Espacio interior (Kai Parlange)

El secuestro en 1991 del arquitecto Bosco Gutiérrez Cortina sigue siendo una historia que se cuenta por las calles de México. Nueve meses en cautiverio, en una habitación que era más bien un zulo de tres metros, en los que el damnificado alcanzó a mantener la cordura, probando su coraje y una enorme capacidad de resistencia son un buen punto de partida para contar una historia que trate de retratar la dignidad humana. O al menos eso debió pensar el realizador Kai Parlange, que cuenta una versión algo libre de este secuestro y su desarrollo.

Kuno Becker es el actor escogido para dar vida a Bosco Gutiérrez (cuyo nombre, por cierto, no se menciona). De hecho, encerrado tal y como está en un zulo, prácticamente será el núcleo y epicentro de la película. Solo saldremos de esta habitación, este espacio interior al que se refiere el título, para perdernos en los recuerdos y pensamientos del protagonista, casi siempre relacionados con su familia.

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Y es que el núcleo del film está muy claro: Parlange explora como un hombre puede aguantar tal cautiverio sin quebrarse. Trata de establecer como fuerza principal cuales son las motivaciones y los pensamientos del personaje encerrado. Aunque la historia real podría servir como propaganda del cristianismo, pues Bosco Gutiérrez siempre ha declarado que fueron Dios y la Biblia quienes le mantuvieron cuerdo, en la película esto pasa a un segundo plano: es la idea de su familia, su vida y sus amigos y seres queridos la que da la fuerza para resistir a Kuno Becker.

Todo esto, por supuesto, hace que la cinta en general, pese a su planteamiento más que interesante, sea bastante edulcorada. Al final, el canto a la dignidad acaba siendo un cúmulo de reflexiones dignas de Paulo Coelho en sus mejores momentos. Tampoco contribuyen a ello ni el propio decorado, una habitación prístinamente blanca en la que hasta las anotaciones de las paredes muestran más el arte de un dibujante callejero que la desesperación de un hombre cautivo, ni los guardias y su forma de comunicarse. Aunque es cierto que Gutiérrez siempre se comunicó por escrito con sus secuestradores, la forma elegida para mostrar esto es casi hilarante: unas grandes cartulinas, letra de imprenta (siempre la misma)… ni siquiera los gestos de los guardias parecen demostrar algo amenazador o intimidante.

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Es cierto que, sobreponiéndose a estos pequeños fallos que restan veracidad al conjunto, la peli deja secuencias interesantes: el calendario que realiza el personaje principal para no perder la cordura, el uso de la música y las cintas de cassette y especialmente el final. Los últimos quince minutos son de una gran fuerza, precisamente por su falta de artificios y sus escasas pretensiones de espectacularidad, justo al contrario que el resto del metraje. Lo difícil es llegar a esas últimas escenas interesados todavía por los padecimientos del preso arquitecto.

El problema de querer hacer una obra tan vitalista es que Kai Parlange utiliza el secuestro como un medio, y no como un fin en sí mismo. El hecho de estar atrapado es el que hace a su personaje reflexionar sobre su vida y la importancia de todo. Igual que eligió un secuestro podía haber elegido a un hombre a quien comunican una enfermedad terminal. Los elementos propios del secuestro devienden en algo secundario, y eso hace que durante una hora no podamos creernos del todo la historia que propone el cineasta mexicano. Esa es la principal traba de una trama, que, por todo lo demás, cumple con su objetivo de demostrar sus ideas sobre la dignidad

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