Iván Fund… a examen

En una entrevista realizada tras presentar su último largometraje, Piedra noche, el cineasta argentino Iván Fund reclama el retorno al fantástico como una reconexión con el duelo. Si bien el fantástico ya era una dimensión presente en su anterior largometraje, Vendrán lluvias suaves, en su nueva entrega esta tipología de género vampiriza casi del todo el decurso de la película.

En las derivas del cine contemporáneo la tendencia del fantástico ha vuelto a conquistar los corazones de las películas, no desde una vertiente aventurera, sino que revisita el realismo mágico o el realismo poético. Desde el cine atmosférico de Apichatpong Weerasethakul hasta grandes películas de los últimos años como Lázaro feliz o films costumbristas y modestos como Destello bravío, parece como si el fantástico se hubiese llevado a su mínima expresión para filtrarse por los resquicios del relato, dando pie a una mezcolanza de géneros que logra enfatizar la ambigüedad y la reflexión.

Sin desviarnos de Fund, un modo atractivo de valorar la eclosión y el desarrollo de su trayectoria es poner en dialéctica Vendrán lluvias suaves y Toublanc, sus largometrajes anteriores a Piedra noche, para determinar si en efecto es o tiene posibilidad de ser una de las voces más significativas del cine argentino contemporáneo.

Toublanc, que adapta al escritor Juan José Saer, se desarrolla en clave episódica, donde intervienen un seguido de personajes muy marcados por la sofisticada narrativa visual que emplea Fund. Se puede tener en cuenta el cine coetáneo de Lisandro Alonso, muy apegado a la poética del deambular heredera del cine moderno. Sin embargo, si Alonso deja que los planos respiren y se desarrollen de forma pausada para imprimir una sensación de vacío, Fund prefiere que sea el aspecto visual, lánguido y apagado, el que module las emociones. Durante los títulos de crédito se suceden imágenes del espacio urbano, como si navegáramos por un film de Tsai Ming-liang pero con el artificio de la cámara lenta, que afecta directamente a los movimientos de los personajes que entran y salen del ‹frame›. El ralentí y la puesta en escena parecen remitir a un espacio que se disuelve, como si estuviera a punto de desaparecer. En cierto modo, es una carta de presentación devota del pensamiento de Marc Augé, sobre todo vinculada a sus meditaciones acerca de los no lugares o los lugares de paso, atravesados por identidades desdibujadas. Una de las virtudes del film, sin dejar de lado el apartado visual, son los instantes en los que el caballo, símbolo de libertad, fortaleza y naturaleza, se adhiere al entorno urbano, generándose una poderosa sensación de desencaje.

Por otro lado, en Vendrán lluvias suaves, que comparte título con un cuento breve de Ray Bradbury, Fund se traslada a un barrio obrero de un pequeño pueblo provinciano, para poner la lupa en el colectivo infantil. Los niños tendrán que aguardar confusos a que sus padres se despierten, porque repentinamente se sumen en un extraño estado de somnolencia. Es interesante el modo en el que el director se proyecta sobre los espacios, lúgubres y cerrados sobre sí mismos, para contrastarlos con la docilidad y la inocencia de los pequeños. La película está llena de gestos y miradas que en cierto modo aluden a un sentimiento pre-pandémico, en tanto que son reflejo de un mundo que parece dispuesto al cambio o a una sacudida intensa. Una cierta atmósfera postapocalíptica recurre todo el metraje. O podríamos decir pre-apocalíptica.

Definitivamente, Fund se afianza una mirada personal firme en relación al espacio fílmico, que le permite maniobrar con destreza entre diversas directrices de los géneros cinematográficos. Entre sus filigranas estilísticas se puede percibir no únicamente un fértil anhelo narrativo, sino también una capacidad innata para exprimir el lenguaje cinematográfico, repensar su naturaleza y exhibir sus diálogos invisibles con las otras artes.

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