Insensibles (Juan Carlos Medina)

Tras el reciente estreno de Hijo de Caín, el cine de género marca de la casa vuelve a aterrizar en la cartelera nacional con Insensibles, cinta de corte fantástico con alguna que otra pincelada de terror que guarda ciertas similitudes con la película de Jesús Monllaó Plana anteriormente mencionada. Ambas obras suponen el debut de un cortometrajista en el campo del largometraje con una apuesta centrada en el género como carta de presentación; ambas disponen de una premisa que se antoja, cuanto menos, más que interesante; y ambas, por desgracia, desaprovechan su propuesta inicial con una ejecución fallida que lastra lo que podría haber sido un proyecto digno a tener en cuenta.

Una de los mayores ‹handicaps› que puede presentar cualquier tipo de obra cinematográfica es lo que podría denominarse como “bicefalia creativa”. Esto es, la sensación de estar ante un producto dirigido por un único individuo que presenta una incapacidad más que plausible para organizar ese mar de ideas que pululan su cabeza; obteniendo como resultado un filme que parece más bien obra de dos, o incluso más creativos aportando ideas a lo loco para después ser agitadas —que no mezcladas— en una coctelera con forma de largometraje.

En el caso de Insensibles, Juan Carlos Medina deja patente esta bicefalia de varios modos, destacando sobre todos el que resulta ser el leitmotiv estructural de la película; esto es, el constante baile temporal entre la época actual y el periodo ambientado en la Guerra Civil, que es empleado para ir enlazando progresivamente las dos tramas que conforman el guión, y que inevitablemente acabarán colisionando de lleno en el último acto de la cinta. Lamentablemente, lo que podría haber resultado un aspecto formal interesante e incluso efectivo, se ve lastrado por la falta de cohesión entre las dos líneas temporales de la película, y por las variaciones de ritmo que el director va impregnando a cada historia conforme le va interesando para intentar mantener, de forma bastante improductiva, la intriga.

Por momentos, Insensibles parece estar conformada por dos historias independientes, de naturalezas muy dispares que han sido reunidas en una sola obra. La falta de definición —por no decir batiburrillo— de género y tono de la cinta hace que el debut de Medina no funcione ni como el drama/thriller con tintes de investigación que ofrece en la primera línea temporal del guión, ni como el ejercicio de cine fantástico más clásico con tintes de terror de su historia ambientada en la década de los 30. De este modo, al no funcionar de manera aislada, resulta obvio el desastre a la hora de hacer converger ambas tramas en el segmento final de la cinta.

A todo este caos narrativo y formal, hay que sumar al carro de aspectos negativos las que, probablemente, sean las peores interpretaciones de actores secundarios que se hayan visto últimamente en una sala de cine —antológicos el Doctor Carcedo y ese oficial de las tropas nacionales con su frase estrella: «¡Aquí huele a rojo!»—, incluyendo a un sorpresivamente mal dirigido y sobreactuado Juan Diego. Por suerte, y pese a los despropósitos continuos, Insensibles presenta una factura técnica impecable que consigue disipar ligeramente —muy ligeramente— el mal sabor de boca con algunos momentos mínimamente inspirados.

Insensibles presenta un claro ejemplo de un filme sin rumbo y de un director que, pese a tener buenas intenciones, no sabe organizar sus ideas, perdiéndose en un mar de confusión, caos y falta de concreción. Es una lástima pensar en lo que podría haber dado de si una premisa a priori tan interesante como la que ofrece la cinta en manos de algún director más curtido y con la mente lo suficientemente fría como para desechar parte de su imaginario creativo en pos de un producto más sólido y, en definitiva, más competente a la hora ser lanzado al mercado.

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