La alternativa | La familia Jones (Derrick Borte)

Familias que parecen pero no son. Familias que sirven de espejo y proyectan lo que tú quieres ver en ellas, aunque detrás de la fachada no exista ninguna relación. De familias falsas está el mundo lleno,  las hay en el supermercado, en el barrio, en las revistas, en la tele y ahora mismo, una está metida en cines disfrazando a Jennifer Aniston de stripper que a su vez se disfraza de mamá en Somos los Miller. Pues bien, es hora de encontrar una buena alternativa, la lección de hoy se titula: familias con costuras.

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De todos los tipos de familias fingidoras, unas de las que más me han llamado la atención siempre son las de los anuncios impresos de Tommy Hilfiger. No sé, la vista se me va detrás en un confuso pensamiento que mezcla la curiosidad y la repugnancia a partes iguales. Personajes de plástico poroso que expulsan un aroma a superioridad y soportan en sus rostros una felicidad grapada, rodeados de un lujo que quieren llamar hogar. Siempre me pregunto ¿dónde están las costuras? Bien, La familia Jones es ese anuncio de Tommy en movimiento, que tiene el hilo asomando en todo momento a la espera de que su director, Derrick Borte, decida estirar de él para que se desmonte por completo.

Así son los Jones, llegan al barrio y sus perfectos rostros, sus costosas prendas, sus avanzados teléfonos e impecable hogar destacan allí por donde pasan. La familia que todo el mundo quiere tener, con un aliciente, el monetario, ya que son meros maniquíes expertos en marketing a la espera de vender todo lo que utilizan y llevan encima, sólo por asociación.

El objetivo es sencillo, vender un estilo de vida, un estatus socio-cultural, un coche, una mesa, un zumo, un olor… cualquier cosa que te haga pensar que eres un ser maravilloso que está más cerca de llegarle a la suela de los zapatos a los maravillosos Jones, una pareja en su mediada cuarentena que tiene dos hijos adolescentes, guapos y con un sobre-desarrollado sentido del liderazgo pasivo. Todo papeles sumamente cuidados que consiguen embaucar a un barrio para aumentar sus primas a fin de año. También está el apartado de relaciones a puerta cerrada, que se centra básicamente en esa unidad parental masculina recién llegada a la célula familiar, un David Duchovny al que siempre se le dio bien ser el tipo encantador que sabe venderse. Él es quien comienza a mostrar esos hilos al intentar dar paso a la humanidad en este pequeño grupo de modelos a seguir, y su líder, una muy bien elegida Demi Moore que, con su recién comprado nuevo aspecto para poder seguir como una tabla de planchar este papel la debía llamar a gritos, es la encargada mantener las tijeras en alto para dejar a este grupo entre las más altas nubes de calidad.  La ligereza con la que se muestra todo lo que ocurre en la película no nos lleva a la exaltación ni a la vergüenza ajena en ningún momento, y aunque los personajes adultos tienen algo de química, lo cierto es que los encargados de hacer de adolescentes son más una postura que un tema desarrollado, ya que sus ociosas personalidades encubiertas daban para un mayor protagonismo o al menos algo más de chicha que mostrar, no sólo unas cuantas escenas puramente anecdóticas.

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Entre falsos anda el juego, y la verdad es que la esperada familia envidiosa no tarda en aparecer y resulta de lo más atractiva aunque sea también demasiado típica, aunque los estereotipos sean el aliciente más acertado para una película que intenta vendernos que estamos en el lado de los que todo lo saben. Como escaparate, todos tan guapos, tan limpios y tan poco puros son un anuncio con patas con la gracia de saber por una vez que todo es mentira desde el primer momento, y la frivolidad es un caramelo apetecible que siempre queda bien ante la cámara. Los Jones son de todo menos un ejemplo a seguir, pero parece tan divertido falsear ser rico y famoso, un caprichoso reconocido y por ello amado, que lo mejor es dejarles hacer, aunque los castillos de naipes tengan esta tonta costumbre de caer.

Partimos de la idea más absolutamente fabulosa en cuanto a familias falsas que se nos podría ocurrir, demostrar desde un principio el producto en el que se basa esta “unidad de ventas”. Bien desarrollada podría ser una excelente crítica social y consumista que vapulease lo que todos conocemos y los publicitas explotan, o una oda al nihilismo monetario sin profundidad alguna. En esta ocasión, no se pasa de la tragi-comedia con cierta patadita en la espinilla para los que consumen y para los que presumen, convirtiéndola en un pasatiempo liderado por la envidia, pero francamente, cualquiera me dará la razón en esto: no tiene desperdicio aferrarse de vez en cuando al puro entretenimiento sin grandes pretensiones, que echar una tarde frente a la pantalla, sea la de último modelo con resolución full y mil extras o la que tiene insertado un tenedor y una pinza en el euroconector para que se siga viendo a color, nos gusta a todos.

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