Bloodline (Henry Jacobson)

Una de las mayores virtudes de Bloodline es saber ubicarse exactamente en el lugar que le corresponde. Su juego es el de las ligas menores, su idiosincrasia es la de la serie B, su ideología la de prescindir de subtexto (como motor argumental). El objetivo, en definitiva, es crear un film que se emparenta directamente con la crudeza ‹exploit› del ‹slasher› ochentero que ofrezca tanta sangre posible a través del impacto directo y, genere por tanto, un shock instantáneo en el espectador.

Cierto es que el film de Henry Jacobson, en su intento de hacer un ‹back to basics› del género, peca precisamente de ser demasiado estricto en el obligado cumplimiento de ciertos conceptos con lo que, a veces, se siente un cierto acartonamiento en el cliché descriptivo de los personajes y un atoramiento en el pulso narrativo. Algo problemático teniendo en cuenta lo compacto de su metraje.

Dicho esto, Bloodline hace un notable esfuerzo por equilibrar el derrame sangriento con la descripción y construcción de la psique de su protagonista y su entorno. Un comentario que pone en tela de juicio a la familia como refugio conceptual de seguridad y pilar de la sociedad. Un análisis que no entra en profundas disquisiciones y que se permite la ironía de darle al asesino el rol de consejero juvenil consiguiendo algo tan meritorio como incidir en el tema y al mismo tiempo descralizarlo en favor del ‹gore›.

Ver en semejante papel a un ídolo juvenil como Seann William Scott también contribuye al interés, ni que sea por la curiosidad de verlo fuera de su zona de confort. Un papel que además ejecuta a la perfección adoptando aires que nos recuerdan a una suerte de Dexter enfurecido con el maltrato parental.

En este sentido quizás las similitudes con la serie de televisión, así como un giro final que desmiente parte de las virtudes exhibidas, le resta cierto empaque en la valoración final, sobre todo en cuanto a originalidad y en la solidez exhibida hasta el último tercio del metraje.

Al final hay que volver una vez más a insistir en el atrevimiento de la propuesta, en no obviar en ningún momento la voluntad de creación de atmósferas malsanas partiendo de una cotidianidad aterradora en tanto que sitúa al mal como posible vecino, marido y padre perfecto. Pero sobre todo en el juego de la balanza moral y cómo esta puede decantarse fácilmente hacia la perversión en nombre de sentimientos nobles como el amor y la protección de los seres queridos.

Así pues Bloodline da bastante más de lo esperado, posicionándose como una serie B de calado que, tanto en estética como ejecución, reivindica el espíritu de este tipo de películas y hace bandera de ello. Con todo ello no podemos decir que sea una gran película ni técnica, ni argumentalmente, pero sí que lleva hasta sus últimas consecuencias sus planteamientos cinematográficos. Una obra artesanal que no pretende reinventar nada, ni epatar mediante artificios y que, visto el resultado final, ni falta que le hace.

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