Creep (Patrick Brice)

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Ir a ver un film incentivado por la presencia de Mark Duplass y olvidarte de su figura pasados diez minutos. Si el cine independiente norteamericano ha recibido una gran noticia en los últimos años, esa es la cada vez más frecuente presencia de un cineasta como Duplass ante las cámaras, y es que tanto la misma como el pequeño apoyo que supone su imagen hacia esas cintas sin tantas posibilidades como Seguridad no garantizada o esta misma Creep, es todo un bálsamo que cabe no sólo comprender, sino contextualizar en un marco cada vez más degradado como el del independiente, donde parece que actualmente cualquier título tiene cabida.

Patrick Brice enarbola en torno a su figura un «found footage» que sabe aprovechar las virtudes del formato en un terreno tan manido como el que se encuentra. La cámara, en ese sentido, no resulta sino una extensión del propio protagonista, que para la ocasión se transforma en principal testimonio de los últimos meses de Josef, al que sigue con la intención de retratar un periplo que servirá como recuerdo para su futuro hijo.

Un retrato urdido a través del personaje interpretado por Duplass, lleva buena parte del peso en la primera mitad del film, y es que el actor es capaz de realizar una notable construcción que juega en algunos casos con la ambigüedad necesaria y se encarga de dotar de un amplio espectro de posibilidades a su caracter. Desde un patetismo cercano al humor más bizarro, hasta una vertiente más grotesca e incluso sus pequeños momentos de debilidad que lo hacen casi humano, el de Louisiana se encarga de convencer al espectador que tras Josef hay algo más que un simple (y esperado) psicópata, algo que terminarán confirmando algunos gestos hacia la más que propicia víctima en este caso, Aaron. Ese juego, que le tiene como máximo protagonista, se prolonga en una primera mitad donde Brice sabe explotar las distintas aristas del personaje e incluso no relegar a un excesivo secundario plano a su impostado biógrafo.

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Más allá de la evidente muestra de talento derrochada por el actor, Creep desarrolla también sus capacidades gracias a la más primaria de las herramientas. Penetrando en los espacios y haciendo de los pocos emplazamientos presentes en ese tramo inicial, Brice es capaz de advertir las aptitudes como pieza de género de su film, y de integrar la cámara en un ambiente apropiado, especialmente cuando nos encontramos entre las cuatro paredes (y, por ende, la reducción de dimensiones) de esa casa habitada por Josef.

Todas esas bondades, se pierden no obstante cuando Brice decide relegar el relato a otro plano: en él, continúa reforzando la condición de su ejercicio, pero en el fondo pierde en la desaparición del personaje de Duplass una de sus piezas claves. Ello no impide que siga potenciando algunos aspectos secundarios como las razones que llevan a Josef a protagonizar esa extraña persecución a través del envío de cintas y objetos que proponen una singular relación con Aaron. También pierde en este tramo Creep su opción de continuar trabajando en torno a la cámara, cuando paradójicamente más espacio ofrece el film para ello, fallando así en la consecución de la descripción de ese personaje central.

Pese a todo ello, Patrick Brice logra un más que decente debut que termina encontrando su mejor arma en esa condición genérica (reforzada, además, por esa conclusión) y en la ineludible presencia de un fantástico Duplass habil para formular creaciones que a más de uno no se le hubiesen antojado a sabiendas del actor que hasta ahora había demostrado ser.

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