La alternativa | Una cana al aire (Blake Edwards)

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«A mí lo que me gusta es el sexo y todas su variantes, aunque me quieran muerto» parece gritar el inicio de Una cana al aire (Skin Deep), que cerraba los ochenta con una de las últimas películas de Blake Edwards. Él era uno de esos directores con variopinta trayectoria que igual encumbraba a Audrey Hepburn con la eterna Desayuno con diamantes que seguía los pasos del inspector Clouseau / Peter Sellers en todas las variantes de La pantera rosa.

Pero tiene la parte más pícara y banal, la de desentrañar los secretos de eso que buscan las mujeres por medio de hombres con atractivo peludo y maneras un tanto relamidas. Si bien en su momento se atrevió a relanzar el film de François Truffaut L’homme qui aimait les femmes, con su remake en 1983 protagonizador por el galán para la ocasión Burt Reynolds titulado Mis problemas con las mujeres, en 1989 volvió a dilucidar las mismas neuras con John Ritter en Una cana al aire. Y es que por lo visto, a Edwards le preocupaban los «hombrazos» que no eran capaces de decir «no» a las mujeres.

¿Y por qué John Ritter? El tipo supo subir como la espuma en su aspecto de mujeriego en la serie de TV Apartamento para tres —yo lo mantengo en la retina como el inesperado robot o fallido padrastro en Buffy cazavampiros—, y aunque la televisión fue su mejor hogar, las sitcom le abrieron las puertas a la comedia en el cine.

Antes de aferrarse a papeles de padre fue un antiguo escritor, actual adicto al sexo con mujeres espectaculares para Edwards, arraigando el estereotipo que con labia y mucho dinero las mujeres se vuelven locas ante el macho de pelo en pecho. Pese a que sea eso, el estereotipo, el verdadero protagonista del film, lo cierto es que Skin Deep transmite diversión atada a los clichés más mundanos, pero ese es su estilo y funciona a todos los niveles. ¿A quién no le gusta un fracasado escritor que encuentra en el sexo casual y el alcohol su válvula de escape ante su fracaso y sus adicciones? Los círculos viciosos, qué grandes momentos han traído al cine.

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Sencilla y directa es esa fobia del escritor. En apariencia es otra comedia de enredos sexuales, con el carismático hombre que se las lleva a todas a la cama, pero pronto se centra en las neuras del protagonista, donde las mujeres sólo son los objetos de deseo que lamer por placer, pero la culpabilidad y el fondo de la botella son el prototipo realmente idealizado. Hay un psicoanalista que sólo escucha y un barman que aporta soluciones, pero ante todo existen los desencuentros, las extravagancias en cuanto a preferencias sexuales y los enredos tópicos que siempre llevan a peor cualquier situación.

Ritter se ríe de sí mismo y Edwards se ríe de los Casanova aferrados a la infidelidad, convierte el amor por cualquier mujer en una enfermedad y la cura llega de la mano de la convencional comedia romántica, dejando un rastro de bromas básicas pero imprescindibles para una película de este tipo (la escena de los preservativos luminosos es tan fatídica como divertidísima).

Una cana al aire es tal como suena, sexo sin complejos y muchas catástrofes adheridas a ello. En algún momento recordé el documental La historia completa de mis fracasos sexuales, por aquello del muchacho que busca la respuesta a su desastrosa vida con la pregunta equivocada, pero con los ochenta de fondo, los cardados en el pelo, las hombreras XXL y un escritor aferrado a la botella, todo tiene un aire más benévolo que nos devuelve la idea de que en la cama de algunos todo está permitido. Al menos Edwards es mucho más honesto que el documental citado, y sabe cómo tratar las conquistas que hablan del autoconocimiento o la total ausencia de ello.

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