La canción del mar (Tomm Moore)

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Un trabajo para artesanos. Siempre ha sido evocador comprobar cómo algunas personas pueden volcar todo lo que sucede en sus cabezas a sus manos para compartir esos mundos recreados en la imaginación, tan ricos e intensos que abruman. Poco a poco van quedando relegados aquellos que disfrutan del papel, digitalizar la animación parece una necesidad, y aunque el mérito sea equiparable por su dedicación, siempre inspira conocer nuevas películas que se anclan en lo físico, que invita a tocar lo que ves.

Tras El secreto del libro de Kells, Tomm Moore vuelve al hiperbólico mundo de mitologías irlandesas con La canción del mar, una sencilla historia de niños que se adentran en la irrealidad para recibir de buen grado todo aquello que los adultos han dejado pasar. Una madre se encuentra en el dulce estado de mirar a los ojos a su pequeño mientras sostiene con sus manos a la que sigue en sus entrañas, y junto a canciones de hadas le narra las historias más antiguas que encierran los secretos de los mares y los grandes dioses. Así nos transportan por los paralelismos de lo conocido y nos vinculan a un universo mágico donde cualquier posibilidad es válida y de una belleza implícita.

Es inevitable admirar el trazo que sigue Moore en sus dibujos, personaliza lo orgánico para traerlo a un primer término, los convierte en protagonistas acomodándolos en escenarios que si bien tienen un aspecto más rígido entre líneas que desean pasar desapercibidas, se rellenan de colores vivos, con texturas de una gran riqueza visual, que poco a poco, junto a pequeñas variaciones, se convierten en un sello de identidad para el propio autor, en un agradable mundo de oscas tonalidades para la fría Irlanda e impetuosas combinaciones para la fantasía que se encierra en sus tierras.

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En esa Irlanda rodeada de agua que esconde en sus profundidades las vidas pasadas de los que estuvieron antes de cualquier historia conocida, crecen estos dos pequeños, protagonistas absolutos de La canción del mar, niños de miradas despiertas y dispuestos a asumir su curiosidad como un modo de vida. Es la separación del mar, el elemento que a uno aterroriza y a la otra une cual cordón umbilical, la que despierta una odisea en la que volver a casa será la mayor aventura de sus vidas. Hay personajes oscuros, barreras para separar esta posibilidad. También aparecen los seres de luz, que alumbran un camino dificultoso que va más allá de caminos y carreteras. Y la naturaleza, siempre presente en un escenario tan abierto como este, que reclama su puesto acunando a los pequeños con todos los elementos de los que dispone.

Las simbologías se suceden en cada escena, siempre hay algo que difumina un día cualquiera dejando paso a esa protectora magia incontrolable que según las viejas historias se esconden entre humanos ignorantes, subsistiendo desde tiempos inmemoriales. Y qué importante es la memoria en todo momento, siempre es un recurso que se utiliza como hilo conductor, las canciones y cuentos que la madre narraba al pequeño antes de dormir sirven para descubrir el camino y despertar la responsabilidad de adulto en los protagonistas, mientras los adultos mantienen su obcecación imperiosa ante lo fantástico, a su vez recordando sólo esa parte que incita al peligro, a lo que se desea desvanecer de la memoria.

La canción del mar es un cuento con moraleja propia que vive de cuentos de antaño para recordar lo que cada piedra y árbol ha vivido en un intento de volver a las raíces. Es fácil dejarse llevar por el contoneo de las olas que nos propone Moore, abrir bien los ojos para no desperdiciar ninguno de esos detalles que sirven de guiños en una narración que ilumina los silencios y crece en la fragilidad de sus personajes, donde todo su universo se magnifica y sirve para encandilarnos a todos con su canto de sirena, a niños de verdad y a los que seguimos siéndolo en espíritu. O siempre quedará mirar el fondo y decidir perderse en él, como hacemos continuamente con el mar.

La canción del mar

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