya deje entrever ciertos caminos que podrían conducir a una suerte de reconciliación no tanto con Gala (figura cambiante y poderosa que lo desconcierta), sino con la propia idea de la vida a su lado y al lado del hijo que acaban de tener. Ese último plano, tan delicado, parece el inicio de muchas cosas, y arroja luz a esa vegetación frondosa que nos crece muy adentro y nos impide ver con claridad quiénes somos, qué queremos, hacia dónde vamos… y tantas otras cuestiones de difícil respuesta que surgen al enfrentarnos a momentos tan significativos como los que aborda esta pequeña, extraña, libre película.

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