A Son (Mehdi M. Barsaoui)

El debut del tunecino Mehdi M. Barsaoui ha suscitado comparaciones con Asghar Farhadi, entre otras cosas porque Farhadi es actualmente (con Kiarostami desaparecido y Panahi rodando en condiciones tan precarias) el referente por excelencia del cine árabe y casi todo lo que venga de esas latitudes tiende a vincularse con él, pero también porque ciertamente Barsaoui comparte algunas de las inquietudes que han definido al cine del iraní, a saber, el gusto por las encrucijadas morales, por las relaciones de pareja sostenidas en el alambre y por una narrativa que se sirve del suspense y la revelación paulatina de secretos para radiografiar los cimientos de la sociedad árabe. A Son ofrece un poco de todo esto: una situación dramática e imprevista pone en jaque la existencia de una pareja aparentemente feliz, llevándolos al límite de su resistencia física y psicológica, al tiempo que quedan al descubierto las debilidades de un país (Túnez en el caso que nos ocupa), víctima, como tantos otros de su entorno, del peso que la religión ha adquirido en todos los ámbitos de la sociedad.

Estamos, pues, ante una obra de reminiscencias políticas, religiosas, sociales y morales, sin que la acción se despegue apenas del círculo privado y cerrado de la pareja protagonista. Su acción se sitúa en 2011, año de la invasión de Libia por parte de EE.UU. y de la eclosión de la llamada Primavera Árabe, que desembocó tristemente en la expansión del fundamentalismo islamista. Todo esto aparece de fondo en la película, pero se percibe claramente que el interés principal de su director se ciñe a lo humano, al peso moral que impone sobre los hombros de ese matrimonio devastado por las circunstancias. He ahí el principal aliciente de la película: la gravedad de su planteamiento interpela directa y moralmente al espectador, fomentando el debate y la discusión (“qué harías tú en su lugar”), y esto siempre resulta gratificante. El otro punto fuerte reside en el suspense que logra con unos elementos dramáticos tan reducidos, manteniendo el interés del espectador en todo momento.

Sin embargo, Barsaoui no es tan fino como Farhadi, no es tan sutil. En el cine del iraní, siempre suele haber una pátina de misterio (especialmente en A propósito de Elly, que me sigue pareciendo su película más fascinante y hermosa), nada resulta blanco o negro, todo se tuerce y se complejiza. En A Son no es que estemos ante personajes de una pieza, ni mucho menos: son criaturas humanas que dudan, sufren y se equivocan, como todo el mundo. No obstante, hay algo mecánico y elemental en la forma en la que se va desplegando la historia, algo que evita que una interesante película como esta se convierta en una película importante. Quizás sea lo cerca que anda a veces del puro y duro folletín (aunque la sobriedad general de sus formas logre enmascararlo bien), quizás que no quiera o no sepa explorar un poco más a fondo algunos de los temas que toca tangencialmente (aunque se habla de la posición de la mujer en el mundo árabe y del auge del fundamentalismo, son elementos situados en un segundo plano).

En todo caso, es una película que cabe recomendar, que no cede al morbo ni al tremendismo (aunque, por algunas de las situaciones planteadas, quede cerca de lo segundo), que está narrada con un pulso firme y persistente, sin caer en el aburrimiento, e interpretada de forma admirable principalmente por Sami Bouajila, al que habitualmente disfrutamos en thrillers de acción y que aquí se vuelca en el drama con una convicción incuestionable. Todo ello convierte A Son en un debut muy digno y valioso, capaz de satisfacer el gusto tanto de un público de corte abiertamente festivalero como de otro que nunca se habría planteado ver una película tunecina. Es muy pronto para saber si en un futuro su autor podrá acceder a las grandes ligas, pero esta promisoria carta de presentación sugiere que no sería algo descabellado.

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