Blue Ruin (Jeremy Saulnier)

El comienzo de Blue Ruin ofrece una de esas situaciones que suelen ser tan desconcertantes como atrayentes, en el sentido de que el espectador no tiene claros datos de lo que está pasando y por qué está pasando. Concretamente, vemos a un hombre con aspecto muy desaliñado (barba pobladísima, ojos cansados…) que parece no tener un sitio fijo en el mundo, ya que da vueltas de casa en casa y duerme en su propio vehículo. Nada parece aclarar la situación hasta que una policía le lleva a comisaría y le comunica que van a soltar a un individuo de la cárcel. Ahí sí se despeja el panorama, y con las escenas posteriores vemos que el escenario planteado es el de un pasado complicado y una venganza que espera delante de nuestra vista.

Jeremy Saulnier es el triple responsable (dirección, guión, fotografía) de una película que el año pasado fue aplaudida en varios festivales, un thriller con cierto aroma clásico y toque indie cuyo desarrollo está fuertemente impregnado de una dosis bastante curiosa de realismo. Saulnier maneja con mucho tiento el desarrollo de los acontecimientos, un aspecto a destacar si tenemos en cuenta que hasta ahora sólo tenía en su haber un largometraje, Murder Party, y data de hace siete años, aunque ya tenía más experiencia en la realización de películas dado su bagaje como director de fotografía.

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Como decimos, ese afán por lo real es lo que verdaderamente consigue que la película enganche, ya que la imprevisibilidad se antoja como un elemento fundamental en esta clase de thrillers. Hay que darle su parte de mérito aquí a Macon Blair, actor que se enfrenta a su papel más importante hasta la fecha y lo lleva a cabo con nota, logrando una variedad de registros acorde al carácter de su personaje, un tipo al que una acción en el pasado no deja de reconcomerle hasta tal punto que se ha abandonado a sí mismo en la vida y sólo la oportunidad de obtener justicia le hará despertar de un letargo prolongado en demasía. Llama la atención la evolución del personaje desde el principio hasta el final, pasando de un individuo frío y casi inocente a un tipo que saca todo lo (malo) que tiene dentro.

La factura visual en lo que se refiere a la violencia no alcanza ni mucho menos las cotas suficientes como para siquiera rozar lo gore, pero es cierto que las escenas de mayor dureza gozan de un impacto bastante fuerte. Mención especial a esa escena final, muy digna para la película en su conjunto y que es un gran colofón para la obra porque reúne varias de las virtudes que hemos visto en la misma. Es necesario recalcar esto porque no es la primera vez que un filme de este estilo se echa a perder en sus minutos finales por no saberle dar un desenlace apropiado. Aquí, por fortuna, Saulnier ha sabido estar a la altura del resto de su trabajo y nos regala una última escena vibrante.

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Complicado, por tanto, quedarse indiferente ante Blue Ruin. En el género del thriller, cuando una propuesta atractiva culmina en una realización imponente, el grado de satisfacción en aquel que vea la película será máximo. Con el paso de los minutos, lo que al principio llama la atención acaba enganchando de una manera ciertamente poderosa y sin mostrar excesivos altibajos en el desarrollo de su argumento. Por el camino se dejan caer ciertos detalles que en definitiva van encaminados a una crítica hacia el concepto de la venganza, que tan de relieve lo vemos en sociedades menos desarrolladas (incluyendo algunos retratos históricos del mundo occidental que consumimos a través de productos culturales) pero que también en el mundo desarrollado puede estar a flor de piel dadas las condiciones necesarias. Jeremy Saulnier lo sabe, y bien que lo plasma en una obra cinematográfica que merece mucho la pena.

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