Alice Diop… a examen

La primera incursión de Alice Diop en la ficción con Saint Omer (2022) supone la sublimación de una filmografía dedicada a la imagen documental, con especial foco en los conflictos de la sociedad francesa en relación a los barrios pobres de la periferia: aquellos con verdaderos problemas de delincuencia, desempleo y constituidos principalmente por población de origen migrante de ascendencia africana. Todo el cine trabaja con elementos de la realidad como material de creación y esa barrera artificiosa entre la ficción y la no ficción se ve absolutamente destruida por Diop, que en su último largometraje toma un caso real para construir un relato que trasciende el drama judicial. Pero ya desde títulos como su documental La mort de Danton (2011) se puede trazar una línea de intereses temáticos y una coherencia formal en la descripción de los sujetos que filma, en cuyo punto de vista nunca se aleja del aspecto humano tanto de lo que está delante de la cámara como detrás. Algo que se puede comprobar en cómo la directora entra en plano y consuela a una mujer en la consulta del médico de La permanence (2016) cuando revive el trauma de la violencia que sufrió.

La relación entre el aspecto visual de las películas de Alice Diop y su discurso político es intrínseco a sus imágenes y cómo las crea. En La mort de Danton —que hace referencia al título de la obra de Georg Büchner, sobre el líder de la Revolución Francesa George Danton, que acabó siendo ejecutado en 1794 por su posición más moderada y reconciliadora—, la cineasta sigue a Steve Tientcheu, un alumno de la academia de arte dramático proveniente de uno de estos suburbios (‹banlieue› en francés). Le vemos en su día a día con sus compañeros y sus profesores, así como sus reflexiones más íntimas sobre la experiencia de ser una persona negra de una clase social baja en esta institución. En la escuela la cámara en mano sigue sus ensayos y ejercicios, pero en multitud de ocasiones desvía el foco hacia sus instructores, mientras le dan indicaciones de cómo tiene que interpretar a una persona negra en relación a asuntos que le tocan tan de cerca como la discriminación. Las connotaciones de estas situaciones, acercando a los espectadores al racismo institucional y a la falta de sensibilidad de los responsables (todos blancos y de clase acomodada, con una formación acorde a ella) son evidentes sin necesidad de subrayarlas.

Las palabras de Steve son devastadores cuando explica sus pocas posibilidades para ejercitar sus capacidades porque únicamente quieren verle en personajes negros o escritos por autores negros. La misma falta de diversidad de la academia le dificulta representar escenas que, sin embargo, sus profesores no ven problema en que sean interpretadas por actores o actrices blancos con el rostro pintado, según le sugieren. Otra faceta que sale a relucir es el propio complejo de clase de Steve, que no ha comunicado a nadie conocido de su barrio que está aprendiendo interpretación, por miedo a ser objetivo de sus burlas, por temor a la presión social y la exclusión dentro de su propio entorno. Esto se suma a los comentarios que sistemáticamente recibe sobre su supuesta presencia amenazadora, que da pie a un momento de intensidad emocional desbordada. La percepción externa mediatiza la forma de estar en el mundo. Algo que abordaba respecto al yugo de la masculinidad a través de los comportamientos de distintos hombres de estas barriadas sobre las relaciones sexoafectivas en Vers la tendresse (2016).

La mort de Danton concluye con su protagonista recitando el último discurso de Danton, nunca pronunciado en su juicio sumarísimo. Un discurso sobre el fin de los privilegios y los derechos obtenidos para todos los hombres, que más que un victoria supone la inspiración para seguir luchando sin descanso por ellos. Así acaba de proponer la cinta esta contradicción entre los valores fundacionales de la República francesa en sus textos legales y jurídicos —la igualdad formal— y la realidad social, como un campo de batalla en permanente disputa.

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